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2
411
Yo os prometí, mi libertad querida, no cautivaros más, ni daros pena; pero promesa en potestad ajena, ¿cómo puede obligar a ser cumplida?
10
4
Me fartaron los testigos: Señó, yo no la he robao; eya se bino conmigo.
41
3
y salís que parecéis el pabellón de Holofernes, y como el domingo, el viernes en esto os entretenéis,
27
4
El tiempo hizo mudanza, dándome revés tamaño, que, no contento del daño, mató también la esperanza. Y de verme, estando encima, por el suelo derribado, contemplar en lo pasado la memoria me lastima
4
8
y, en voz que ni de tierna ni süave tenía un solo adárame, gritando dijo, tal vez colérico y tal grave,
43
3
¿Qué caváis en este suelo, gran Reina, tan deseosa? Busco la Cruz gloriosa en que el alto Rey del cielo vertió su sangre preciosa. Y con ansia de amor quiero que cojan polvo mis haldas, por sacar aquel madero en que el divino Cordero tuvo puestas sus espaldas.
6
10
pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día..., ésas... ¡no volverán!
40
4
¿No te bastan los rayos de tus ojos, de tu mejilla la purpúrea rosa, la planta breve, la cintura airosa, ni el suave encanto de tus labios rojos?
10
4
Cayó sobre mi espíritu la noche; en ira y en piedad se anegó el alma... ¡y entonces comprendí por qué se llora, y entonces comprendí por qué se mata!
40
4
¿La más preciada virtud? Salud ¿Qué quieren todos y quiero? Dinero ¿Cuál el tesoro mayor? Amor Tres cosas pido Señor y juro no pedir más. Seré feliz si me das: Salud, dinero y amor.
24
10
sobre el polo y el trópico la Paz; y el orbe gira en un ritmo uniforme por una propia lira:
7
2
Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos.
19
5
Rechinó en la vieja cancela mi llave; con agrio ruido abrióse la puerta de hierro mohoso y, al cerrarse, grave golpeó el silencio de la tarde muerta.
35
4
Vuesamerced me mandó, si de ello tiene memoria, que le trovase la historia de la Cruz que nos salvó; de cuya causa han estado en batalla y diferencia, de un cabo mi insuficiencia, y de otro vuestro mandado.
4
8
No lo toquéis. En vuestras manos se deshará como papel recién quemado que se torna ceniza si se toca. Como el aroma de la última rosa, que se marchita en el jardín abandonado. Solo, solo en sus manos. Mi corazón
20
9
No pude ver conclusión aunque los vi ser placientes de tornarme responsión con graciosos continentes, por gran multitud de gentes que entraron en la montaña: ya tan fermosa compaña no vieron hombres vivientes.
3
8
La marea empuja al bote contra el muelle: ¿Sueño mecido?
18
3
Ay, cana, cana, cana, cana, cana, somos alga, ceniza, musgo, flama.
7
2
Del golpe cayó herida aquella torre excelsa, de la cual mil escudos pendían, coronando sus almenas.
13
4
Y Diana me depara en todo tiempo venados, y fuentes con agua clara en los valles apartados; y arcos amaestrados, con que hago ciertos tiros, y centauros y sátiros me demuestra en los collados.
23
8
Aqueste mas turbado, ¿quien le pondrá ya freno? ¿Quién concierto al viento fiero, airado? Estando tú encubierto, ¿qué norte guiará la nave al puerto?
19
5
La vieja de mi suegra me dio unos cuadros cada vez que reñimos los descolgamos. de esta manera a cuestas siempre andamos con la escalera.
31
7
¿Quién crea tanta injusticia? ¡Codicia! ¿Acaso es este monarca? ¡La parca! ¿Y qué si nos rebelamos? ¡Luchamos! Pensad lo que soportamos por la avaricia de otros sin olvidar que nosotros codicia parca luchamos.
24
13
No dormía; vagaba en ese limbo en que cambian de forma los objetos, misteriosos espacios que separan la vigilia del sueño.
40
4
Uy esta rama tan parecida a un hombre croa el poema.
18
3
¡Mi amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos;
19
5
¡Oh, canas de los viejos ermitaños que, cual nieve de cumbres desoladas, no las vieron brotar ojos extraños, ni alisaron jamás manos armadas!, ¡oh, canas de los viejos ermitaños!
25
5
La mayor cuita que haber puede ningún amador es membrarse del placer en el tiempo del dolor; e maguer que el ardor del fuego nos atormenta mayor dolor nos aumenta esta tristeza y langor.
23
8
Tañía en la gloria del alba Una campana celestial, Y el alma de las yerbas, iba Trémula de amor y humildad, A juntarse con la campana En el aire lleno de paz.
37
6
Reina de Chipre, diosa de Citeres; Tú que a los dioses y a los hombres mandas ¿Por qué no ablandas a la dulce Cloris? Mándalo, Venus.
17
4
no se alza dos ni aun un coto del suelo, grande amiga de bodas y bautismos, larga de manos, corta de cerbelo.
43
3
De allí los dos amantes deseosos a restaurar se van de sus tormentos al rico lecho, adonde, muy gozosos, despiden los pasados pensamientos. No seáis, pues, amantes, envidiosos ni presumáis más que ellos de contentos; que entre ellos dos nació la mayor parte del gozo que en el mundo se reparte.
21
8
Hay una voz secreta, un dulce canto, que el alma sólo recogida entiende; un sentimiento misterioso y santo, que del barro al espíritu desprende: agreste, vago y solitario encanto que en inefable amor el alma enciende, volando tras la imagen peregrina el corazón de su ilusión divina.
22
8
y luego, abriendo la boca, hacer tres o cuatro gestos más locos y descompuestos que una mona cuando coca;
27
4
Los que traemos por dón de suprema excelsitud, de la cuna al ataúd el ser de la inspiración, brindamos al corazón el celestial elixir que hacer querer y sentir, y en un inmenso anhelar, luchamos por penetrar el velo del porvenir.
14
10
Al poder de los cetros en el asunto empeña, engañando alevoso la mente de los príncipes sincera.
13
4
Mi intelecto libré de pensar bajo, bañó el agua castalia el alma mía, peregrinó mi corazón y trajo de la sagrada selva la armonía.
35
4
Allá por esas quebradas verás balando corderos, por acá muertos carneros, ovejas abarrancadas, los panes todos comidos y los vedados pacidos, y aun las huertas de la villa: tal estrago en Esperilla nunca vieron los nacidos.
20
9
Cómo te dicen, dinos, flor cineraria? Entre los andaluces, la pasionaria.
30
4
Y aunque mucho estés airada, no creo yo que te asombre tanto el verte allí pintada, como el ver que eres amada del que allí escribió tu nombre. No ser querida y amar fuera triste desplacer; más ¿qué tormento o pesar te puede, ninfa, causar ser querida y no querer?
6
10
Tornó al esquivo planto, como de cabo, diziendo: "Venid, non vos deteniendo; e resuene vuestro llanto en los cóncavos peñedos; e tornad tristes los ledos amadores, en espanto
5
7
Y la nocturna belleza, como vencida, se huía, y sus péñolas cogía, aunque sintiese graveza: y como Alighieri reza donde cuenta que durmió, en sueños me pareció ver una tal extrañeza.
3
8
Tú la dejaste llorando, yo llegueme luego allí, quejóseme ella de ti, respondile suspirando: "No te espantes de esta fiera, porque no está su placer en solo ella no querer sino en que ninguna quiera."
4
8
Mis retóricos suspiros no te dijeron la causa, mas, quien sin cuidado vive, poco en acciones repara.
0
4
Yo sé por qué sonríes y lloras a la vez; yo penetro en los senos misteriosos de tu alma de mujer.
40
4
Alta estaba la peña nace la malva en ella.
7
2
donde comete el delito. Tal puede ser que los dos vamos, queriéndolo Dios. A su piedad lo remito.
27
4
poeta primerizo, insigne empero, en cuyo ingenio Apolo deposita sus glorias para el tiempo venidero.
43
3
Potro de negro color, nariz ancha, fino cabo, crespa crin, tendido rabo, cuello fino, ojo avizor; enjaezado con primor, de Alí corcel de combate, nunca el cansancio lo abate y casi no imprime el callo, cuando se siente el caballo herido del acicate.
14
10
Por doquiera donde vaya, el recuerdo irá conmigo, Del corazón de Masaya, Tan hidalgo y tan amigo.
9
4
Cuando te bi en la cama, a mi corasón de ducas se le cayeron las alas.
41
3
Callo la gloria que siento en mi dulce perdición, por no perder el contento que tengo de mi pasión.
9
4
Somos culpables de todo lo que hicimos... y del silencio.
18
3
Ninguno me hable de penas porque yo penando vivo y naides se muestre altivo aunque en el estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más alvertido.
39
6
Si tu gusto favorece, zagaleja, mis deseos, tú serás mi eterna llama, y yo la envidia del pueblo. Ocho meses te he seguido, fino amándote en secreto por tus injustos desdenes y con temor de tus deudos. Las ansias y los suspiros que debes a mi silencio sábelo Amor solamente, o mi pecho, que es lo mesmo. ¡Qué de noches a tus rejas los centellantes luceros, y de las aves al alba me encontraron los gorjeos! Mas nunca bien ocultarse pueden el querer y el fuego, pues ya todos en tu casa saben del mal que adolezco. Necedad es la porfía de callar más mis intentos, que nunca ganó el cobarde de amor en el dulce juego. Ayer me dijo Belarda que, si la calle paseo, tu madre misma se ríe y aprueba mi galanteo, que tu padre bien me quiere y que a tus hermanas debo voluntad y compasión: ¡ay!, toma en ellas ejemplo. Yo, zagaleja, te adoro; que en la noche de los fuegos te consagré mi albedrío; perdona el atrevimiento. Mas no, esquiva, no desdeñes por la humildad del sujeto un pecho tierno y sencillo, esclavo de tus ojuelos, que en el don que ofrece el pobre no debe mirarse al precio si la voluntad lo ensalza y lo hidalgo del afecto. Mil y mil almas te diera si yo fuera de ellas dueño, una te doy que me cupo: no merezca tu desprecio, que ni más fiel ni más pura cabe en amoroso pecho, ni corazón más leal o rendido a tus preceptos.
28
52
Mira el "Litri", Aparicio. ¿Y ese valiente? El Niño de la Isla, sobresaliente.
30
4
¿Por qué este dolor no cede? –No puede. ¿Dará, un día, marcha atrás? –Jamás. ¿Que depara el porvenir? –Morir. Aunque tuvo que partir lo llevo siempre a mi lado, porque todo ser amado no puede jamás morir.
24
10
En el balcón, un instante nos quedamos los dos solos. desde la dulce mañana de aquel día éramos novios. El paisaje soñoliento dormía sus vagos tonos, bajo el cielo gris y rosa del crepúsculo de otoño . Le dije que iba a besarla; bajó, serena, los ojos y me ofreció sus mejillas como quien pierde un tesoro. Caían las hojas muertas, en el jardín silencioso, y en el aire erraba aún un perfume de heliotropos . No se atrevía a mirarme; le dije que éramos novios, ...y las lágrimas rodaron de sus ojos melancólicos.
28
24
No llames la fortuna, Que es mal mandada. y jamás ella viene Donde la llaman; y aun es tan loca, Que el que menos merece, Mejor la logra.
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7
«¿No son poetas?» «Sí». «Pues yo no acierto a pensar por qué causa se desprecian de salir con su ingenio a campo abierto.
43
3
Se quebró el jarrito pintao del querer. ¡Cómo plateros ni artistas joyeros lo puen componer!
32
4
Con la guitarra en la mano ni las moscas se me arriman, naides me pone el pie encima, y cuando el pecho se entona, hago gemir a la prima y llorar a la bordona.
39
6
La esperanza es el sueño del desvelado, y si este sueño pierde, pierde el descanso: que el hombre vive dormido en la esperanza, mientras existe.
31
7
No quiero que me quieras, ni yo quererte, sino que me aborrezcas y aborrezerte
30
4
En tus promesas divinas no me hablaste de dolores, ni de tus pintadas flores me enseñaste las espinas; bajo las ondas marinas hay escollos que temer; ya tierra no alcanzo a ver y mi costa no la encuentro, porque ya estoy mar adentro y no me puedo volver.
14
10
El Creador del cielo, de la tierra y del mar, Él me dé la su gracia y me quiera alumbrar; y pueda de cantares un librete rimar que aquellos que lo oyeren puedan solaz tomar.
8
4
TAÑÍA una campana En el azul cristal De la paz aldeana.
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3
Pienso que habéis de venir, si vais por ese camino, a tomar el agua en vino, como el danzar en reír.
27
4
El aguador lloraba Diciendo a gritos: i Ay mis piés, y mis manos! Y era el borrico. Volvió al convento, Después, como decimos Del asno muerto
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7
¡Ay!, a veces me acuerdo suspirando del antiguo sufrir... Amargo es el dolor; pero siquiera ¡padecer es vivir!
40
4
puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más escura el alba bella que las perlas cría;
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3
Para la boda el tiempo señalado Llegó en la hermosa luna de Giumada, Que trajo la apacible primavera A presenciar la fiesta y celebrarla. Al rojo amanecer de hermoso dia, Cuando del sol apenas esmaltaba La clara lumbre en la vecina sierra De la fragosa cima las pizarras, Después que el Almueden , de la mezquita En el alto alminar, con voces altas, No hay mas que un solo Dios, venid, ó fieles, A adorarle venid, ronco gritaba; El estruendo de trompas y atabales, Panderos, añafiles y dulzainas Anunciaron al orbe, que aquel dia Al júbilo y placer se destinaba. Mil cautivos cristianos recobraron Su libertad en tan feliz mañana, Que Almanzor generoso sin rescate Sus cadenas benéfico desata. Parientes del Hagib cien caballeros Con las marlotas de esplendente grana Y con blancas garzotas los turbantes Corren de la ciudad calles y plazas, En revueltos caballos berberiscos, Cándidos cual la espuma con que esmaltan Los frenos y pretales, adornados De cascabeles de sonora plata. Y desterrando el perezoso sueño Con la estruendosa y plácida alborada, "Viva", gritando van, "los claros nombres " De Abdimelik y Habiba edades largas." El pueblo en derredor de ellos se agolpa, Y repite los vivas, y engalana Pórticos, rejas, torres y azoteas Con alfombras, damascos y guirnaldas Y la alegría bulliciosa tiende Por toda la ciudad risueñas alas, Y cunde la confusa muchedumbre, Y en vivas á Almanzor se inunda el aura. Pues sus altas proezas, sus laureles, La gloria que su brazo da á la patria. La justicia y virtud con que gobierna, La protección con que el saber ampara, Su generosa condición, su aspecto, Su nombre y los recuerdos de su hermana, Cual genio tutelar le representan Al pueblo musulmán, que le idolatra. Cuando ya el sol sus rayos estendía, Abriéronse las puertas del alcázar Del potente Almanzor, saliendo de ellas Doce guerreros con lucientes armas. Eran los doce jeques y adalides, Que al Hagib en la guerra acompañaban Y que á su lado con insignes hechos Dieran asunto al canto de la Fama. En lozanos corceles, que pomposos Pausados mueven la lijera planta, De dos en dos siguiendo un estandarte, Montes de acero, silenciosos marchan. Después veinte lindísimas doncellas, Que á las eternas Huris deslustraran. Cubiertas hasta el pié de blanco lino. Con ricas tocas que hasta el suelo bajan, De azahares, y jazmines, y perpetuas, Y frescos arrayanes coronadas, Siguen, cantando deliciosos versos Al dulce son de sonorosas flautas. Unas llevan perfumes olorosos En braseros de esmalte y filigrana, Otras de flores lindos ramilletes, Otras de oro y marfil lijeras mazas. De este coro de vírgenes Kerima Era bello adalid, y descollaba Entre ellas en beldad y en gentileza, Como en el bosque la garbosa palma. En pos, cercados de altos personajes, Nobles matronas y gentiles damas, Los jóvenes esposos aparecen, Ofuscando del sol la lumbre clara. Habiba hermosa, cuya faz divina Como la rosa del abril temprana, Rojo matiz de pudoroso encanto De inestimable resplandor esmalta, Ostenta larga ropa rozagante De rica seda del color del alba. Do brillan, como brillan los luceros, Lazos de aljcSfar, flores de esmeraldas. Las luengas trenzas, que hasta el suelo llegan Aventajando al oro de la Arabia, Recoge en parte delicada toca, Y de Cándidas rosas la guirnalda; Y de ella pende, y por el aire ondea Gallardo velo de tejida plata, Prendido con un rico camafeo, Y un penacho gentil de plumas blancas. De gruesas perlas y zafiros lleva Cubierta la hermosísima garganta, Los bellos brazos, el pulido talle. La fimbria de la veste y las sandalias, Abdimelik la lleva de la mano, De los dulces afectos de su alma Dando indicios los ojos, en que brilla Del puro amor la inextinguible llama. El insigne Almanzor, á cuya vista Respetuoso el pueblo se postraba, Y Ornar, gloria también del Islamismo, A los tiernos esposos acompañan; Mostrando en sus semblantes generosos El gozo que en sus pechos se dilata, Y que el amor del mando y de la gloria Al paternal amor ceden la palma. El anciano Cadí con verdes ropas, Pacífico semblante y luenga barba, Con ellos va, la pompa presidiendo, Y seis pajes en pos con alabardas Y entre un tropel, vistoso por sus trajes, De l í b e n o s , de esclavos y de esclavas, Treinta etiopes de atezados miembros, Y descubierta la anchurosa espalda, Y en los nervudos brazos y en los cuellos Fuertes argollas de bruñida plata, Llevan cargados los robustos hombros De cedro y de ciprés con grandes arcas, En que va el acidaque ü de la esposa, Y los ricos presentes y las galas Bajilias, telas, pieles y alcatifas, Que los deudos y amigos le regalan. Otros conducen en pequeños cofres , De azabache embutidos y de nácar, Ambares y perfumes, ricas joyas Y hermosas plumas de colores varias. Y cerrando esta grave comitiva Veinte mancebos en hileras marchan, Todos de las familias mas ilustres, Y del imperio todos esperanza ; Vestidos de morado, blanco y verde, Y amorosas empresas recamadas. Gallardos llevan con gentil despejo Al hombro las lijeras azagayas. Capitán de esta noble compañía, De muchos á despecho y con no extraña Sorpresa y con envidia, era el mancebo A quien su origen infeliz degrada. Mas Almanzor potente lo dispuso, Abdimelik lo quiso, y esto basta : Que el favor de tan altos personajes xiun montes mas difíciles allana. Por lo mejor de Córdoba atraviesa La rica y lucidísima comparsa, Hollando arena y esparcidas juncias. Olorosos mastranzos y espadañas; Y entre los vivas del inmenso pueblo, Que á p i é , á caballo, con vistosas galas, Se agolpa presuroso á todos lados, Y hierre en calles, pórticos y plazas. Y desde los terrados y alminares, Garridas moras olorosas aguas Y deshojadas flores dan al viento, Al mismo punto en que los novios pasan. Llegan á la magnífica mezquita, Que en medio de naranjos y de palmas, De Abderraman eternizando el nombre, Oscurecía al templo de la Caaba ; Y concluido el azalá escucharon Con gran silencio la leyenda santa, Que desde el almimbar de cedro y oro Pronunció el Almocrí con voz pausarla. Abundantes limosnas repartieron, Cuando se terminaron las plegarias. A hospitales, hospicios y prisiones, A doncellas, á huérfanas y á ancianas. Y con toda la ilustre comitiva La mezquita dejaron, y la marcha Dirigieron gozosos á la Almunia, Do con su corte Hixcen los esperaba ; Pues aunque nunca los palacios deja Y encantados jardines de Zahara, Las riendas del gobierno abandonando De su valido al zelo y mano sabia ; Para mostrar de su favor lo firme, Y la tierna amistad que le consagra. Quiere á la boda y al nupcial banquete Con su presencia dar mas lustre y fama.
29
185
Apenas callaba la Bestia cruenta, cuando sentimos muy gran terremoto; y todo su ínfimo centro comoto, la tierra por partes diversas revienta. Sale bramando, bien como tormenta, un escuadrón de los fuertes gigantes, los cuales estaban allí latitantes después que quisieron hacer el afrenta a Júpiter sumo, feroz, debelantes.
20
9
Llega de embajador el noble Lara A esta insigne ciudad, y se presenta Al irritado Hixcen, que al recibirle Admiró su gallarda gentileza. Giafar....(sí, de Giafar y de Velázquez Las almas se entendían : tal vez era Uno mismo el demonio que guiaba A ambos á unjiempo por distinta senda) " Giafar le vio con el placer amargo Del que á gozar venganza va completa De aquel á quien envidia, y que á despecho Le admira casi mas que le detesta." " L e tiene en su poder....Mas ¿por ventura Querrá á Velázquez contentar, la guerra Suspendiendo?.... jamas, jamas. Castilla Debería de nuevo su existencia " De Lava al sacrificio generoso. Si otra vez d su esfuerzo la debiera. Cual m á r t i r le adorara el pueblo hispano. Toda la cristiandad.... No en su cabeza," " E n su nombre, en su nombre mi venganza. Para que digna de mi encono sea, Se saciara, poniéndole el v i l sello De m a l d i c i ó n sin fin, de infamia eterna." " Así pensó Giafar : su fantasía Abrazó con placer tales ideas, Y al aprestarse á darles cumplimiento, El éxito terrible saborea. Grandes obsequios y afectada pompa De Lara el noble en derredor desplega; Oye atento y afable su embajada, Y que á todo se allana, le demuestra," " P o r respeto á su nombre y su persona^ Y con elogios mil le lisonjea. Establecióse un armisticio, y luego Solemnes pactos de inviolable tregua," u Exigiendo tansolo de Castilla Corto tributo á fuer de recompensa, Y en reboñes del tratado dos presidios, Que ocupaba el cristiano en la frontera." "Del éxito feliz de su mensaje Ufano Gústios, regresar anhela Para anunciarlo á Burgos por sí mismo ; Mas Giafar le detiene, le sujeta" tf Con fingido pretexto, y le decide A enviar un caballero con presteza. Que lleve al conde Sancho de Castilla De la ajustada paz la ansiada nueva." " Y o en tanto disfrutarla compañía Pude en mi patria de mi amigo apenas. Giafar sabía mi amistad con Lara, Y la temió y habiéndose en Yalenci Por aquel tiempo un jeque declarado En rebelión, mandóme á toda priesa Marchar á sujetarle cargo honroso, Que renunciar no pude, aunque quisiera." " Al dejar estos muros, en mis brazos Estreché á Gústios con el alma llena De atroz presentimiento y, Parte pronto, Le dijo solo mi afligida lengua." Quedóse á mi pesar. Llegó el tratado A. Burgos, que gozosa con la tregua, Se alzó del hondo espanto en que yacía Cesando sus aprestos de defensa." "Entregó los castillos concertados. El tributo también, y las banderas Dispersó ya reunidas en los campos, Y al dulce sueño de la paz se entrega." " O h Castilla infeliz y descuidada! Por Giafar avisados con reserva Juzef y los caudillos, que escondidos Se mantuvieron siempre en la frontera;" " E n cuanto desarmados á los pueblos Vieron, y sus mesnadas ya dispersas, Entraron furibundos á mansalva. Fuego, sangre, exterminio, muerte, guerra Y esclavitud sembrando hasta la orilla Del claro Arlanza y al clamor que suena, Présago de ruina inevitable, De Burgos retemblaron las almenas." " El conde, el arzobispo, el pueblo lodo, Que es de Lara traición al punto piensan ; De Lara que ha querido adormecerlos, Para vengar á salvo sus ofensas; íl Mas del último apuro los cristianos Sacando nuevo ardor y saña nueva, Resuélvense á morir como valientes En noble y obstinada resistencia.
29
89
Entienda usté a las mujeres... Si lo quieren, no lo dicen; si lo dicen, no lo quieren.
41
3
¡Y qué jugadas se armaban cuando estábamos riunidos! Siempre íbamos prevenidos pues en tales ocasiones, a ayudarles a los piones caiban muchos comedidos.
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6
Si escucha un conocido, tierno acento, Anhelante despierta, en torno gira los arrasados ojos y respira Poseído de un nuevo y alto aliento,
10
5
Quien por estarse ocioso pide limosna, debe restituirla, porque la roba; pues deben todos procurarse el sustento sudando el rostro.
31
7
Preguntéle al parlero si en la bella ninfa alguna deidad se disfrazaba que fuese justo el adorar en ella;
43
3
y la primera oración es consultar el espejo, con notable sobrecejo de ver su misma visión;
27
4
Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay trinar.
35
4
A mí el Juez me tomó entre ojos en la última votación me le había hecho el remolón y no me arrimé ese día, y él dijo que yo servía a los de la esposición.
39
6
Nada contiene el mundo que sea durable, excepto la inconstancia, que es la constante: sigue esta regla, y no hallarás errada jamás tu cuenta.
31
7
Y llegada a su presencia, con dulce rostro riendo, la gravedad no perdiendo, con amor y reverencia la saludaste diciendo: «Dios os salve, Madre mía; la gracia del que me envía tanta parte os dé de sí, cuanta gloria me da a mí con miraros este día.
6
10
Arde la juventud, y los arados peinan las tierras que surcaron antes, mal conducidos, cuando no arrastrados de tardos bueyes, cual su dueño errantes; sin pastor que los silbe, los ganados los crujidos ignoran resonantes, de las hondas, si, en vez del pastor pobre, el céfiro no silba, o cruje el robre.
22
8
Yo sé cuál el objeto de tus suspiros es; yo conozco la causa de tu dulce secreta languidez.
40
4
Por hacerle servicio y por más le alegrar convidáronle todos para darle a yantar; le rogaron señale a quién sacrificar; mandó matar un toro, que podría bastar.
8
4
Amarrado al duro banco de una galera turquesca, ambas manos en el remo yambos ojos en la tierra,
0
4
Discreto, para darle el arcipreste El tiempo indispensable, concluidas De Gústios y del pueblo las plegarias, Con gran solemnidad y melodía Cantó un largo Te Deum, y un discurso O plática muy larga y muy prolija Hizo á sus feligreses, que ignorantes Bostezaron tal vez, aunque de citas De la santa Escritura estaba llena, Que era gran sabidor. Después aplica A los ojos inútiles del viejo Salmos, y bendiciones, y reliquias, Y da con ellas paz á los hidalgos ; Y por ganar mas tiempo, á una capilla Conduce á Gústios y á otros personajes, Y allí difusamente traza y pinta Los reparos y nuevos ornamentos De que la iglesia aquella necesita; Entablando sagaz de estas materias Una conversación entretenida. Llegó por fin el suspirado aviso De estar la mesa ya dispuesta y lista, Y el cortes arcipreste á Lara y Ñuño, Capellanes é hidalgos les suplica, Que con él hagan penitencia Todos Aceptan el convite, y se encaminan Acia la casa arcipreslal, en donde El ama, tan oronda como limpia. Con tocas de cendal cual nieve pura. Que las castañas trenzas mal cubrían. Un brial de paño verde, guarnecido De franjas de oro, mangas con prolijas Bordaduras de azul, de rojo y negro, Y aljófares al cuello, y varias cintas, Y medallas, y cruces de azabache, Señala á cada huésped puesto y silla. Fué harto largo el festin : en él tuvieron Lugar escenas varias y distintas De disgusto y placer, como acontece En todos los sucesos de la vida. Lara apenas gustaba los manjares, Y si una ú otra vez dulce sonrisa Sus labios desplegó, mas á menudo Ofuscaron su faz nubes sombrías. Alzados los manteles, á las manos Agua, y gracias á Dios dadas, se inclina El arcipreste á Lara, y en el nombre De todos los presentes, le suplica, Que alguna relación, aunqué lijera. De su larga prisión hacer se sirva Y cortesmente luego á Ñuño pide, Que en pos de su señor también les diga Algo de sus larguísimos viajes, Y de su vuelta rápida á Castilla. Como es tan agradable de sí mismo Hablar, aunqué pesares y desdichas Solo haya que decir ; Gonzalo y Ñuño No se hacen de rogar, y al ver que indica El primero que á hablar va sin demora; Silencio demandando, mayor grita En el salón se alzó por un momento, Y á dos ó tres que estaban de tal guisa, Que era imposible que callar pudiesen. En hombros á sus casas los envían. Ábrense las ventanas y las puertas, Por las que el pueblo audaz se precipita En silenciosa confusión, ansiando Escuchar portentosas maravillas.
29
69
No estás ya aquí. Lo que veo de ti, cuerpo, es sombra, engaño. El alma tuya se fue donde tú te irás mañana. Aún esta tarde me ofrece falsos rehenes, sonrisas vagas, ademanes lentos, un amor ya distraído. Pero tu intención de ir te llevó donde querías, lejos de aquí, donde estás diciéndome: aquí estoy contigo, mira. Y me señalas la ausencia.
45
14
Yo corté una rosa llenita de espinas... Como las rosas espinitas tienen, son las más bonitas.
32
4
Ime con quién andas te iré quién eres; como tú anda con malas presonas, malito tú eres.
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Oye, señora, benigna los inocentes cantares que del Tormes en la vega dicta Amor a sus zagales, los cantares que algún día envueltos en tiernos ayes tal vez las serranas bellas oyeron con rostro afable. En la primavera alegre de mis años con süave caramillo y blandos tonos los canté por estos valles, cuando el bozo delicado aún no empezaba a apuntarme, ni el ánimo me afligían los sabios con sus verdades. La dulce Naturaleza, como cariñosa madre, despertó mi helado pecho, y el Amor me hizo quejarme. Entonces, ¡quién unos días volviera tan agradables!, vi la fuerza encantadora de unos ojos celestiales, el imán irresistible de un halagüeño semblante, y las delicias de un habla toda mieles y azahares; y embebecido y colgado de sus gracias y donaires, recibí la ley rendido, y temí el rigor cobarde. Yo adoré y gocé venturas, o lloré agudos pesares. ¿Es acaso amar delito? ¡Quién no será de él culpable! ¡Quién en la feliz aurora de una edad crédula y fácil, cuando todo al gusto ríe y el seno en júbilos arde, no cedió al plácido aliento que bonancible a engolfarse por el sosegado golfo lleva su inexperta nave! Después los años severos, sufridos ya los embates por desconocidos rumbos de mil fieros huracanes, aherrojándome imperiosos con sus cadenas fatales, en voz triste y faz ceñuda mandaron que atrás tornase. ¡Ay, qué bárbaras contiendas! ¡Oh, qué encendidos combates! ¿Por qué para obedecerlos, blando Amor, debí dejarte? Hícelo al fin, y aun ansiando volver iluso a embarcarme, por la paz de las cabañas troqué los revueltos mares. Quedáronme de mis yerros estas quejas lamentables, que a besar tus pies dichosas vuelan hoy al Manzanares. Ellas en más claros días templaron mis crudos males, y aun ahora en blando alivio me ordena Amor que las cante. Óyelas, pues, y no temas, no temas que ellas te engañen; que Amor no finge en el campo como finge en las ciudades.
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Y cuando muerto le vio, Hero, cual Leandro fiel, se arrojó al agua y murió como él, por él y con él.
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El Sagrario está abierto Vamos llegando que la mesa está puesta, Dios convidando.
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La verde color del mar, con sus ondas presurosas, y todas las otras cosas entonces han de cesar. La tierra perecerá, los ríos secará el fuego; triste son sonará luego, que de lo alto se oirá.
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A cazar va don Rodrigo y aun don Rodrigo de Lara; con la gran siesta que hace, arrimádose ha a una haya, maldiciendo a Mudarrillo, hijo de la renegada, que si a manos le hubiese, que le sacaría el alma. El señor estando en esto, Mudarrillo que asomaba. Dios te salve, caballero, debajo la verde haya. Así haga a ti, escudero; buena sea tu llegada. Digasme tú, el caballero, ¿cómo era la tu gracia? A mí dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, cuñado de Gonzalo Gustos, hermano de doña Sancha; por sobrinos me los hube los siete infantes de Salas. Espero aquí a Mudarrillo, hijo de la renegada; si delante lo tuviese, yo le sacaría el alma. Si a ti dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, a mí Mudarra González, hijo de la renegada, de Gonzalo Gustos hijo, y alnado de doña Sancha; por hermanos me los hube los siete infantes de Salas. Tú los vendistes, traidor, en el val de Arabiana; mas, si Dios a mí me ayuda, aquí dejarás el alma. Espéresme, don Gonzalo, iré a tomar las mis armas. El espera que tú diste a los infantes de Lara: Aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha.
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«El vivir que es perdurable no se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales;
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¡Oh, canas de los viejos soñadores caminando en tropel hacia el olvido bajo el áspero fardo de dolores que habéis de la existencia recibido!, ¡oh, canas de los viejos soñadores!
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Hastiada de reinar con la hermosura que te dio el cielo, por nativo dote, pediste al arte su potente auxilio para sentir el anhelado goce de ostentar la hermosura de las hijas del país de los anchos quitasoles pintados de doradas mariposas revoloteando entre azulinas flores. Borrando de tu faz el fondo níveo Hiciste que adquiriera los colores Pálidos de los rayos de la Luna, Cuando atraviesan los sonoros bosques De flexibles bambúes. Tus mejillas Pintaste con el tinte que se esconde En el rojo cinabrio. Perfumaste De almizcle conservado en negro cofre Tus formas virginales. Con oscura Pluma de golondrina puesta al borde De ardiente pebetero, prolongaste De tus cejas el arco. Acomodose Tu cuerpo erguido en amarilla estera Y, ante el espejo oval, montado en cobre, Recogiste el raudal de tus cabellos Con agujas de oro y blancas flores.
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