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411
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No es la ciudad inmunda
quien empuja las velas. Tampoco el corazón,
primitiva cabaña del deseo,
se aventura por islas encendidas
en donde el mar oculta sus ruinas,
algas de Baudelaire, espumas y silencios.
Es la necesidad, la solitaria
necesidad de un hombre,
quien nos lleva a cubierta,
quien nos hace temblar, vivir en cuerpos
que resisten la voz de las sirenas,
amarrados en proa,
con el timón gimiendo entre las manos. | 45 | 13 |
Ni mueve más ligera,
ni más igual divide por derecha
el aire, y fiel carrera,
o la traciana flecha
o la bola tudesca un fuego hecha. | 19 | 5 |
Como flor que adorna más,
estás;
la cual se anida con calma
al alma,
y así te llevo en mi vida
prendida.
¡Oh bella mujer querida,
eres la más linda flor,
que con tu aroma y color
estás al alma prendida! | 24 | 11 |
Miré al sentarme a la mesa,
bañado en la luz del día
el retrato de María,
la cubana japonesa. | 27 | 4 |
Amigo, llévate lo que tú quieras,
penetra tu mirada en los rincones
y si así lo deseas, yo te doy mi alma entera
con sus blancas avenidas y sus canciones. | 35 | 4 |
HÚMEDA de rocío despierta la campana
En los azules cristalinos de la mañana,
Y por las viejas sendas van a las sementeras
Los tardos labradores, camino de las eras,
En tanto que su vuelo alza la cotovía
A la luna, espectral en el alba del día. | 37 | 6 |
Daqueyos quereles
no quió yo acordarme
porque me yora mi corasonsiyo
gotitas e sangre. | 32 | 4 |
No sabes cómo se llora
Con ese llanto que quema,
Con la noche y con la aurora,
Con ese sol que colora
En la frente un anatema. | 26 | 5 |
Quédate en mí, soy pobre y soy poeta,
huyó en mi blanco pegaso la fortuna,
y quiero oír tu alegre pandereta
cuando florezca la nieve de la luna... | 35 | 4 |
Cuando tu madre se sintiera desto,
Puedes decille que, como a muchacho
Loco, atrevido, vano, antojadizo,
No te queremos. | 17 | 4 |
¿Dices que mi figura no emociona?
¿Dices que mi boca es un buzón?
Tu indiferencia cruel me decepciona,
Eres un ser vacío y sin corazón. | 35 | 4 |
El venturoso Expósito en tanto
En vivas ansias del amor ardiendo,
Cada tarde al sepulcro de Zahira
Acude en busca de su amado dueño ;
Encuentra siempre el fúnebre recinto
Solo : sin fruto espera largo tiempo,
Y en vano corre las vecinas selvas,
Pues lo halla todo á su anhelar desierto.
Penetrar osa al cabo la muralla
De la insigne ciudad, y al fin envuelto
Con su albornoz, se acerca recatado
Al alcázar, prisión de su embeleso.
Al través de las verjas los jardines
Observa y reconoce sin efecto :
Los ojos alza á torres y azoteas,
Y no ve indicio alguno de consuelo.
Pasó tres días en tan triste ausencia
En larga noche de dolor envuelto ;
Y el cuarto acia la tumba de Zahira,
Aún á esperar, el paso dirigiendo ;
Se le acercó turbado y misterioso,
Con arco y flechas, un esclavo negro,
A quien de plata una bruñida argolla
Cercaba en torno el atezado cuello,
Y con sumisa voz, " E n cuanto brillen
Del manto de la noche los luceros,
" Solo, en la fuente del Amir espera :
"Tendrá allí tu afanar cumplido premio."
Dijo, y sin esperar respuesta alguna
Tornó la espalda, y en el bosque espeso,
Como el que de ser visto se recela,
Entró, y los troncos le ocultaron luego.
Quedó Mudarra sorprendido, mudo.
Sin saber qué pensar de tal encuentro,
Aunque no duda que es de su Kerima,
Fiel servidor y reverente siervo.
" Sí, conozco á este moro : es un esclavo
De Giafar, y diestrísimo flechero
Pero es la primer vez que en mis amores
Sirve de confidente el arduo empleo."
" Y Kerima—á tal hora? en aquel sitio
Inculto y apartado ?....mas qué temo?
Quién sabe los peligros que la cercan ?
Quién los rigores de su padre fiero?"
Así dice; y ocupa su alma toda
El solo delicioso pensamiento
De que va á ver á su gentil Kerima,
Aunque oculta inquietud le agita el seno.
Se emboza en su albornoz, y por el llano
Que la Albaida domina, á paso lento
Vaga, y espera la anhelada noche.
Que nunca tanto retardara el vuelo.
Afanoso miraba al sol ardiente
Descender al ocaso, apareciendo
Disco de sangre entre las nubes rotas.
Que iba esmaltando con matiz diverso
Y cuando ya pasado el horizonte,
Dejaba solo al vaporoso cielo
Varios leves celajes de oro y grana
Y una lista no mas de vivo fuego ;
Cercano mira el joven el instante
Que esperaba con tal desasosiego,
Y al indicado sitio alarga el paso,
Mientras se iba el crepúsculo extinguiendo. | 29 | 64 |
En tu abanico, niña,
Quiero pintarte,
Por ver si tu retrato
Leda algun aire;
Pues no hay pintor .
Que dibuje con aire,
Gracia y primor, | 31 | 7 |
Mi saber no es para solo,
dadme plazo fasta el martes,
pues iremos donde ay las artes
que fablan, señor, del Polo.
Mas de tal saber ayuno
digo, sin acuerdo alguno,
que debemos todos ir
a vuestro mando complir,
señor, que non quede uno. | 20 | 9 |
Serenidad de piedra ante el abismo,
mármol en vilo de sollozo y luna,
columna de equilibrio en la ruina,
ala entreabierta. | 17 | 4 |
Vengan Santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en esta ocasión tan ruda. | 39 | 6 |
¡Rey don Sancho, rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido,
llámase Vellido Dolfos,
hijo de Dolfos Vellido;
cuatro traiciones ha hecho
y con esta serán cinco!
Si gran traidor fué el padre,
mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:
¡ A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos,
gran traición ha cometido.
Desque le tuviera muerto,
metióse por un postigo;
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
¡ Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido! | 28 | 21 |
El tercero gozo gusta
Quien mostró bien parecer
quiere bien,
que su gusto no disgusta,
Pues en cuanto debe hacer
hace bien. | 16 | 6 |
En la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga? | 0 | 4 |
K e r i m a en vano el nombre de Mudarra
Negó á su labio con prudente esfuerzo.,
A l contar los festejos de la boda,
A l referir los lances del torneo ;
Pues las locuaces siervas que la asisten,
Y la vieja nodriza, repitiendo
Las voces que por Córdoba volaban.
Despedazaron su oprimido pecho.
Esta le ponderaba el entusiasmo
De que era el j ó v e n triunfador objeto ;
Aquella lamentaba que su origen
Tal beldad malograse y tal denuedo
Otra, informada de envidioso labio,
O de Giafar atenta á los preceptos,
Le retrataba con las negras sombras
De lástima, de afrenta y de desprecio.
La nodriza, con p l á t i c a s difusas,
Viejas historias y mohosos cuentos,
Todo lo que es antiguo ponderaba,
Y mezclando malicias y consejos,
Dijo : A u n no estaba m i semblante arado,
" N i convertido en nieve mi cabello,
" Pues fué poco después que de los Laras
" Las cabezas á Córdoba trajeron "
"Cuando recien nacido le encontraron
En los jardines de Almanzor expuesto :
De algún cautivo v i l é infame esclava
Fruto infeliz, y maldición del c i e l o ."
" L a princesa Zahira en su palacio,
Por caridad ó por capricho necio,
Le a c o g i ó . . . . Q u é mujer!.... era muy linda,
Y compasiva, y generosa, es cierto
" P e r o tan r a r a . . . . E n fin en protegerle
Cifró todo su afán, todo su e m p e ñ o ;
Y en vez de acostumbrarle desde niño
A ser humilde, y á servir cual siervo,
C r i ó l e con tal pompa y tal regalo,
Como si fuera un claro caballero ;
Y hasta el momento de morir estuvo
De caricias c o l m á n d o l e y de obsequios."
" L o c u r a s de mujer!... Y Zaide, Zaide,
Ese i n c r é d u l o altivo, satisfecho
De sus vanos saberes, del Mudarra
Ha sido el consultor, ayo y maestro."
" Con un p r i n c i p i o t a l , con tal doctrina,
¿ Q u é se puede esperar de ese mancebo?—
Yo e x t r a ñ o que A l m a n z o r . . . . p e r o q u é digo?
¿ Qué se debe e x t r a ñ a r en estos tiempos?..,.
" ¡ U n e x p ó s i t o v i l de los donceles,
De la flor y esperanza del imperio,
Ser c a p i t á n en tan famoso dia !
E n la mesa del rey tener asiento!"
" C o n K e r i m a danzar el miserable I
¡ E n competencia entrar en el torneo
Con el noble Zeir, con el que aclama
Por su señor el tunecino pueblo
Así decía, y una esclava j ó v en
La i n t e r r u m p i ó con p r o n t i t u d diciendo :
" P e r o ganó la banda y la sortija,
" Y con aplauso universal el premio.
Repúsole la vieja : Cí S í , fortuna,
" Mera casualidad Y ¡ á digno objeto
" H a b r á la r i c a prenda dedicado ! . . ..
" ¡A alguna esclava de Almanzor su d u e ñ o !!!"
No pudo mas K e r i m a ; á todas ellas
Mando callar con desabrido aspecto,
Y mostrando cansancio de escucharlas,
Que al punto despejasen su aposento.
Apenas sola, hondísimos gemidos
Lanzó el volcan de su abismado seno
Cruzó su estancia con inciertos pasos
Alzó los brazos y l a faz al cielo.
D e r r i b ó s e por fin, de fuerzas falta,
Sobre un rico a l m o h a d ó n , en gran silencio
Sus labios frios, é i n c l i n ó la frente,
Hinchado el c o r a z ó n , los ojos secos.
De la anciana nodriza las palabras
Un mar de confusiones extendieron
Ante su vista, de esperanzas dulces
E l cuadro engañador oscureciendo.
Un expósito v i l , dijo su padre,
Y un e x p ó s i t o v i l es en efecto
E l que su c o r a z ó n ha sorprendido,
Para abrasarle en vergonzoso fuego.
Se afrenta de sí misma, y orgullosa,
Animada de su alto nacimiento,
Abomina el instante desdichado
E n que pudo pararse en tal objeto.
L l o r a luego, y llorando, en su alma herida
L a ternura recobra el dulce imperio ;
Pero al pensar que la preciosa banda
De una esclava tal vez adorna el cuello,
Arde en furor, y jura en altas voces
Odio al H u é r f a n o v i l , no ya desprecio,
Indignada de haber á tal persona
Humillado sus altos pensamientos.
Sí, t o m ó su partido, está resuelta ,
Y a aborrece á M u d a r r a ; por lo menos
Lo imagina : triunfante se figura.
M i r a su amor como un delirio necio
Mas fatigada de vencer, oprime
Su corazón tan angustiado peso.
Que anhela respirar el aire puro
So l a b ó v e d a inmensa de los cielos.
Baja al verjel de su soberbio alcázar^
A buscar en las flores el consuelo,
Pensando, s i m p l e c i l l a ! que en las flores
Ya á encontrar como siempre su recreo.
A h ! no lo encuentra en su j a r d í n cercado,
Del que con dos esclavas y en silencio
Sale al campo, y se pierde en las florestas,
Que de Guadalquivir gozan el riego.
Entonces se le acuerda de repente,
Que oyó elogiar en el banquete regio
Las flores que en l a tumba de Zahira
Daban su aroma delicioso al viento.
Ve idas desea, y con lijera planta
Corre inocente en pos de su deseo.
Ignorando q u i é n es de aquellas flores
E l piadoso cultor y jardinero.
E l sol al occidente descendía,
Y á su b r i l l a n t e luz formaba velo
ü n celaje sutil de oro y violado,
Que templaba su ardor y sus reflejos :
Nubes de ardiente grana e n r i q u e c í an
E l ancho espacio, vaporoso á trechos,
Jazmín y azahares respiraba el aura,
Y entre las flores reposaba el viento.
E r a una dulce y sosegada tarde
De las que en aquel clima y grato suelo
Naturaleza ostenta, y con que encanta
Las tiernas almas, los sensibles pechos. | 29 | 133 |
»Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga. | 38 | 6 |
¿Qué es de Córdoba en el día,
Donde las ciencias hallaban
Noble asiento,
Do las artes á porfía
Por su gloria se afanaban
Y ornamento? | 16 | 6 |
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar. | 35 | 4 |
Las cartas y mensajeros
del rey a Bernardo van,
que vaya luego a las cortes
para con él negociar.
No quiso ir allá Bernardo,
que mal recelado se ha.
Las cartas echó en el fuego,
los suyos mandó juntar;
desque los tuvo juntados,
comenzóles de hablar:
Cuatrocientos sois los míos,
los que coméis el mi pan;
nunca fuisteis repartidos,
agora os repartirán:
en el Carpió queden ciento
para el castillo guardar,
y ciento por los caminos,
que a nadie dejéis pasar;
doscientos iréis conmigo
para con el rey hablar;
si mala me la dijere,
peor se la entiendo tornar.
Con esto luego se parte
y comienza a caminar;
por sus jornadas contadas
llega donde el rey está.
De los doscientos que lleva,
los ciento mandó quedar
para que tengan segura
la puerta de la ciudad;
con los ciento que le quedan
se va al palacio real.
Cincuenta deja a la puerta,
que a nadie dejen pasar;
treinta deja a la escalera
por el subir y el bajar;
con solamente los veinte
a hablar con el rey se va.
A la entrada de una sala
con él se vino a topar;
allí le pidió la mano
mas no se la quiso dar.
Dios vos mantenga, buen rey,
y a los que con vos están.
Decí: ¿a qué me habéis llamado
o qué me queréis mandar?
Las tierras que vos me distes
¿por qué me las queréis quitar?
El rey, como está enojado,
aún no le quiere mirar;
a cabo de una gran pieza
la cabeza fuera alzar.
Bernardo, mal seas venido,
traidor hijo de mal padre;
dite yo el Carpió en tenencia,
tomástelo en heredad.
Mentides, buen rey, mentides,
que no decides verdad,
que nunca yo fui traidor,
ni lo hubo en mi linaje.
Acordárseos debiera
de aquella del Romeral,
cuando gentes extrajeras
a vos querían matar;
matáronvos el caballo,
a pie vos vide yo andar;
Bernardo, como traidor,
el suyo vos fuera a dar,
con una lanza y adarga
ante vos fué a pelear.
El Carpió entonces me distes
sin vos lo yo demandar.
Nunca yo tal te mandé,
ni lo tuve en voluntad.
Prendedlo, mis caballeros,
que atrevido se me ha.
Todos lo estaban mirando,
nadie se le osa llegar.
Revolviendo el manto al brazo
la espada fuera a sacar.
¡Aquí, aquí mis doscientos,
los que coméis el mi pan,
que hoy es venido el día
que honra habéis de ganar!
El rey, como aquesto vido,
procuróle de amansar.
Malas mañas has, sobrino,
no las puedes olvidar.
Lo que hombre te dice en burla
a veras lo quieres tomar;
si lo tienes en tenencia,
yo te lo dó en heredad,
y si fuere menester,
yo te lo iré a segurar.
Bernardo, que esto le oyera,
esta respuesta le da:
El castillo está por mí,
nadie me lo puede dar;
quien quitármelo quisiere,
procurarle he de guardar. | 28 | 100 |
Quita del arco la mortal saeta,
deja mi pecho que con fuerza heriste,
cuando la triste, la divina ninfa
me dominaba. | 17 | 4 |
Aladas sombras en la gracia intacta
del ocaso poblaron los senderos,
y contempló la luna, estupefacta,
el paso de los blancos mensajeros. | 35 | 4 |
RAMÓN se llama, auxilio necesario
con que Delio se esfuerza y ve rendidas
las obstinadas fuerzas del contrario. | 43 | 3 |
La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo. | 35 | 4 |
Pues, ¡sus!, encójase y entre
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.
Echa de lo trasañejo,
porque con más gusto comas,
Dios te guarde, que así tomas,
como sabia mi consejo. | 4 | 8 |
Viendo la santa divina victoria
del furibundo convento siniestro:
¡Oh mías que bendito, divino Maestro!
dice mi lengua vulgar y notoria,
esta hazaña de tanta memoria
ya por un alta manera combida
ser el espada muy esclarecida
y digna de tan serenísima gloria
cuanto la hace tu mano temida. | 20 | 9 |
Mañanita de San Juan
por el prado de la aldea
a celebrarla se salen
pastores y zagalejas.
Bailándolas ellos vienen
con mil mudanzas y vueltas,
y cantando mil tonadas
del dulce amor vienen ellas.
Unos el suyo encarecen
en bien sentidas ternezas,
y otros con agudas chanzas
bulliciosos las alegran.
Los que son más entendidos,
cortesanos les presentan
la mano para apoyarse
con delicada fineza.
No hay corazón que esté triste
ni voluntad que esté exenta:
todo es amores el valle,
los zagales, todo fiesta.
Cuál saltando se adelanta,
cuál burlando atrás se queda,
y cuál en medio de todas
repica la pandereta.
El crótalo y tamborino
con la alegre flauta alternan,
y el regocijo y las vivas
suben hasta las estrellas.
Unos de trébol y flores
y misteriosa verbena
sus cándidas sienes ciñen,
matizan sus rubias trenzas;
otros por detrás sus ojos
con un lienzo arteros vendan,
y del juego alegres ríen
si con el engaño aciertan;
y otros, de menuda juncia
tejiendo blandas cadenas,
hacen como que las prenden
y en sus lazos más se enredan.
Aquél deshojando rosas
en el seno se las echa,
y aquél en el suyo guarda
las que a su nariz acercan.
Cuáles alzando los ramos
en triunfo de amor las llevan,
y cuáles porque los pisen
de ellos el camino siembran.
Así llegan a la fuente
que el gran álamo hermosea
con su pomposo ramaje,
do en alegre paz se asientan.
El gusto y júbilo crecen;
la risa y el placer vuelan
de boca en boca, y más vivos
canto y danzas se renuevan.
La Aurora, de su albo seno
rosas derramando y perlas,
cede el cielo al sol que asoma
y se para y las contempla;
y en medio su trono de oro
por las lucientes esferas
ostentando de sus llamas
la inagotable riqueza,
este día más hermoso
parece que da a la tierra
más rica luz, y a las flores
alegría y vida nueva.
Con la fiesta y el bullicio
las avecillas despiertan,
pueblan y animan los aires,
y la nueva luz celebran.
Todo, en fin, se goza y ríe:
fuentes, árboles, praderas,
selváticos brutos, hombres,
el júbilo en todos reina.
Libre en tanto el Amor vaga,
nadie sus tiros recela.
El campo, el día, la hora,
toda la ilusión aumenta.
Todo encanta los sentidos:
por una llanada inmensa
vaga la vista; las aves
con sus trinos embelesan;
entre el grato cefirillo
el labio aromas alienta,
el tacto en delicias nada,
y el pecho inflamado anhela,
gratamente así corriendo
por las agitadas venas
del placer la suave llama,
que a todos arrastra y ciega.
La ocasión brinda al deseo,
las miradas son más tiernas,
los requiebros más ardientes,
más picante la agudeza.
Nadie desairado llora,
ni enojar amando tiembla;
el baile mismo autoriza
mil cariñosas licencias.
Quién rendido se declara,
quién tierno la mano premia
de su amada, y quién le roba
un beso al dar una vuelta,
beso de que no se ofende
la zagala más severa,
pues fueran culpa este día
el rigor o la tibieza.
Todos arden y suspiran,
todo se aplaude y festeja;
la timidez es osada,
menos cauta la modestia.
Y entre tantos regocijos,
un pastor a quien las nuevas
de su dulce bien faltaban
cantó angustiado esta letra:
Ya no hay, zagales, amor,
que lo acabara el olvido.
Nada de Fili he sabido
y tiemblo su disfavor;
ausente estoy, fui querido:
¡Ved si es justo mi dolor!
También yo un tiempo dichoso
cual ora os gozáis me vi,
y en mi embeleso amoroso
alegre canté y reí
a par de mi dueño hermoso.
Después que dejé su lado
perdí la dicha y el gusto;
y hoy con más grave cuidado,
al ver su silencio injusto,
sólo exclamo desolado:
Ya no hay, zagales, amor,
que lo acabara el olvido.
Nada de Fili he sabido
y tiemblo su disfavor;
ausente estoy, fui querido:
¡Ved si es justo mi dolor! | 28 | 141 |
Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es;
yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez. | 11 | 4 |
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe... | 35 | 4 |
Ca no es hombre del mundo
que entre, ni sea osado,
en este centro profundo
y de gentes separado,
si no el infortunado
Céfalo, el que refujo,
y al qual Diana trujo
en el su monte sagrado. | 23 | 8 |
Carga después sobre la diestra mano
la ya rugosa y abrumada frente,
y un pensamiento fúnebre, tirano,
fija y domina, al parecer, su mente.
Borrarlo intenta en su ansiedad en vano;
vuelve a leer, y en tanto, que obediente
se somete su vista a su porfía
lánzase a otra región su fantasía. | 22 | 8 |
Antes que tú me moriré escondido;
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal. | 11 | 4 |
«No tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura. | 16 | 12 |
En el hospitá,
a mano erecha,
ayí tenía la mare e mi arma
la camita jecha. | 32 | 4 |
En el abrazo,
tú hilo, yo aguja:
cosemos luz... | 18 | 3 |
Sus sangrientos designios
en Puerto Real concierta:
se concibió allí en sombras,
y se abortó el hipócrita sistema. | 13 | 4 |
Por la leche que mamé,
me da vergüenza er mirarte,
y a ti te dará también. | 41 | 3 |
Dicen que enfermo estaba el león, con dolor:
los animales fueron a ver a su señor.
animose con ellos y sintiose mejor,
alegráronse todos demostrándole amor. | 8 | 4 |
Y él dijo: "Que te dejar
no tengo, si este cayado
y este mi rabel preciado,
con que tañer y cantar
me vías por este prado.
Al son de él, pastora mía,
te cantaba mis canciones,
contando tus perfecciones
y lo que de amor sentía
en dulces lamentaciones." | 6 | 10 |
Va mi pregunta sencilla,
Si estaba pensando en,
El verso y su maravilla,
Pero, ¿existe la quintilla,
De diez sílabas también? | 26 | 5 |
Sus muslos son begonias tibias; en su regazo
hay una indecisión de ensueños y de cosas…;
cuando adornan el cuerpo con su doliente abrazo
parece que en el alma se deshojan las rosas… | 35 | 4 |
No es raro en una almohada ver dos frentes
que maduran dos planes diferentes. | 7 | 2 |
Poco mas de mil pasos de la Albaida,
Acia poniente, entre árboles espesos,
Una rambla de arena se conserva.
Madre de claro arroyo en otro tiempo.
Ün solitario risco la corona,
De pardo musgo entapizado á trechos,
En torno hay hondas quiebras y barrancos,
Desnudas peñas y frondosos fresnos.
Allí la fuente del Amir estaba
(Hoy es un sitio temeroso y seco)
Y allí llegó Mudarra, cuando el dia
Retiraba sus últimos reflejos.
La perspectiva hermosa que se ofrece
A la curiosa vista en aquel puesto,
Girando mudo en derredor los ojos,
Parado el joven contemplo un momento.
Ve al frente la ciudad majestuosa,
Que sobre el fondo del oscuro cielo
Aun mas oscuras sus excelsas torres
Dibuja, y sus alcázares soberbios.
Vio á su diestra de Zahara los jardines,
Los pórticos, palacios y liceos;
Y hoy un desnudo llano solo viera,
Pues hasta las ruinas perecieron.
Ve á la siniestra la tranquila Albaida,
Que pudiera llamar su hogar paterno,
Y á la espalda la sierra que se encumbra
De poniente á levante, al fírmamenlo
Pronto las sombras tan soberbia escena
Delante de su vista confundieron,
Y junto al tronco de acopada encina,
Sobre la yerba se asentó el mancebo.
Aun de la gran ciudad á sus oidos
Llega el ronco bullicio de gran pueblo,
Y desde Zahara por el viento cunde
Son confuso de suaves instrumentos.
Una luz relucir miia en la Álbaida,
La que alumbra de Zaide el aposento ;
Y oyó en el llano pastoriles voces.
Fieles ladridos y balar corderos.
Era una nocbe de la fin de otoño :
La luna se elevaba á paso lento,
Pero oculta entre espesos nubarrones.
Rotos por partes, y por partes densos.
El reposo del orbe se aumentaba
Turbando solo el general silencio
De las áridas hojas el murmurio,
O de nocturnos pájaros el vuelo.
Recostado en el tronco de la encina,
Agitado de varios pensamientos,
Y aun de terror oculto poseído,
Pasó el jóven Mudarra largo tiempo ;
Cuando el veloz galope de un caballo,
Que se paro de pronto, oyó á lo lejos :
Después moverse jaras y malezas,
Cual si alguien se acercara acia aquel puesto;
Y pasos, y....Mas cesa de repente
Todo rumor, y el estridor violento
Le sucede de un arco sacudido
Y de flecha veloz el silbo horrendo,
De una flecha, que rauda resbalando
Por el turbante de Mudarra, el hierro
Clavó en el tronco á que la espalda apoya,
Toscas cortezas derribando al suelo.
Alzase el jóven sorprendido, helado :
Grita : "traición ! " y le responde el eco.
El albornoz á la siniestra envuelve,
Y con la diestra desnudó el acero;
Y oye cerca á una voz áspera, airada :
" E s esta tu destreza?.... toma el premio :
No errarás otro golpe — te lo j uro....
" Y o solo basto.... Muere , infame negro."
Un ay profundo, y el pesado golpe
Sonó en seguida de quien cae al suelo,
Y un bulto blanco ante Mudarra sale,
Y de un desnudo alfanje el centelleo.
Asesino ! asesino ! " el joven grita,
Y al fantasma se arroja con denuedo,
Pues fantasma parece su enemigo,
De pié á cabeza en un barnuz envuelto.
Trábase horrenda lid : solo retumba
De ambas cuchillas el sonoro encuentro :
El incógnito pone gran cuidado
En encubrirse y en guardar silencio.
Fuerte en las armas es, y ágil pelea
Con ira tal y con furor tan ciego,
Que mas que defenderse, herir procura,
Y tiene al joven en terrible aprieto.
Mas este que ocupado en su defensa.
Ve que reputación pierde y terreno,
Pára con la siniestra un tajo, y pone
La aguda punta del contrario al pecho ;
. Del contrario tenaz, que furibundo
Se arroja sin pensar sobre el acero,
De negra sangre cálido torrente
Del traspasado corazón vertiendo.
Súbito el hierro matador retira
Asustado Mudarra : hondo silencio
Reinó un instante : un hórrido alarido
Lanzó el feroz fantasma, y cayó muerto.
El j oven retrocede horrorizado;
Mas su noble valor recobra luego,
Y quiere conocer al enemigo
Que en tal peligro y trance tal le ha puesto.
Se acerca palpitante, desenvuelve
El rostro que el barnuz tiene aun cubierto,
Y á un rayo de la luna que resbala
Por rotas nubes, reconoce.... oh cielos!
Al cruel Giafar, al padre de Kerima,
Al primer personaje del imperio.
No sabe dónde está, torna á mirarle;
De su cabeza erízase el cabello ;
Queda cual joven escolar de un mago,
Que ignorante en los libros del maestro.
Halla un conjuro, y sin pensarlo evoca
Sombra infernal ó aterrador espectro.
Alzase de repente, y á la Albaida
Huye veloz, como cobarde ciervo,
Que estando descuidado en el arroyo,
Ve aparecer al tigre carnicero. | 29 | 122 |
por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña
y Velázquez que pinta y Cortés que domeña; | 7 | 2 |
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde. | 28 | 19 |
y moros de Argel, piratas,
entre calas y recodos,
donde después salen todos,
tienen ocultas fragatas; | 27 | 4 |
Ven, noche amiga; ven, y con tu manto
mi amor encubre y la esperanza mía;
ven, y mi planta entre tus sombras guía
a ver de Clori el peregrino encanto; | 10 | 4 |
Quiero contarte
en la tierna mañana
con mi rocío | 18 | 3 |
Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario. | 44 | 3 |
En estos tres la gala y el aviso
cifró cuanto de gusto en sí contienen,
como su ingenio y obras dan aviso. | 43 | 3 |
Tú me tiés á mi
como San Lorenzo;
achicharrao por un lao y otro
y siempre contento. | 32 | 4 |
Rindiendo sus dos luceros
hermosos, negros y graves,
con dulce imperio las vidas,
por feudo las libertades. | 0 | 4 |
¿Qué es lo que me tiene loca?
tu boca.
Tu ardiente piel de canela,
anhela
con prontitud y en porfía,
la mía
Con tu sagaz picardía
quiero que abrases mi piel,
sé que, de gotas de miel
tu boca anhela la mía. | 24 | 10 |
¡Theos, Sabaoth! me levanto diciendo,
y el ínclito nombre de Dios, ¡Elión!,
el cual invocado, la triste visión
bate sus alas con furia gimiendo.
Mi sacro Maestro me dice riendo:
Y cómo no miras las bestia que gime,
y cómo su cola no menos esgrime
por levantarse, lo tal no sufriendo
como tu lengua de nombres exprime! | 20 | 9 |
Si ellas salen a las nueve
con un manteo bordado
de entre el cambray delicado,
como unos copos de nieve; | 27 | 4 |
Retraída está la infanta,
bien así como solía,
viviendo muy descontenta
de la vida que tenía,
viendo que ya se pasaba
toda la flor de su vida,
y que el rey no la casaba,
ni tal cuidado tenía.
Entre sí estaba pensando
a quién se descubriría;
acordó llamar al rey
como otras veces solía,
por decirle su secreto
y la intención que tenía.
Vino el rey, siendo llamado,
que no tardó su venida:
vídola estar apartada,
sola está sin compañía:
su lindo gesto mostraba
ser más triste que solía.
Conociera luego el rey
el enojo que tenía.
¿Qué es aquesto, la infanta?
¿Qué es aquesto, hija mía?
Contadme vuestros enojos,
no toméis malenconía,
que sabiendo la verdad
todo se remediaría.
Menester será, buen rey,
remediar la vida mía,
que a vos quedé encomendada
de la madre que tenía.
Dédesme, buen rey, marido,
que mi edad ya lo pedía:
con vergüenza os lo demando,
no con gana que tenía,
que aquestos cuidados tales,
a vos, rey, pertenecían.
Escuchada su demanda,
el buen rey le respondía:
Esa culpa, la infanta,
vuestra era, que no mía,
que ya fuérades casada
con el príncipe de Hungría.
No quesistes escuchar
la embajada que os venía:
pues acá en las nuestras cortes,
hija, mal recaudo había,
porque en todos los mis reinos
vuestro par igual no había,
si no era el conde Alarcos,
hijos y mujer tenía.
Convidaldo vos, el rey,
al conde Alarcos un día,
y después que hayáis comido
decidle de parte mía,
decidle que se le acuerde
de la fe que del tenía,
la cual él me prometió,
que yo no se la pedía,
de ser siempre mi marido,
yo que su mujer sería.
Yo fui de ello muy contenta
y que no me arrepentía.
Si casó con la condesa,
que mirase lo que hacía,
que por él no me casé
con el príncipe de Hungría;
si casó con la Condesa,
del es culpa, que no mía.
Perdiera el rey en oírlo
el sentido que tenía,
mas después en si tornado
con enojo respondía:
¡No son éstos los consejos
que vuestra madre os decía!
¡Muy mal mirastes, infanta,
do estaba la honra mía!
Si verdad es todo eso,
vuestra honra ya es perdida:
no podéis vos ser casada,
siendo la condesa viva.
Si se hace el casamiento
por razón o por justicia,
en el decir de las gentes
por mala seréis tenida.
Dadme vos, hija, consejo,
que el mío no bastaría,
que ya es muerta vuestra madre
a quien consejo pedía.
Yo vos lo daré, buen rey,
de este poco que tenía:
mate el conde a la condesa,
que nadie no lo sabría,
y eche fama que ella es muerta
de un cierto mal que tenía,
y tratarse ha el casamiento
como cosa no sabida.
De esta manera, buen rey,
mi honra se guardaría.
De allí se salía el rey,
no con placer que tenía;
lleno va de pensamientos
con la nueva que sabía;
vido estar al conde Alarcos
entre muchos, que decía:
¿ Qué aprovecha, caballeros,
amar y servir amiga,
que son servicios perdidos
donde firmeza no había?
No pueden por mí decir
aquesto que yo decía,
que en el tiempo que serví
una que tanto quería,
si muy bien la quise entonces,
agora más la quería;
mas por mí pueden decir:
quien bien ama, tarde olvida.
Estas palabras diciendo,
vido al buen rey que venía,
y para hablar con el rey,
de entre todos se salía.
Dijo el buen rey al conde,
hablando con cortesía:
Convidaros quiero, conde,
por mañana en aquel día,
que queráis comer conmigo
por tenerme compañía.
Que se haga de buen grado
lo que su alteza decía;
beso sus reales manos
por la buena cortesía;
detenerme he aquí mañana,
aunque estaba de partida,
que la condesa me espera
según la carta me envía.
Otro día de mañana
el rey de misa salía;
luego se asentó a comer,
no por gana que tenía,
sino por hablar al Conde
lo que hablarle quería.
Allí fueron bien servidos
como a rey pertenecía.
Después que hubieron comido,
toda la gente salida,
quedóse el rey con el conde
en la tabla do comía.
Empezó de hablar el rey
la embajada que traía:
Unas nuevas traigo, conde,
que de ellas no me placía,
por las cuales yo me quejo
de vuestra descortesía.
Prometistes a la infanta
lo que ella no vos pedía,
de siempre ser su marido,
y a ella que le placía.
Si otras cosas más pasastes
no entro en esa porfía.
Otra cosa os digo, conde,
de que más os pesaría:
que matéis a la condesa
que cumple a la honra mía;
echéis fama que ella es muerta
de cierto mal que tenía,
y tratarse ha el casamiento
como cosa no sabida,
porque no sea deshonrada
hija que tanto quería.
Oídas estas razones
el buen conde respondía:
No puedo negar, el rey,
lo que la infanta decía,
sino que otorgo ser verdad
todo cuanto me pedía.
Por miedo de vos, el rey,
no casé con quien debía,
no pensé que vuestra alteza
en ello consentiría:
de casar con la infanta
yo, señor, bien casaría;
mas matar a la condesa,
señor rey, no lo haría,
porque no debe morir
la que mal no merecía.
De morir tiene, el buen conde,
por salvar la honra mía,
pues no miraste primero
lo que mirar se debía.
Si no muere la condesa
a vos costará la vida.
Por la honra de los reyes
muchos sin culpa morían,
porque muera la condesa
no es mucha maravilla.
Yo la mataré, buen rey,
mas no será culpa mía:
vos os avendréis con Dios
en la fin de vuestra vida,
y prometo a vuestra alteza,
a fe de caballería,
que me tengan por traidor
si lo dicho no cumplía,
de matar a la condesa,
aunque mal no merecía.
Buen rey, si me dais licencia
yo luego me partiría.
Vayáis con Dios, el buen conde,
ordenad vuestra partida.
Llorando se parte el conde,
llorando, sin alegría;
llorando por la condesa,
que más que a sí la quería
Lloraba también el conde
por tres hijos que tenía,
el uno era de pecho,
que la condesa lo cría;
los otros eran pequeños,
poco sentido tenían.
Antes que llegase el conde
estas razones decía:
¡Quién podrá mirar, condesa,
vuestra cara de alegría,
que saldréis a recebirme
a la fin de vuestra vida!
Yo soy el triste culpado,
esta culpa toda es mía.
En diciendo estas palabras
la condesa ya salía,
que un paje le había dicho
cómo el conde ya venía.
Vido la condesa al conde
la tristeza que tenía,
viole los ojos llorosos,
que hinchados los traía,
de llorar por el camino,
mirando el bien que perdía.
Dijo la condesa al conde:
¡Bien vengáis, bien de mi vida!
¿Qué habéis, el conde Alarcos?
¿Por qué lloráis, vida mía,
que venís tan demudado
que cierto no os conocía?
No parece vuestra cara
ni el gesto que ser solía;
dadme parte del enojo
como dais de la alegría.
¡Decídmelo luego, conde,
no matéis la vida mía!
Yo vos lo diré, condesa,
cuando la hora sería.
Si no me lo decís, conde,
cierto yo reventaría.
No me fatiguéis, señora,
que no es la hora venida.
Cenemos luego, condesa,
de aqueso que en casa había.
Aparejado está, conde,
como otras veces solía.
Sentóse el conde a la mesa,
no cenaba ni podía,
con sus hijos al costado,
que muy mucho los quería.
Echóse sobre los brazos;
hizo como que dormía;
de lágrimas de sus ojos
toda la mesa cubría.
Mirándolo la condesa,
que la causa no sabía,
no le preguntaba nada,
que no osaba ni podía.
Levantóse luego el conde,
dijo que dormir quería;
dijo también la condesa
que ella también dormiría;
mas entre ellos no había sueño,
si la verdad se decía.
Vanse el conde y la condesa
a dormir donde solían:
dejan los niños de fuera
que el conde no los quería;
lleváronse el más chiquito,
el que la condesa cría;
cerrara el conde la puerta,
lo que hacer no solía.
Empezó de hablar el conde
con dolor y con mancilla:
¡Oh, desdichada condesa,
grande fué la tu desdicha!
No so desdichada, el conde,
por dichosa me tenía;
sólo en ser vuestra mujer,
esta fué gran dicha mía.
¡ Si bien lo sabéis, condesa,
esa fué vuestra desdicha!
Sabed que en tiempo pasado
YO amé a quien bien servía,
la cual era la infanta,
por desdicha vuestra y mía.
Prometí casar con ella,
y a ella que le placía;
demándame por marido
por la fe que me tenía.
Puédelo muy bien hacer
de razón y de justicia:
díjomelo el rey, su padre,
porque de ella lo sabía.
Otra cosa manda el rey,
que toca en el alma mía:
manda que muráis, condesa,
por la honra de su hija,
que no puede tener honra
siendo vos, condesa, viva.
Desque esto oyó la condesa
cayó en tierra amortecida;
mas después en sí tornada
estas palabras decía:
¡Pagos son de mis servicios,
conde, con que yo os servía!
Si no me matáis, el conde,
yo bien os aconsejaría,
enviédesme a mis tierras
que mi padre me ternía;
yo criaré vuestros hijos
mejor que la que vernía,
yo os mantendré lealtad
como siempre os mantenía.
De morir habéis, condesa,
enantes que venga el día.
¡Bien parece, el conde Alarcos,
yo ser sola en esta vida;
porque tengo el padre viejo,
mi madre ya es fallecida,
y mataron a mi hermano,
el buen conde don García,
que el rey lo mandó matar
por miedo que del tenía!
No me pesa de mi muerte,
porque yo morir tenía,
mas pésame de mis hijos,
que pierden mi compañía;
hacémelos venir, conde,
y verán mi despedida.
No los veréis más, condesa,
en días de vuestra vida;
abrazad este chiquito,
que aqueste es el que os perdía.
Pésame de vos, condesa,
cuanto pesar me podía.
No os puedo valer, señora,
que más me va que la vida;
encomendaos a Dios
que esto hacerse tenía.
Dejéisme decir, buen conde,
una oración que sabía.
Decidla presto, condesa,
enantes que venga el día.
Presto la habré dicho, conde,
no estaré un Ave María.
Hincó rodillas en tierra,
aquesta oración decía:
En las tus manos, Señor,
encomiendo el alma mía;
no me juzgues mis pecados
según que yo merecía,
más según tu gran piedad
y la tu gracia infinita.
Acabada es ya, buen conde,
la oración que yo sabía;
encomiéndoos esos hijos
que entre vos y mí había,
y rogad a Dios por mí,
mientras tuviéredes vida,
que a ello sois obligado
pues que sin culpa moría.
Dédesme acá ese hijo,
mamará por despedida.
No lo despertéis, condesa,
dejadlo estar, que dormía,
sino que os pido perdón
porque ya se viene el día.
A vos yo perdono, conde,
por el amor que os tenía;
más yo no perdono al rey,
ni a la infanta su hija,
sino que queden citados
delante la alta justicia,
que allá vayan a juicio
dentro de los treinta días.
Estas palabras diciendo
el conde se apercebía:
echóle por la garganta
una toca que tenía.
¡Socorre, mis escuderos,
que la condesa se fina!
Hallan la condesa muerta,
los que a socorrer venían.
Así murió la condesa,
sin razón y sin justicia;
mas también todos murieron
dentro de los treinta días.
Los doce días pasados
la infanta también moría;
el rey a los veinte y cinco,
el conde al treinteno día:
allá fueron a dar cuenta
a la justicia divina.
Acá nos dé Dios su gracia,
y allá la gloria cumplida. | 28 | 411 |
Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos,
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias;
no curemos de saber
lo de aquel siglo pasado,
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello. | 16 | 12 |
Y si algún vapor separa
de vos la cuestión que toco
avisad vos más un poco,
en esta arte fonda cara
que mi seso aquí compara
invenciones intricadas
metáforas tan delgadas
a otras gruesas tan infladas
por figuras trasformadas
que Dios le muestra y depara. | 12 | 11 |
Hay noches y días y madrugadas
también de desamparo
en que se cierran todos los balcones
que daban a la calle
—con cancelas de sombra
con aldabas de hierro—
y nadie escucha latir el corazón
de una ciudad enferma que agoniza
y nadie siente la herida del deseo
y nadie nadie nadie
transita por la huella de los besos. | 45 | 11 |
En la rústica greña yace oculto
el áspid, del intonso prado ameno,
antes que del peinado jardín culto
en el lascivo, regalado seno;
en lo viril desata de su vulto
lo más dulce el Amor, de su veneno;
bébelo Galatea, y da otro paso
por apurarle la ponzoña al vaso. | 22 | 8 |
Teñido el cielo de amaranto y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana. | 10 | 4 |
A veces me digo con honda tristeza:
¿Vendrá a mí aún el hada bendita que huyó?...
Mi frente surcada, mi cana cabeza
y el fuego de mi alma que a helarse ya empieza,
responden con mudas palabras: ¡No! ¡No! | 25 | 5 |
Allí se fablaba del monte Parnaso
y de la famosa fuente de Gorgón,
y del alto vuelo que fizo Pegaso,
contando por orden toda su razón;
y todo el engaño que fizo Simón
allí se decía, como por ejemplo,
y de las serpientes vinientes al templo,
y cómo se vino el grande Ilión. | 2 | 8 |
El marido de la bella
que nos vende por fïel,
vistiéndose aquello, él,
que gana desnuda ella,
paciente sus labios sella,
buscándole ella por eso
entre dos plumas de hueso
una de oro en rica trenza | 21 | 8 |
Sépase, pues ya no puedo
levantarme ni caer,
que al menos puedo tener
perdido a Fortuna el miedo. | 27 | 4 |
El líquido cristal que hoy de esta fuente
admiras, caminante,
el mismo es de Helicona;
si pudieres, perdona
al paso un solo instante:
beberás (cultamente)
ondas que del Parnaso
a su Vega tradujo Garcilaso. | 21 | 8 |
Que si los mudos oyesen,
por hablar reventarían,
y tan bien, si ciegos fuesen,
las cosas que nunca viesen
ya no las desearían;
así que no sentirían
de los deseos cuidado
porque, cierto, no sabrían
desear, ni penarían
como yo peno, cuitado. | 12 | 11 |
Reina el silencia: fúlgidas en tanto,
luces de amor, purísimas estrellas,
de la noche feliz lámparas bellas,
Bordais con oro su enlutado manto. | 10 | 4 |
todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la mía. | 35 | 4 |
Allí se tocaba del gentil Narciso,
allí de Medusa, allí de Perseo,
allí maltrataban la fija de Niso,
allí memoraban la lucha de Anteo,
allí de la muerte del niño Androgeo,
allí de Pasife el testo y la glosa,
allí recitaban la saña rabiosa
y la conmovida ira de Penteo. | 2 | 8 |
De Dios vos fue otorgada
La muy linda castidad,
La cual siempre fue hallada
En vos con gran honestad:
Hijadalgo bien criada,
Hermosa sin fealdad,
Vuestro soy siempre y seré. | 34 | 7 |
Tómanla por momentos parasismos;
no acierta a pronunciar, y si pronuncia,
absurdos hace y forma solecismos. | 43 | 3 |
Aquesta es la condición
de las mujeres comuna,
pero virtud las repuna,
que les consienta razón.
Así la parte mayor
muchas disponen seguir,
e tanto han mejor loor,
cuando el defecto mayor
ellas merecen venir. | 20 | 9 |
Grande rumor en esto, repentino,
Súbita confusión y roncas voces
Resonaron en torno, á Ñuño y Lara
De sobresalto, dudas y temores
Llenando á un tiempo. El ciego los oidos
Atento aplica : el otro se dispone
Las causas á inquirir, y gira y torna
Los ojos en rededor, y entrambos oyen
Moros.....morosl g r i t a r , y que se aumentan
La a gitacion, los llantos y clamores
En Salas toda. Por delante de ellos
Varios villanos, pálidos, veloces,
Cruzan despavoridos : quién buscando
Cercanas breñas y vecinos bosques,
En donde refugiar familia y bienes^
Quién á advertir al punto á sus pastores,
Que dejando cabañas y rediles
Huyan con los ganados á los montesj
Quién á esparcir el arma en las aldeas,
Y á reunir lanzas y ginetes, corre.
Ñuño pregunta en alta voz á algunos
La causa de la fuga, y le responden
Sin detenerse, que los moros cargan.
Con sus huestes cubriendo el horizonte :
Nueva que corrobora de la villa
El campanario, cuyos huecos bronces
A vuelo publicando el arrebato, ~
El viento asordan con sus recios sones.
Quedó suspenso Ñuño; pero Lara
Al bélico rumor estremecióse,
Y animoso exclamó : " ¿Por qué los cielos
Me tienen condenado á eterna noche?"
Si ojos tuviera yo, (la edad qué importa?)
De un caballo ocupara los arzones,
Empuñara una lanza, y mis vasallos
No huyeran de los moros invasores
Del bárbaro Giafar puede que sean
Los satélites viles y feroces :
De Giafar, que sabiendo estoy ya libre,
Quiere que á ser esclavo suyo torne."
Ah!....si tuviera vista!" ..." No la tienes,"
Dijo al momento Ñuño, á quien el nombre
De Giafar, y de Lara la ocurrencia
Heló la sangre. <No la tienes....ponte,"
"Ponte, señor, en salvo."Amigo Ñuño,"
Tranquilo Lara continuó, " y ¿en dónde
" O cómo? di.. Moverme puedo apenas
" Con mi estrella infeliz estoy conforme."
" Corre á tomar noticias mas exactas."
Ñuño á dos escuderos llama, y órden
Da de que á su señor cuiden y asistan,
Y que ni un solo instante le abandonen.
Manda poner á punto los caballos,
Y que las armas una escolta tome,
Y á adquirir por sí mismo la certeza
De lo que ocurre, por la villa entróse. | 29 | 57 |
Cuando vi que la dama estaba tan cambiada,
“querer si no me quieren —dije— es buena bobada,
contestar si no llaman es simpleza probada;
apártome también, si ella está retirada.” | 8 | 4 |
Las quales de que me vieron
e sintieron mis pisadas,
una a otra se bolvieron
bien como maravilladas.
"¡O ánimas afanadas,
(yo les dixe), que en España
nasgistes, si no me engaña
la fabla, o fuystes criadas! | 23 | 8 |
—¡Por fin nuestro amor concluye!
—dijo Zela— . Ya lo sabe
mi padre; y antes que acabe
contigo, Alí, presto le huye.
—¿Yo huir? —el negro arguye
—¿Yo estar, mi Zela, sin verte?
Ya que lo quiere la suerte
y mi estrella me amilana,
veré a tu padre mañana
y ante él me daré la muerte. | 14 | 10 |
Cuando le diga yo que sí,
dirá que no, contrario a mí. | 7 | 2 |
Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo. | 11 | 4 |
¡Sacra ceniza! repetí mil veces,
¡Sombra de Filis! si mi pecho adora
otra pastora, desde tan horrenda
lóbrega noche, | 17 | 4 |
Y todos cantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo. | 19 | 5 |
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores. | 43 | 3 |
En los alambres
golondrina posada:
la del paisaje. | 18 | 3 |
¿Y Sevilla? ¿Y la ribera
Que el Betis fecundo baña
Tan florida?
Cada ciudad de éstas era
Columna en que estaba España
Sostenida. | 16 | 6 |
¿Me das, pues, tu asentimiento?
Consiento.
¿Complácesme de ese modo?
En todo.
Pues te velaré hasta el día.
Sí, Mejía
Páguete el cielo, Ana mía
satisfacción tan entera.
Porque me juzgues sincera,
consiento en todo, Mejía. | 24 | 10 |
Al hombre los trabajos
Lo hacen humilde;
Más las prosperidades
Siempre le engríen:
Pues la riqueza
Rara vez se separa
De la soberbia. | 31 | 7 |
Ya no canta el ruiseñor
cantor.
Sobre la faz de la tierra
tu guerra:
se abre el infinito cielo
en duelo.
Tiene nombre el desconsuelo
que me invade cada noche:
pesadillas. El reproche
del cantor, tu guerra en duelo. | 24 | 10 |
Cuatro Reales Coronas,
en tan maligna idea,
con traición seducidas
entran, sin advertirlo su inocencia. | 13 | 4 |
la morada que viste luto su puerta abra
al púrpureo y ardiente vibrar de tu palabra: | 7 | 2 |
A mí no convienen aquellos favores
de los vanos dioses, ni los invocar,
que vos, los poetas y los oradores
llamados al tiempo de vuestro exhortar;
que la justa causa me presta logar,
y maternal rabia me vuelve elocuente,
porque a ti, preclaro y varón esciente,
explique aquel hecho que puedas contar. | 2 | 8 |
Entonces... cuando el lucero
brillaba en el cielo santo
y los gallos con su canto
la madrugada anunciaban,
a la cocina rumbiaba
el gaucho... que era un encanto. | 39 | 6 |
Doncella, set vos la lanza
De Aquiles, que si me hería,
Prestamente convertía
La dolor en bienandanza.
Mi bien y mi contemplanza,
Si hirió con vuestra presencia,
No tarde vuestra clemencia
Con saludable esperanza. | 3 | 8 |
Al tocar esparcía
Aromas del rosal
De la Virgen María. | 42 | 3 |
Entre las montañas que alumbra la luna
traza un aquelarre su ronda nocturna,
y repercutiendo en las peñas abruptas
resuena en el aire el son de una música.
Al genio evocadas de humana locura
saltan de las fosas y dejan la tumba
Mitrídates, Safo, Cleopatra la impura,
Elena arrastrando la espléndida túnica,
la vil Mesalina, la Cava perjura,
y reyes y vates y egregias figuras
de siglos y edades barajan y juntan;
tropel anacrónico que en mezcla confusa
rompe de la historia las páginas mudas,
y en ronda macábrica serpea y ondula
entre un oleaje de flores y plumas. | 29 | 15 |
Esa hermosa compañera
de Titón se demostraba,
y sus fustas las bogaba
en contra nuestra rivera;
y la más confina esfera
a los mortales sentía
la matinal alegría,
maguer fuese postrimera. | 3 | 8 |
Corazon gastado, mofa
De la mujer que corteja,
Y, hoy despreciándola, deja
La que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca.
Ni recuerda en lo pasado
La mujer que ha abandonado,
Ni el dinero que perdió. | 23 | 8 |