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411
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Yo os prometí, mi libertad querida,
no cautivaros más, ni daros pena;
pero promesa en potestad ajena,
¿cómo puede obligar a ser cumplida? | 10 | 4 |
Me fartaron los testigos:
Señó, yo no la he robao;
eya se bino conmigo. | 41 | 3 |
y salís que parecéis
el pabellón de Holofernes,
y como el domingo, el viernes
en esto os entretenéis, | 27 | 4 |
El tiempo hizo mudanza,
dándome revés tamaño,
que, no contento del daño,
mató también la esperanza.
Y de verme, estando encima,
por el suelo derribado,
contemplar en lo pasado
la memoria me lastima | 4 | 8 |
y, en voz que ni de tierna ni süave
tenía un solo adárame, gritando
dijo, tal vez colérico y tal grave, | 43 | 3 |
¿Qué caváis en este suelo,
gran Reina, tan deseosa?
Busco la Cruz gloriosa
en que el alto Rey del cielo
vertió su sangre preciosa.
Y con ansia de amor quiero
que cojan polvo mis haldas,
por sacar aquel madero
en que el divino Cordero
tuvo puestas sus espaldas. | 6 | 10 |
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...,
ésas... ¡no volverán! | 40 | 4 |
¿No te bastan los rayos de tus ojos,
de tu mejilla la purpúrea rosa,
la planta breve, la cintura airosa,
ni el suave encanto de tus labios rojos? | 10 | 4 |
Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata! | 40 | 4 |
¿La más preciada virtud?
Salud
¿Qué quieren todos y quiero?
Dinero
¿Cuál el tesoro mayor?
Amor
Tres cosas pido Señor
y juro no pedir más.
Seré feliz si me das:
Salud, dinero y amor. | 24 | 10 |
sobre el polo y el trópico la Paz; y el orbe gira
en un ritmo uniforme por una propia lira: | 7 | 2 |
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos. | 19 | 5 |
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta. | 35 | 4 |
Vuesamerced me mandó,
si de ello tiene memoria,
que le trovase la historia
de la Cruz que nos salvó;
de cuya causa han estado
en batalla y diferencia,
de un cabo mi insuficiencia,
y de otro vuestro mandado. | 4 | 8 |
No lo toquéis.
En vuestras manos
se deshará como papel recién quemado
que se torna ceniza si se toca.
Como el aroma de la última
rosa, que se marchita
en el jardín abandonado.
Solo, solo en sus manos.
Mi corazón | 20 | 9 |
No pude ver conclusión
aunque los vi ser placientes
de tornarme responsión
con graciosos continentes,
por gran multitud de gentes
que entraron en la montaña:
ya tan fermosa compaña
no vieron hombres vivientes. | 3 | 8 |
La marea empuja
al bote contra el muelle:
¿Sueño mecido? | 18 | 3 |
Ay, cana, cana, cana, cana, cana,
somos alga, ceniza, musgo, flama. | 7 | 2 |
Del golpe cayó herida
aquella torre excelsa,
de la cual mil escudos
pendían, coronando sus almenas. | 13 | 4 |
Y Diana me depara
en todo tiempo venados,
y fuentes con agua clara
en los valles apartados;
y arcos amaestrados,
con que hago ciertos tiros,
y centauros y sátiros
me demuestra en los collados. | 23 | 8 |
Aqueste mas turbado,
¿quien le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto? | 19 | 5 |
La vieja de mi suegra
me dio unos cuadros
cada vez que reñimos
los descolgamos.
de esta manera
a cuestas siempre andamos
con la escalera. | 31 | 7 |
¿Quién crea tanta injusticia?
¡Codicia!
¿Acaso es este monarca?
¡La parca!
¿Y qué si nos rebelamos?
¡Luchamos!
Pensad lo que soportamos
por la avaricia de otros
sin olvidar que nosotros
codicia parca luchamos. | 24 | 13 |
No dormía; vagaba en ese limbo
en que cambian de forma los objetos,
misteriosos espacios que separan
la vigilia del sueño. | 40 | 4 |
Uy esta rama
tan parecida a un hombre
croa el poema. | 18 | 3 |
¡Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos; | 19 | 5 |
¡Oh, canas de los viejos ermitaños
que, cual nieve de cumbres desoladas,
no las vieron brotar ojos extraños,
ni alisaron jamás manos armadas!,
¡oh, canas de los viejos ermitaños! | 25 | 5 |
La mayor cuita que haber
puede ningún amador
es membrarse del placer
en el tiempo del dolor;
e maguer que el ardor
del fuego nos atormenta
mayor dolor nos aumenta
esta tristeza y langor. | 23 | 8 |
Tañía en la gloria del alba
Una campana celestial,
Y el alma de las yerbas, iba
Trémula de amor y humildad,
A juntarse con la campana
En el aire lleno de paz. | 37 | 6 |
Reina de Chipre, diosa de Citeres;
Tú que a los dioses y a los hombres mandas
¿Por qué no ablandas a la dulce Cloris?
Mándalo, Venus. | 17 | 4 |
no se alza dos ni aun un coto del suelo,
grande amiga de bodas y bautismos,
larga de manos, corta de cerbelo. | 43 | 3 |
De allí los dos amantes deseosos
a restaurar se van de sus tormentos
al rico lecho, adonde, muy gozosos,
despiden los pasados pensamientos.
No seáis, pues, amantes, envidiosos
ni presumáis más que ellos de contentos;
que entre ellos dos nació la mayor parte
del gozo que en el mundo se reparte. | 21 | 8 |
Hay una voz secreta, un dulce canto,
que el alma sólo recogida entiende;
un sentimiento misterioso y santo,
que del barro al espíritu desprende:
agreste, vago y solitario encanto
que en inefable amor el alma enciende,
volando tras la imagen peregrina
el corazón de su ilusión divina. | 22 | 8 |
y luego, abriendo la boca,
hacer tres o cuatro gestos
más locos y descompuestos
que una mona cuando coca; | 27 | 4 |
Los que traemos por dón
de suprema excelsitud,
de la cuna al ataúd
el ser de la inspiración,
brindamos al corazón
el celestial elixir
que hacer querer y sentir,
y en un inmenso anhelar,
luchamos por penetrar
el velo del porvenir. | 14 | 10 |
Al poder de los cetros
en el asunto empeña,
engañando alevoso
la mente de los príncipes sincera. | 13 | 4 |
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía. | 35 | 4 |
Allá por esas quebradas
verás balando corderos,
por acá muertos carneros,
ovejas abarrancadas,
los panes todos comidos
y los vedados pacidos,
y aun las huertas de la villa:
tal estrago en Esperilla
nunca vieron los nacidos. | 20 | 9 |
Cómo te dicen, dinos,
flor cineraria?
Entre los andaluces,
la pasionaria. | 30 | 4 |
Y aunque mucho estés airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada
del que allí escribió tu nombre.
No ser querida y amar
fuera triste desplacer;
más ¿qué tormento o pesar
te puede, ninfa, causar
ser querida y no querer? | 6 | 10 |
Tornó al esquivo planto,
como de cabo, diziendo:
"Venid, non vos deteniendo;
e resuene vuestro llanto
en los cóncavos peñedos;
e tornad tristes los ledos
amadores, en espanto | 5 | 7 |
Y la nocturna belleza,
como vencida, se huía,
y sus péñolas cogía,
aunque sintiese graveza:
y como Alighieri reza
donde cuenta que durmió,
en sueños me pareció
ver una tal extrañeza. | 3 | 8 |
Tú la dejaste llorando,
yo llegueme luego allí,
quejóseme ella de ti,
respondile suspirando:
"No te espantes de esta fiera,
porque no está su placer
en solo ella no querer
sino en que ninguna quiera." | 4 | 8 |
Mis retóricos suspiros
no te dijeron la causa,
mas, quien sin cuidado vive,
poco en acciones repara. | 0 | 4 |
Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer. | 40 | 4 |
Alta estaba la peña
nace la malva en ella. | 7 | 2 |
donde comete el delito.
Tal puede ser que los dos
vamos, queriéndolo Dios.
A su piedad lo remito. | 27 | 4 |
poeta primerizo, insigne empero,
en cuyo ingenio Apolo deposita
sus glorias para el tiempo venidero. | 43 | 3 |
Potro de negro color,
nariz ancha, fino cabo,
crespa crin, tendido rabo,
cuello fino, ojo avizor;
enjaezado con primor,
de Alí corcel de combate,
nunca el cansancio lo abate
y casi no imprime el callo,
cuando se siente el caballo
herido del acicate. | 14 | 10 |
Por doquiera donde vaya,
el recuerdo irá conmigo,
Del corazón de Masaya,
Tan hidalgo y tan amigo. | 9 | 4 |
Cuando te bi en la cama,
a mi corasón de ducas
se le cayeron las alas. | 41 | 3 |
Callo la gloria que siento
en mi dulce perdición,
por no perder el contento
que tengo de mi pasión. | 9 | 4 |
Somos culpables
de todo lo que hicimos...
y del silencio. | 18 | 3 |
Ninguno me hable de penas
porque yo penando vivo
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho más alvertido. | 39 | 6 |
Si tu gusto favorece,
zagaleja, mis deseos,
tú serás mi eterna llama,
y yo la envidia del pueblo.
Ocho meses te he seguido,
fino amándote en secreto
por tus injustos desdenes
y con temor de tus deudos.
Las ansias y los suspiros
que debes a mi silencio
sábelo Amor solamente,
o mi pecho, que es lo mesmo.
¡Qué de noches a tus rejas
los centellantes luceros,
y de las aves al alba
me encontraron los gorjeos!
Mas nunca bien ocultarse
pueden el querer y el fuego,
pues ya todos en tu casa
saben del mal que adolezco.
Necedad es la porfía
de callar más mis intentos,
que nunca ganó el cobarde
de amor en el dulce juego.
Ayer me dijo Belarda
que, si la calle paseo,
tu madre misma se ríe
y aprueba mi galanteo,
que tu padre bien me quiere
y que a tus hermanas debo
voluntad y compasión:
¡ay!, toma en ellas ejemplo.
Yo, zagaleja, te adoro;
que en la noche de los fuegos
te consagré mi albedrío;
perdona el atrevimiento.
Mas no, esquiva, no desdeñes
por la humildad del sujeto
un pecho tierno y sencillo,
esclavo de tus ojuelos,
que en el don que ofrece el pobre
no debe mirarse al precio
si la voluntad lo ensalza
y lo hidalgo del afecto.
Mil y mil almas te diera
si yo fuera de ellas dueño,
una te doy que me cupo:
no merezca tu desprecio,
que ni más fiel ni más pura
cabe en amoroso pecho,
ni corazón más leal
o rendido a tus preceptos. | 28 | 52 |
Mira el "Litri", Aparicio.
¿Y ese valiente?
El Niño de la Isla,
sobresaliente. | 30 | 4 |
¿Por qué este dolor no cede?
–No puede.
¿Dará, un día, marcha atrás?
–Jamás.
¿Que depara el porvenir?
–Morir.
Aunque tuvo que partir
lo llevo siempre a mi lado,
porque todo ser amado
no puede jamás morir. | 24 | 10 |
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.
El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño .
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.
Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos .
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos. | 28 | 24 |
No llames la fortuna,
Que es mal mandada.
y jamás ella viene
Donde la llaman;
y aun es tan loca,
Que el que menos merece,
Mejor la logra. | 31 | 7 |
«¿No son poetas?» «Sí». «Pues yo no acierto
a pensar por qué causa se desprecian
de salir con su ingenio a campo abierto. | 43 | 3 |
Se quebró el jarrito
pintao del querer.
¡Cómo plateros ni artistas joyeros
lo puen componer! | 32 | 4 |
Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman,
naides me pone el pie encima,
y cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona. | 39 | 6 |
La esperanza es el sueño
del desvelado,
y si este sueño pierde,
pierde el descanso:
que el hombre vive
dormido en la esperanza,
mientras existe. | 31 | 7 |
No quiero que me quieras,
ni yo quererte,
sino que me aborrezcas
y aborrezerte | 30 | 4 |
En tus promesas divinas
no me hablaste de dolores,
ni de tus pintadas flores
me enseñaste las espinas;
bajo las ondas marinas
hay escollos que temer;
ya tierra no alcanzo a ver
y mi costa no la encuentro,
porque ya estoy mar adentro
y no me puedo volver. | 14 | 10 |
El Creador del cielo, de la tierra y del mar,
Él me dé la su gracia y me quiera alumbrar;
y pueda de cantares un librete rimar
que aquellos que lo oyeren puedan solaz tomar. | 8 | 4 |
TAÑÍA una campana
En el azul cristal
De la paz aldeana. | 42 | 3 |
Pienso que habéis de venir,
si vais por ese camino,
a tomar el agua en vino,
como el danzar en reír. | 27 | 4 |
El aguador lloraba
Diciendo a gritos:
i Ay mis piés, y mis manos!
Y era el borrico.
Volvió al convento,
Después, como decimos
Del asno muerto | 31 | 7 |
¡Ay!, a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir...
Amargo es el dolor; pero siquiera
¡padecer es vivir! | 40 | 4 |
puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que las perlas cría; | 43 | 3 |
Para la boda el tiempo señalado
Llegó en la hermosa luna de Giumada,
Que trajo la apacible primavera
A presenciar la fiesta y celebrarla.
Al rojo amanecer de hermoso dia,
Cuando del sol apenas esmaltaba
La clara lumbre en la vecina sierra
De la fragosa cima las pizarras,
Después que el Almueden , de la mezquita
En el alto alminar, con voces altas,
No hay mas que un solo Dios, venid, ó fieles,
A adorarle venid, ronco gritaba;
El estruendo de trompas y atabales,
Panderos, añafiles y dulzainas
Anunciaron al orbe, que aquel dia
Al júbilo y placer se destinaba.
Mil cautivos cristianos recobraron
Su libertad en tan feliz mañana,
Que Almanzor generoso sin rescate
Sus cadenas benéfico desata.
Parientes del Hagib cien caballeros
Con las marlotas de esplendente grana
Y con blancas garzotas los turbantes
Corren de la ciudad calles y plazas,
En revueltos caballos berberiscos,
Cándidos cual la espuma con que esmaltan
Los frenos y pretales, adornados
De cascabeles de sonora plata.
Y desterrando el perezoso sueño
Con la estruendosa y plácida alborada,
"Viva", gritando van, "los claros nombres
" De Abdimelik y Habiba edades largas."
El pueblo en derredor de ellos se agolpa,
Y repite los vivas, y engalana
Pórticos, rejas, torres y azoteas
Con alfombras, damascos y guirnaldas
Y la alegría bulliciosa tiende
Por toda la ciudad risueñas alas,
Y cunde la confusa muchedumbre,
Y en vivas á Almanzor se inunda el aura.
Pues sus altas proezas, sus laureles,
La gloria que su brazo da á la patria.
La justicia y virtud con que gobierna,
La protección con que el saber ampara,
Su generosa condición, su aspecto,
Su nombre y los recuerdos de su hermana,
Cual genio tutelar le representan
Al pueblo musulmán, que le idolatra.
Cuando ya el sol sus rayos estendía,
Abriéronse las puertas del alcázar
Del potente Almanzor, saliendo de ellas
Doce guerreros con lucientes armas.
Eran los doce jeques y adalides,
Que al Hagib en la guerra acompañaban
Y que á su lado con insignes hechos
Dieran asunto al canto de la Fama.
En lozanos corceles, que pomposos
Pausados mueven la lijera planta,
De dos en dos siguiendo un estandarte,
Montes de acero, silenciosos marchan.
Después veinte lindísimas doncellas,
Que á las eternas Huris deslustraran.
Cubiertas hasta el pié de blanco lino.
Con ricas tocas que hasta el suelo bajan,
De azahares, y jazmines, y perpetuas,
Y frescos arrayanes coronadas,
Siguen, cantando deliciosos versos
Al dulce son de sonorosas flautas.
Unas llevan perfumes olorosos
En braseros de esmalte y filigrana,
Otras de flores lindos ramilletes,
Otras de oro y marfil lijeras mazas.
De este coro de vírgenes Kerima
Era bello adalid, y descollaba
Entre ellas en beldad y en gentileza,
Como en el bosque la garbosa palma.
En pos, cercados de altos personajes,
Nobles matronas y gentiles damas,
Los jóvenes esposos aparecen,
Ofuscando del sol la lumbre clara.
Habiba hermosa, cuya faz divina
Como la rosa del abril temprana,
Rojo matiz de pudoroso encanto
De inestimable resplandor esmalta,
Ostenta larga ropa rozagante
De rica seda del color del alba.
Do brillan, como brillan los luceros,
Lazos de aljcSfar, flores de esmeraldas.
Las luengas trenzas, que hasta el suelo llegan
Aventajando al oro de la Arabia,
Recoge en parte delicada toca,
Y de Cándidas rosas la guirnalda;
Y de ella pende, y por el aire ondea
Gallardo velo de tejida plata,
Prendido con un rico camafeo,
Y un penacho gentil de plumas blancas.
De gruesas perlas y zafiros lleva
Cubierta la hermosísima garganta,
Los bellos brazos, el pulido talle.
La fimbria de la veste y las sandalias,
Abdimelik la lleva de la mano,
De los dulces afectos de su alma
Dando indicios los ojos, en que brilla
Del puro amor la inextinguible llama.
El insigne Almanzor, á cuya vista
Respetuoso el pueblo se postraba,
Y Ornar, gloria también del Islamismo,
A los tiernos esposos acompañan;
Mostrando en sus semblantes generosos
El gozo que en sus pechos se dilata,
Y que el amor del mando y de la gloria
Al paternal amor ceden la palma.
El anciano Cadí con verdes ropas,
Pacífico semblante y luenga barba,
Con ellos va, la pompa presidiendo,
Y seis pajes en pos con alabardas
Y entre un tropel, vistoso por sus trajes,
De l í b e n o s , de esclavos y de esclavas,
Treinta etiopes de atezados miembros,
Y descubierta la anchurosa espalda,
Y en los nervudos brazos y en los cuellos
Fuertes argollas de bruñida plata,
Llevan cargados los robustos hombros
De cedro y de ciprés con grandes arcas,
En que va el acidaque ü de la esposa,
Y los ricos presentes y las galas
Bajilias, telas, pieles y alcatifas,
Que los deudos y amigos le regalan.
Otros conducen en pequeños cofres ,
De azabache embutidos y de nácar,
Ambares y perfumes, ricas joyas
Y hermosas plumas de colores varias.
Y cerrando esta grave comitiva
Veinte mancebos en hileras marchan,
Todos de las familias mas ilustres,
Y del imperio todos esperanza ;
Vestidos de morado, blanco y verde,
Y amorosas empresas recamadas.
Gallardos llevan con gentil despejo
Al hombro las lijeras azagayas.
Capitán de esta noble compañía,
De muchos á despecho y con no extraña
Sorpresa y con envidia, era el mancebo
A quien su origen infeliz degrada.
Mas Almanzor potente lo dispuso,
Abdimelik lo quiso, y esto basta :
Que el favor de tan altos personajes
xiun montes mas difíciles allana.
Por lo mejor de Córdoba atraviesa
La rica y lucidísima comparsa,
Hollando arena y esparcidas juncias.
Olorosos mastranzos y espadañas;
Y entre los vivas del inmenso pueblo,
Que á p i é , á caballo, con vistosas galas,
Se agolpa presuroso á todos lados,
Y hierre en calles, pórticos y plazas.
Y desde los terrados y alminares,
Garridas moras olorosas aguas
Y deshojadas flores dan al viento,
Al mismo punto en que los novios pasan.
Llegan á la magnífica mezquita,
Que en medio de naranjos y de palmas,
De Abderraman eternizando el nombre,
Oscurecía al templo de la Caaba ;
Y concluido el azalá escucharon
Con gran silencio la leyenda santa,
Que desde el almimbar de cedro y oro
Pronunció el Almocrí con voz pausarla.
Abundantes limosnas repartieron,
Cuando se terminaron las plegarias.
A hospitales, hospicios y prisiones,
A doncellas, á huérfanas y á ancianas.
Y con toda la ilustre comitiva
La mezquita dejaron, y la marcha
Dirigieron gozosos á la Almunia,
Do con su corte Hixcen los esperaba ;
Pues aunque nunca los palacios deja
Y encantados jardines de Zahara,
Las riendas del gobierno abandonando
De su valido al zelo y mano sabia ;
Para mostrar de su favor lo firme,
Y la tierna amistad que le consagra.
Quiere á la boda y al nupcial banquete
Con su presencia dar mas lustre y fama. | 29 | 185 |
Apenas callaba la Bestia cruenta,
cuando sentimos muy gran terremoto;
y todo su ínfimo centro comoto,
la tierra por partes diversas revienta.
Sale bramando, bien como tormenta,
un escuadrón de los fuertes gigantes,
los cuales estaban allí latitantes
después que quisieron hacer el afrenta
a Júpiter sumo, feroz, debelantes. | 20 | 9 |
Llega de embajador el noble Lara
A esta insigne ciudad, y se presenta
Al irritado Hixcen, que al recibirle
Admiró su gallarda gentileza.
Giafar....(sí, de Giafar y de Velázquez
Las almas se entendían : tal vez era
Uno mismo el demonio que guiaba
A ambos á unjiempo por distinta senda)
" Giafar le vio con el placer amargo
Del que á gozar venganza va completa
De aquel á quien envidia, y que á despecho
Le admira casi mas que le detesta."
" L e tiene en su poder....Mas ¿por ventura
Querrá á Velázquez contentar, la guerra
Suspendiendo?.... jamas, jamas. Castilla
Debería de nuevo su existencia "
De Lava al sacrificio generoso.
Si otra vez d su esfuerzo la debiera.
Cual m á r t i r le adorara el pueblo hispano.
Toda la cristiandad.... No en su cabeza,"
" E n su nombre, en su nombre mi venganza.
Para que digna de mi encono sea,
Se saciara, poniéndole el v i l sello
De m a l d i c i ó n sin fin, de infamia eterna."
" Así pensó Giafar : su fantasía
Abrazó con placer tales ideas,
Y al aprestarse á darles cumplimiento,
El éxito terrible saborea.
Grandes obsequios y afectada pompa
De Lara el noble en derredor desplega;
Oye atento y afable su embajada,
Y que á todo se allana, le demuestra,"
" P o r respeto á su nombre y su persona^
Y con elogios mil le lisonjea.
Establecióse un armisticio, y luego
Solemnes pactos de inviolable tregua,"
u Exigiendo tansolo de Castilla
Corto tributo á fuer de recompensa,
Y en reboñes del tratado dos presidios,
Que ocupaba el cristiano en la frontera."
"Del éxito feliz de su mensaje
Ufano Gústios, regresar anhela
Para anunciarlo á Burgos por sí mismo ;
Mas Giafar le detiene, le sujeta"
tf Con fingido pretexto, y le decide
A enviar un caballero con presteza.
Que lleve al conde Sancho de Castilla
De la ajustada paz la ansiada nueva."
" Y o en tanto disfrutarla compañía
Pude en mi patria de mi amigo apenas.
Giafar sabía mi amistad con Lara,
Y la temió y habiéndose en Yalenci
Por aquel tiempo un jeque declarado
En rebelión, mandóme á toda priesa
Marchar á sujetarle cargo honroso,
Que renunciar no pude, aunque quisiera."
" Al dejar estos muros, en mis brazos
Estreché á Gústios con el alma llena
De atroz presentimiento y, Parte pronto,
Le dijo solo mi afligida lengua."
Quedóse á mi pesar. Llegó el tratado
A. Burgos, que gozosa con la tregua,
Se alzó del hondo espanto en que yacía
Cesando sus aprestos de defensa."
"Entregó los castillos concertados.
El tributo también, y las banderas
Dispersó ya reunidas en los campos,
Y al dulce sueño de la paz se entrega."
" O h Castilla infeliz y descuidada!
Por Giafar avisados con reserva
Juzef y los caudillos, que escondidos
Se mantuvieron siempre en la frontera;"
" E n cuanto desarmados á los pueblos
Vieron, y sus mesnadas ya dispersas,
Entraron furibundos á mansalva.
Fuego, sangre, exterminio, muerte, guerra
Y esclavitud sembrando hasta la orilla
Del claro Arlanza y al clamor que suena,
Présago de ruina inevitable,
De Burgos retemblaron las almenas."
" El conde, el arzobispo, el pueblo lodo,
Que es de Lara traición al punto piensan ;
De Lara que ha querido adormecerlos,
Para vengar á salvo sus ofensas;
íl Mas del último apuro los cristianos
Sacando nuevo ardor y saña nueva,
Resuélvense á morir como valientes
En noble y obstinada resistencia. | 29 | 89 |
Entienda usté a las mujeres...
Si lo quieren, no lo dicen;
si lo dicen, no lo quieren. | 41 | 3 |
¡Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
Siempre íbamos prevenidos
pues en tales ocasiones,
a ayudarles a los piones
caiban muchos comedidos. | 39 | 6 |
Si escucha un conocido, tierno acento,
Anhelante despierta, en torno gira
los arrasados ojos y respira
Poseído de un nuevo y alto aliento, | 10 | 5 |
Quien por estarse ocioso
pide limosna,
debe restituirla,
porque la roba;
pues deben todos
procurarse el sustento
sudando el rostro. | 31 | 7 |
Preguntéle al parlero si en la bella
ninfa alguna deidad se disfrazaba
que fuese justo el adorar en ella; | 43 | 3 |
y la primera oración
es consultar el espejo,
con notable sobrecejo
de ver su misma visión; | 27 | 4 |
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay trinar. | 35 | 4 |
A mí el Juez me tomó entre ojos
en la última votación
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición. | 39 | 6 |
Nada contiene el mundo
que sea durable,
excepto la inconstancia,
que es la constante:
sigue esta regla,
y no hallarás errada
jamás tu cuenta. | 31 | 7 |
Y llegada a su presencia,
con dulce rostro riendo,
la gravedad no perdiendo,
con amor y reverencia
la saludaste diciendo:
«Dios os salve, Madre mía;
la gracia del que me envía
tanta parte os dé de sí,
cuanta gloria me da a mí
con miraros este día. | 6 | 10 |
Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, cuando no arrastrados
de tardos bueyes, cual su dueño errantes;
sin pastor que los silbe, los ganados
los crujidos ignoran resonantes,
de las hondas, si, en vez del pastor pobre,
el céfiro no silba, o cruje el robre. | 22 | 8 |
Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es;
yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez. | 40 | 4 |
Por hacerle servicio y por más le alegrar
convidáronle todos para darle a yantar;
le rogaron señale a quién sacrificar;
mandó matar un toro, que podría bastar. | 8 | 4 |
Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
yambos ojos en la tierra, | 0 | 4 |
Discreto, para darle el arcipreste
El tiempo indispensable, concluidas
De Gústios y del pueblo las plegarias,
Con gran solemnidad y melodía
Cantó un largo Te Deum, y un discurso
O plática muy larga y muy prolija
Hizo á sus feligreses, que ignorantes
Bostezaron tal vez, aunque de citas
De la santa Escritura estaba llena,
Que era gran sabidor. Después aplica
A los ojos inútiles del viejo
Salmos, y bendiciones, y reliquias,
Y da con ellas paz á los hidalgos ;
Y por ganar mas tiempo, á una capilla
Conduce á Gústios y á otros personajes,
Y allí difusamente traza y pinta
Los reparos y nuevos ornamentos
De que la iglesia aquella necesita;
Entablando sagaz de estas materias
Una conversación entretenida.
Llegó por fin el suspirado aviso
De estar la mesa ya dispuesta y lista,
Y el cortes arcipreste á Lara y Ñuño,
Capellanes é hidalgos les suplica,
Que con él hagan penitencia Todos
Aceptan el convite, y se encaminan
Acia la casa arcipreslal, en donde
El ama, tan oronda como limpia.
Con tocas de cendal cual nieve pura.
Que las castañas trenzas mal cubrían.
Un brial de paño verde, guarnecido
De franjas de oro, mangas con prolijas
Bordaduras de azul, de rojo y negro,
Y aljófares al cuello, y varias cintas,
Y medallas, y cruces de azabache,
Señala á cada huésped puesto y silla.
Fué harto largo el festin : en él tuvieron
Lugar escenas varias y distintas
De disgusto y placer, como acontece
En todos los sucesos de la vida.
Lara apenas gustaba los manjares,
Y si una ú otra vez dulce sonrisa
Sus labios desplegó, mas á menudo
Ofuscaron su faz nubes sombrías.
Alzados los manteles, á las manos
Agua, y gracias á Dios dadas, se inclina
El arcipreste á Lara, y en el nombre
De todos los presentes, le suplica,
Que alguna relación, aunqué lijera.
De su larga prisión hacer se sirva
Y cortesmente luego á Ñuño pide,
Que en pos de su señor también les diga
Algo de sus larguísimos viajes,
Y de su vuelta rápida á Castilla.
Como es tan agradable de sí mismo
Hablar, aunqué pesares y desdichas
Solo haya que decir ; Gonzalo y Ñuño
No se hacen de rogar, y al ver que indica
El primero que á hablar va sin demora;
Silencio demandando, mayor grita
En el salón se alzó por un momento,
Y á dos ó tres que estaban de tal guisa,
Que era imposible que callar pudiesen.
En hombros á sus casas los envían.
Ábrense las ventanas y las puertas,
Por las que el pueblo audaz se precipita
En silenciosa confusión, ansiando
Escuchar portentosas maravillas. | 29 | 69 |
No estás ya aquí. Lo que veo
de ti, cuerpo, es sombra, engaño.
El alma tuya se fue
donde tú te irás mañana.
Aún esta tarde me ofrece
falsos rehenes, sonrisas
vagas, ademanes lentos,
un amor ya distraído.
Pero tu intención de ir
te llevó donde querías,
lejos de aquí, donde estás
diciéndome:
aquí estoy contigo, mira.
Y me señalas la ausencia. | 45 | 14 |
Yo corté una rosa
llenita de espinas...
Como las rosas espinitas tienen,
son las más bonitas. | 32 | 4 |
Ime con quién andas
te iré quién eres;
como tú anda con malas presonas,
malito tú eres. | 32 | 4 |
Oye, señora, benigna
los inocentes cantares
que del Tormes en la vega
dicta Amor a sus zagales,
los cantares que algún día
envueltos en tiernos ayes
tal vez las serranas bellas
oyeron con rostro afable.
En la primavera alegre
de mis años con süave
caramillo y blandos tonos
los canté por estos valles,
cuando el bozo delicado
aún no empezaba a apuntarme,
ni el ánimo me afligían
los sabios con sus verdades.
La dulce Naturaleza,
como cariñosa madre,
despertó mi helado pecho,
y el Amor me hizo quejarme.
Entonces, ¡quién unos días
volviera tan agradables!,
vi la fuerza encantadora
de unos ojos celestiales,
el imán irresistible
de un halagüeño semblante,
y las delicias de un habla
toda mieles y azahares;
y embebecido y colgado
de sus gracias y donaires,
recibí la ley rendido,
y temí el rigor cobarde.
Yo adoré y gocé venturas,
o lloré agudos pesares.
¿Es acaso amar delito?
¡Quién no será de él culpable!
¡Quién en la feliz aurora
de una edad crédula y fácil,
cuando todo al gusto ríe
y el seno en júbilos arde,
no cedió al plácido aliento
que bonancible a engolfarse
por el sosegado golfo
lleva su inexperta nave!
Después los años severos,
sufridos ya los embates
por desconocidos rumbos
de mil fieros huracanes,
aherrojándome imperiosos
con sus cadenas fatales,
en voz triste y faz ceñuda
mandaron que atrás tornase.
¡Ay, qué bárbaras contiendas!
¡Oh, qué encendidos combates!
¿Por qué para obedecerlos,
blando Amor, debí dejarte?
Hícelo al fin, y aun ansiando
volver iluso a embarcarme,
por la paz de las cabañas
troqué los revueltos mares.
Quedáronme de mis yerros
estas quejas lamentables,
que a besar tus pies dichosas
vuelan hoy al Manzanares.
Ellas en más claros días
templaron mis crudos males,
y aun ahora en blando alivio
me ordena Amor que las cante.
Óyelas, pues, y no temas,
no temas que ellas te engañen;
que Amor no finge en el campo
como finge en las ciudades. | 28 | 72 |
Y cuando muerto le vio,
Hero, cual Leandro fiel,
se arrojó al agua y murió
como él, por él y con él. | 9 | 4 |
El Sagrario está abierto
Vamos llegando
que la mesa está puesta,
Dios convidando. | 30 | 4 |
La verde color del mar,
con sus ondas presurosas,
y todas las otras cosas
entonces han de cesar.
La tierra perecerá,
los ríos secará el fuego;
triste son sonará luego,
que de lo alto se oirá. | 4 | 8 |
A cazar va don Rodrigo
y aun don Rodrigo de Lara;
con la gran siesta que hace,
arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
que si a manos le hubiese,
que le sacaría el alma.
El señor estando en esto,
Mudarrillo que asomaba.
Dios te salve, caballero,
debajo la verde haya.
Así haga a ti, escudero;
buena sea tu llegada.
Digasme tú, el caballero,
¿cómo era la tu gracia?
A mí dicen don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos,
hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube
los siete infantes de Salas.
Espero aquí a Mudarrillo,
hijo de la renegada;
si delante lo tuviese,
yo le sacaría el alma.
Si a ti dicen don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,
hijo de la renegada,
de Gonzalo Gustos hijo,
y alnado de doña Sancha;
por hermanos me los hube
los siete infantes de Salas.
Tú los vendistes, traidor,
en el val de Arabiana;
mas, si Dios a mí me ayuda,
aquí dejarás el alma.
Espéresme, don Gonzalo,
iré a tomar las mis armas.
El espera que tú diste
a los infantes de Lara:
Aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha. | 28 | 45 |
«El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
infernales; | 39 | 6 |
¡Oh, canas de los viejos soñadores
caminando en tropel hacia el olvido
bajo el áspero fardo de dolores
que habéis de la existencia recibido!,
¡oh, canas de los viejos soñadores! | 25 | 5 |
Hastiada de reinar con la hermosura
que te dio el cielo, por nativo dote,
pediste al arte su potente auxilio
para sentir el anhelado goce
de ostentar la hermosura de las hijas
del país de los anchos quitasoles
pintados de doradas mariposas
revoloteando entre azulinas flores.
Borrando de tu faz el fondo níveo
Hiciste que adquiriera los colores
Pálidos de los rayos de la Luna,
Cuando atraviesan los sonoros bosques
De flexibles bambúes. Tus mejillas
Pintaste con el tinte que se esconde
En el rojo cinabrio. Perfumaste
De almizcle conservado en negro cofre
Tus formas virginales. Con oscura
Pluma de golondrina puesta al borde
De ardiente pebetero, prolongaste
De tus cejas el arco. Acomodose
Tu cuerpo erguido en amarilla estera
Y, ante el espejo oval, montado en cobre,
Recogiste el raudal de tus cabellos
Con agujas de oro y blancas flores. | 29 | 24 |