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Añade el desconocimiento propio, la expresión torpe y poco clara, la mirada imprecisa, el paso vacilante, el vértigo, el mismo techo en movimiento como si un torbellino hiciese girar toda la casa, la angustia de estómago cuando fermenta el vino y distiende las entrañas.Sin embargo, la situación es en cierto modo tolerable en tanto que el vino produce su propio efecto, ¿qué decir cuando se corrompe por causa del sueño y lo que fue embriaguez se transforma en indigestión? Considera qué desgracias ha ocasionado la embriaguez de todo un pueblo: ella ha entregado a sus enemigos a gentes muy valerosas y aguerridas; ella ha abierto las murallas defendidas en guerra empeñada durante muchos años; ella ha sometido a la voluntad ajena soldados muy porfiados en rechazar el yugo; ella, por causa del vino, ha sojuzgado a los invictos en el campo de batalla.
A Alejandro, de quien poco ha hice mención, lo dejaron indemne tantas expediciones, tantos combates, tantos inviernos que pasó, superadas las condiciones adversas del tiempo y del lugar, tantos ríos de hontanar desconocido y tantos mares; más la desmesura en la bebida y aquella fatídica copa de Hércules[14] lo llevaron al sepulcro.¿Cuál es la gloria de tener mucho aguante? Cuando hayas conseguido la palma y los comensales, tumbados por el sueño y en medio de vómitos, hayan rehusado tus desafíos, cuando te hayas quedado en pie tú solo en todo el banquete, cuando hayas superado a todos por tu admirable energía y nadie haya tenido semejante capacidad para el vino, serás vencido por un tonel. A Marco Antonio, varón generoso y de noble carácter, ¿qué otra cosa lo perdió entregándolo a merced de costumbres extranjeras y de vicios desconocidos en Roma sino la embriaguez y la pasión por Cleopatra, no inferior a la del vino?
Estos vicios lo convirtieron en enemigo de la república; éstos lo hicieron impotente frente a sus enemigos; éstos lo volvieron cruel cuando se hacía presentar, durante la cena, las cabezas de los ciudadanos más distinguidos[15], cuando, en medio de festines suntuosos y regia magnificencia reconocía los rostros y manos de los proscritos, cuando, cargado de vino, estaba, con todo, ávido de sangre.Era un hecho insoportable que se embriagase mientras cometía estos desmanes: ¡cuánto más intolerable que los cometiera en medio de la embriaguez! De la embriaguez casi siempre resulta la crueldad, ya que se vicia y exaspera la cordura del alma. De la misma forma que las enfermedades prolongadas hacen a los pacientes malhumorados, irritables y furiosos ante el más leve tropiezo, así las continuas embriagueces enfurecen los ánimos; pues, dado que éstos, muy a menudo, no son dueños de sí, el hábito de locura se robustece y los vicios ocasionados por el vino, aun sin influjo de él cobran vigor.
Así, pues, muestra por qué el sabio no debe embriagarse; señala la deformidad del vicio y sus inconvenientes con hechos, no con palabras.Demuestra —lo que resulta muy fácil— que eso que denominan placer, cuando ha rebasado la medida se convierte en tormento. Porque, si argumentas que el sabio no se embriaga por más abundante que corra el vino y que mantiene el camino recto aunque esté ebrio, puedes concluir que ni el veneno que ha bebido le hará morir, ni el narcótico tomado le hará dormir, ni el eléboro ingerido le hará vomitar o evacuar cuanto esté adherido a sus entrañas. Mas, si las piernas flaquean y la lengua se entorpece, ¿qué motivo tienes para pensar que el sabio en parte está sobrio y en parte ebrio? [1] El entrenador de gimnasia para Séneca a los 63 o quizá 64 años de edad, era un joven esclavo de Faro (la isla junto a Alejandría) que tenía el hábito de correr demasiado rápidamente; de ahí que el filósofo piense en cambiarlo por otro más joven.
[2] «Empatar» o «hacer partida nula» traduce a hieram (coronam) facere, porque se ofrecía al dios la hiera o sacra corona cuando los competidores llegaban a la par.[3] En la Ep. 53, 3, a propósito de su viaje por mar, donde sufrió nauseas, Séneca recuerda su «destreza de veterano nadador en agua fría», expresión que explica el grecismo psychrolútes «el que se baña en agua fría». [4] El término griego eúripos es el que designa el canal (abierto) a través del Campo de Marte. [5] Con «zambullirse en el Agua Virgen» se traduce in Virginem desilire. Era un acueducto así llamado porque se creía que el manantial había sido descubierto por una muchacha, y fue Marco Agripa quien lo hizo llegar hasta Roma. [6] También la Ep. 123, 2-4, nos habla de la suprema frugalidad del filósofo. [7] Señala un dato importante para la cronología de las Ep. 77-86, escritas sin duda entre fines de abril y mediados de junio del 64. Séneca se halla de nuevo en Roma donde escucha el ruido ensordecedor de los juegos del Circo.
[8] A Zenón, fundador de la escuela estoica, y a Posidonio, prócer del estoicismo medio se ha referido ya antes Séneca en varias de sus Epístolas.Al primero en Ep. 6, 6; 33, 4, 7 y 9, y en 64, 10; al segundo en Ep. 33, 4 y 78, 28. (Véanse, respectivamente, las nn. 438 y 439 de nuestra edición de las Epístolas I, pág. 235.) En esta ocasión el filósofo no está de acuerdo con ellos, al analizar el silogismo sobre la embriaguez y precisar sus términos: cf. J. von Arnim, Stoic. Vet. Fr. I: Zeno, 229. [9] Ambos tomaron parte en la conjura contra Julio César, que se consumó en los idus de marzo del 44 a. C. El primero había sido fervoroso partidario de J. César y fue nombrado gobernador de Bitinia el mismo año 44; con todo, dio la señal para asesinar a César, mientras suplicaba a éste el perdón para su hermano que había sido desterrado. [10] Lo nombró Augusto y fue prefecto del 14 al 32 d. C., en que murió (cf. Tác., An. VI 11; Suet., Vita Caes., Tib. 42.
Tanto Augusto como Tiberio confiaron en él, y de resultas de la victoria obtenida contra los Besos de Tracia, recibió los honores del triunfo.[11] Se trata de Cornelio Léntulo Coso, cónsul, al que alude Tácito, en An. IV 34, 1. Los Cosos constituían una rama de la familia patricia de los Cornelios, distinguida por sus gestas ya desde los tiempos más remotos de la historia de Roma. [12] Sobre la embriaguez, «alegre locura de una hora» (unius horae hilarem insaniam), habla Ep. 59, 15. [13] Fue en un banquete en honor de Dioniso, celebrado en Samarcanda, cuando Alejandro dio muerte a su muy querido general Clito. Éste se oponía al orgullo de Alejandro que lo empujaba al despotismo. De ello nos informa el propio Séneca en la Ep. 113, 29, y en De ira III 17, 1. Entre los historiadores que recuerdan este carácter violento de Alejandro, cf. Plutarco. Vita Alex. 51. [14] Copa de Hércules, porque se creía que el héroe era un gran bebedor, y así a las copas beocias de plata se les dio su nombre.
Alejandro murió días después de participar en un banquete celebrado en Babilonia (323 a. C.), pero durante la orgía, según cuenta Plut., Vit.Alex. 75, la gran copa no apareció. [15] Entre los ciudadanos más distinguidos, víctimas de las proscripciones de los triúnviros Octaviano, Marco Antonio y Lépido, se halló Cicerón, decapitado por instigación de Marco Antonio, que lo aborrecía. 86 Elogio de la virtud de Escipión. El trasplante del olivo y de la vid Desde la quinta de Escipión el Africano, pondera Séneca la virtud del estadista (1-3). Describe la sobriedad en la construcción del edificio que contrasta con otros muy lujosos. Le complace la simplicidad de los antiguos que en los baños se limpiaban el sudor y no los ungüentos (4-13). En la quinta, el granjero le ha enseñado a trasplantar los olivos. Aquí corrige un error de Virgilio sobre el cultivo simultáneo de las habas y el mijo. Distingue dos formas de transplantar olivos y señala otra relativa a la viña (14-21).
Te escribo estas letras mientras descanso en la misma quinta de Escipión Africano[1], después de haber venerado sus manes y el altar que sospecho que constituye la tumba de tan egregio varón.Tengo la convicción de que su espíritu ha vuelto al cielo del que procedía, no porque acaudilló numerosos ejércitos (pues éstos también los poseyó el furioso Cambises, que utilizó con éxito su furor), sino por su noble moderación y por su patriotismo, que considero en él más admirable cuando abandonó la patria que cuando la defendió: o Escipión debía permanecer en Roma, o Roma permanecer en libertad. «No quiero —afirmó— derogar ni en un ápice las leyes, ni las instituciones; que el derecho sea igual para todos los ciudadanos. Sírvete, oh patria, de mis beneficios sin mi presencia. He sido para ti la causa de la libertad, seré también la prueba de que la tienes: me marcho, si me he encumbrado más de lo que a ti conviene»[2]. ¿Por qué no admirar esta grandeza de alma con que se retiró a un destierro voluntario y aligeró de un peso a la ciudad?
A tal extremo había llegado la situación, que o la libertad ocasionaba afrenta a Escipión, o Escipión a la libertad.Ni lo uno ni lo otro lo permitían los dioses; por ello dio prelación a las leyes, y se retiró a Literno, dispuesto a cargar en cuenta a la República tanto su destierro como el de Aníbal. He contemplado la quinta construida con piedras labradas, el muro en derredor del parque, también las torres erigidas a uno y otro lado para protección de la quinta, la cisterna escondida entre los edificios y jardines y que podía satisfacer las necesidades hasta de un ejército, la sala de baño reducida, oscura conforme a la antigua usanza: a nuestros mayores no les parecía abrigada si no era oscura. Por ello me ha embargado un vivo placer al considerar las costumbres de Escipión y las nuestras; en este reducto, el famoso «terror de Cartago»[3], a quien Roma debe el haber sido conquistada una sola vez[4], lavaba su cuerpo fatigado por los trabajos del campo.
Porque se ejercitaba en el trabajo y, según la costumbre de los antiguos, con sus manos roturaba la tierra.Él habitó bajo un techo tan sórdido, a él le sostuvo un pavimento tan vil: mas ahora ¿quién hay que soporte lavarse en tales condiciones? Se considera uno pobre y despreciable si las paredes no resplandecen con grandes y valiosos espejos redondos, si a los mármoles de Alejandría no los abrillantan las incrustaciones numídicas, ni los cubre por todas partes el barnizado laborioso y matizado imitando la pintura; si a la bóveda no la reviste el vidrio; si el mármol de Tasos, otrora curiosidad rara en algún templo, no rodea nuestras piscinas[5], donde sumergimos el cuerpo macerado por la abundante transpiración; si no son de plata los grifos que vierten el agua. Y hasta ahora me refiero a las cañerías de la plebe: ¿qué decir si nos referimos a los baños de los libertos? ¡Cuántas estatuas, cuántas columnas que no sostienen objeto alguno, sino colocadas como ornamentación, por el prurito de gastar!
¡Qué cantidad de agua que se precipita ruidosa a modo de cascada!Hemos llegado a tal refinamiento que no queremos caminar sino sobre piedras preciosas. En esta sala de baños de Escipión, más que ventanas, hay pequeñísimas hendiduras abiertas en el muro de piedra a fin de recibir la luz sin peligro para la fortificación; mas ahora llaman escondrijos de cucarachas a los baños que no están preparados para recibir el sol toda la jornada a través de amplísimos ventanales, si uno no puede lavarse y broncearse a un tiempo, si desde la bañera no puede contemplar los campos y el mar. Así, pues, los balnearios que habían conseguido la afluencia de la gente y la admiración cuando fueron inaugurados, esos mismos son relegados al número de las antiguallas cuando el lujo ha discurrido alguna novedad con que superarse a sí mismo. Pero en otro tiempo las salas de baño eran escasas sin estar embellecidas con adorno alguno: ¿por qué iban a embellecer estancias accesibles al precio de un cuarto de as, ideadas para las necesidades y no para la diversión?
El agua no brotaba del fondo, ni fluía siempre renovada como de una fuente termal, ni consideraban importante que fuese transparente el agua en la que dejaban la suciedad.Mas, ¡cuán grato sería, dioses buenos, penetrar en aquellos baños oscuros, toscamente revocados de estuco, al saber que el edil Catón, o Fabio Máximo, o alguno de los Cornelios te habían regulado la temperatura con su mano! [6] Porque los nobilísimos ediles cumplían también la misión de visitar estas salas que daban acogida al pueblo y de exigir el aseo y la conveniente y saludable temperatura, no ésta recientemente ideada, semejante a un incendio, tanto que bastaría para quemar vivo a un esclavo convicto de cualquier delito. Me parece que ya no existe diferencia de ningún tipo entre un baño que abrase y otro que caliente. ¡De cuán gran tosquedad no acusan ahora algunos a Escipión, porque no había dado entrada a la luz del día en su caldario a través de amplias vidrieras, porque no se tostaba con la abundancia del sol, ni esperaba a hacer la digestión con el baño!
¡Oh hombre desdichado!No supo vivir. No se lavaba con agua filtrada, sino a menudo con agua turbia y, cuando llovía con intensidad, casi fangosa. Tampoco le importaba mucho bañarse de este modo, pues acudía allí para limpiarse del sudor, no de los perfumes. ¿Qué juicios crees que ahora emitirán algunos? «No tengo envidia de Escipión: vivió realmente en un destierro quien de este modo se bañaba». Mas aun, si quieres saberlo, no se bañaba diariamente; pues, según cuentan quienes nos han transmitido las viejas costumbres de la ciudad, la gente se lavaba cada día los brazos y las piernas de la suciedad, claro está, que había contraido en el trabajo, en cambio se lavaba todo el cuerpo cada nueve días. En este punto alguien observará: «Es evidente que fueron muy sucios». ¿Qué olor crees que exhalaron ellos? El de la milicia, el del trabajo, el de hombre. Después de haberse inventado elegantes salas de baño, los hombres son más sucios.
Cuando Horacio Flaco trata de describir a un desvergonzado, conocido por su excesiva molicie, ¿qué es lo que dice?: Buccilo huele a pastillas perfumadas[7]. Si hoy día apareciese Buccilo, sería igual su olor al del macho cabrío, ocuparía el puesto de Gargonio, a quien el propio Horacio enfrentó con Buccilo. No basta con ponerse ungüentos, si no los renuevas dos o tres veces al día, para que no se evaporen en el cuerpo. ¿Qué decir de quienes se glorían de tal perfume como si procediese de su persona? Si esta disertación te resulta demasiado seria, debes atribuirlo a la quinta; en ella he aprendido de Egíalo, padre de familia muy perspicaz[8] (es él ahora el dueño de esta finca), que un árbol por más viejo que sea puede trasplantarse. Tal lección precisamos aprenderla nosotros los viejos que no plantamos, ninguno, un olivar si no es para otro; y soy testigo de que Egíalo trasplantaba un olivar de tres o cuatro años cuyo rendimiento no era despreciable.
También a ti te protegerá aquel árbol que crece lentamente para brindar su sombra a los descendientes remotos[9], en frase de nuestro Virgilio, que no atendió a decir las cosas con gran exactitud, sino con gran elegancia, ni quiso enseñar a los campesinos, sino recrear a sus lectores.En efecto, disculpándolo de todos los demás errores, le imputaré éste que hoy he tenido que descubrir: en primavera es la sementera de las habas; entonces también a ti, alfalfa, te acogen los mullidos surcos y comienza el cuidado anual del mijo[10]. Si estos cultivos hay que situarlos a un tiempo, y si la siembra de uno y otro se da en primavera, puedes deducirlo de este hecho: te escribo en el mes de junio, cuando ya declina hacia julio, y en un mismo día he visto cosechadores de habas y sembradores de mijo.
Me ocuparé de nuevo del olivar que vi trasplantado de dos formas: tocones de grandes árboles, una vez cortadas las ramas y reducidas a la longitud de un pie, Egíalo los transportó con su bulbo, amputadas las raíces, dejando solamente la principal de la que las otras habían pendido; ésta, impregnada de estiércol, la enterró en un hoyo, y luego no sólo hacinó sobre ella tierra, sino que la pisoteó y apretujó.Dice él que nada hay más eficaz que este apisonamiento. Sin duda impide el frío y el viento; además, el árbol se ve menos sacudido y, por lo mismo, permite a las raíces nacientes crecer y adherirse al suelo, pues siendo tiernas todavía y poco firmes, necesariamente las arrancaría hasta un ligero movimiento. Mas al bulbo del árbol, antes de soterrarlo, lo raspa, porque, según él dice, de toda la materia que ha sido raída brotan las nuevas raíces.
Pero el tronco no debe sobresalir de tierra más de tres o cuatro pies, porque así se cubrirá de retoños por debajo, sin que gran parte de él quede seca y arrugada, cual acontece en los viejos olivares.La otra forma de trasplantar fue ésta: enterró del mismo modo ramas vigorosas con la corteza tierna, como suelen ser las de árboles jóvenes. Éstas se desarrollan algo más lentamente, pero, como procedentes de un plantel, no ofrecen en sí nada inconveniente o feo. He visto también lo siguiente: transportar una vid añosa de su propia planta; se trata de recoger, si es posible, hasta los filamentos de ésta, luego extenderla con la mayor amplitud para que incluso la cepa eche raíces. Y las he visto trasplantadas no sólo en el mes de febrero, sino aun transcurrido el de marzo: están sujetas y abrazadas a los olmos, su nuevo sostén. Mas todos estos árboles que, por así decirlo, son de elevado tronco, observa Egíalo que hay que regarlos con agua de cisterna, ya que, si ésta sirve, disponemos de la lluvia a nuestro placer[11].
No pienso darte más lecciones, a fin de que como Egíalo me predispuso en contra suya, no haga yo lo propio contigo.[1] Se habla de Escipión Africano el Mayor, el gran caudillo de Roma, que derrotó a Aníbal en Zama (el 202 a. C.) y al rey Antíoco III de Siria (en 189 a. C.) y que, por sus excepcionales virtudes, suscitó los recelos del Senado, que temía que se convirtiese en dictador. Escipión se defendió con firmeza contra las acusaciones de concusión y, más tarde, se retiró a Literno, en la costa de Campania, como en un destierro voluntario. Cicerón hace de él el interlocutor principal del episodio que cierra sus libros De re publica: «El sueño de Escipión». Séneca lo admira profundamente, y en la Ep. 51, 11 destaca su austeridad. [2] A juicio de Séneca, Escipión, al mantenerse fiel a las leyes de la Patria, quiere liberar a sus conciudadanos del temor a una dictadura que él mismo pudiera instaurar. Ello es premonitorio, ya que en el curso de la historia de Roma la dictadura surgirá precisamente cuando los generales victoriosos se enfrenten con la autoridad del Senado.
[3] Expresión tomada de Lucrecio, Rerum nat.III 1034. [4] Roma fue sólo conquistada por los galos en el año 387 a. C., aunque Aníbal en la Segunda Guerra Púnica también estuvo a punto de conquistarla. [5] Tanto los mármoles de Alejandría como los de la isla de Tasos en el mar Egeo eran famosos y muy apreciados. [6] Se habla aquí de Catón el Censor en su condición de edil, por la función que competía a los ediles de exigir en las salas de baño tanto el decoro como la temperatura convenientes; de Quinto Fabio Máximo, «el contemporizador» (eunclator) por haber conseguido debilitar a Aníbal con maniobras de desgaste, sin darle oportunidad de combatir en batalla campal, y de los Escipiones, que ennoblecieron muy especialmente a la gens Cornelia. [7] El hexámetro de Horacio que Séneca cita incompleto se halla en dos pasajes del libro I de las Sátiras: 2, 27 y 4, 92. Es éste: Pastillos Rufillus olet, Gargonius hircum (Rufilo huele a pastillas perfumadas y Gargonio a macho cabrío).
Así, pues, Horacio habla de «Rufilo» y no «Buccilo» como cita Séneca quizá modificando el nombre intencionadamente.Se trata de personajes, al parecer, desconocidos, pero que irritaban grandemente a los enemigos de Horacio por sus características peculiares. Séneca, más adelante, en la Ep. 108, 16, dirá: «me abstengo de perfumes para el resto de mi vida, ya que el olor más grato en el cuerpo es no percibir ninguno». [8] Era un liberto, famoso viñador, que cultivaba la misma finca del Africano: cf. Plinio, Hist. Nat. XIV 49. [9] Virg., Geórg. II 58. Se refiere al árbol que se yergue a partir de la semilla, según dice el poeta en el verso precedente. En verdad Séneca reconoce en Virgilio a un gran escritor, pero no a un gran técnico de la agricultura. [10]Ibid., 1215-216. Se hace, pues, explícita la crítica a Virgilio, si bien, como notan Préchac-Noblot, el poeta «pensaba en los cultivos de la región de Mantua, mucho menos caliente que la Italia meridional» (cf. Sénèque.
Letres... III, pág.143). [11] Se demuestra, en todo caso, que Séneca era un buen agricultor y, en particular, un viñador experimentado: cf. Ep. 12, 1 y 2; 104, 6 y 112, 2. Sin duda el cultivo de la viña constituye su labor preferida en el campo. Valoración de los estudios liberales en relación con la virtud[1] Séneca considera que el único estudio liberal es el de la sabiduría; ni el gramático, ni el geómetra, ni el músico muestran lo que es la virtud (1-4). De Homero hay que aprender lo que le hizo sabio (5-8). Mejor que la música, la geometría o la astrología, será conocer y cultivar la grandeza del alma (9-17). De las diversas artes Séneca sólo tiene por liberales las que se ocupan de la virtud; no niega que la geometría y las matemáticas ayuden a la filosofía natural, pero no nos enseñan los diversos aspectos de la sabiduría, ciencia de lo divino y de lo humano y de los problemas del alma (18-35). La obsesión por el estudio de las artes ha hecho a los hombres pedantes e inseguros (36-46).
Acerca de los estudios liberales deseas conocer cuál es mi opinión: no admiro, ni considero un bien ningún estudio que atiende al lucro.Son artes productivas, útiles, en la medida en que aprestan la inteligencia y no la impiden. De hecho, debemos ocuparnos de ellos durante todo el tiempo en que el alma es incapaz de realizar nada mejor; constituyen nuestro aprendizaje, no la propia obra[2]. Comprendes por qué se han llamado estudios liberales: porque son dignos del hombre libre. Con todo, el único estudio verdaderamente liberal es el que hace al hombre libre, como es el de la sabiduría, sublime, esforzado, magnánimo; los restantes son insignificantes y pueriles. ¿Crees, acaso, que existe bien alguno en esos estudios cuyos maestros reconoces que son los más viles y deshonestos? No debemos aprenderlos, sino haberlos aprendido. Algunos han considerado que se debe indagar si los estudios liberales hacen al hombre bueno: mas ellos ni lo prometen, ni aspiran a conseguir esa ciencia.
La gramática atiende al lenguaje y, si quiere extender más su dominio, a la historia; luego, para ampliar lo más posible sus fronteras, a los poemas.¿Cuál de estas actividades allana el camino de la virtud? ¿La «escansión» de las sílabas, la exactitud de los vocablos, el conocimiento de los mitos y las leyes y ritmo de los versos? ¿De estas cosas cuál es la que suprime el temor, elimina los deseos, refrena las pasiones? [3] Pasemos a la geometría y a la música: nada encontrarás en ellas que impida el temor, que cohíba el deseo. Quienquiera que desconozca esto, conoce en vano lo demás. Hemos de considerar si estas personas enseñan o no la virtud: si no la enseñan tampoco la transmiten; si la enseñan son filósofos. ¿Quieres comprobar cómo no ocuparon su cátedra para enseñar la virtud? Considera cuán diferentes son entre sí los afanes de todos y, sin embargo, tendrían una semejanza, si enseñaran lo mismo.
A menos que traten de persuadirte de que Homero fue un filósofo, siendo así que lo niegan con los mismos argumentos que emplean para demostrarlos porque ora hacen de él un estoico que sólo aprecia la virtud y rechaza los placeres, sin apartarse de lo honesto ni siquiera a costa de la inmortalidad, ora un epicúreo que alaba el régimen de una ciudad tranquila y pasa la vida entre festines y canciones, ora un peripatético que establece tres clases de bienes, ora un académico que proclama la duda universal[4].Es evidente que no se identifica con ninguno de estos sistemas, porque los incluye todos, siendo ellos incompatibles entre sí. Concedámosles que Homero fue filósofo; a buen seguro fue sabio antes de conocer poema alguno. Por lo tanto, aprendamos aquellos principios que hicieron de Homero un sabio. Sin duda investigar quién fue más antiguo, si Homero o Hesíodo[5], no tiene más importancia que saber por qué Hécuba, más joven que Helena, llevó tan mal sus años. ¿Qué importancia —añadiré— crees que tiene averiguar los años de Patroclo y de Aquiles?
¿Quieres saber por qué lugares anduvo errante Ulises, más bien que enseñarnos el modo de no incurrir siempre en el error?No disponemos de tiempo para escuchar si fue sacudido por el oleaje entre Italia y Sicilia o más allá de las tierras conocidas[6] (en un espacio tan reducido no pudo caber extravío tan largo): las tempestades del alma nos sacuden cada día y la perversidad nos empuja hacia todas las desgracias de Ulises. No falta hermosura para cautivar la mirada, ni faltan enemigos: de un lado, monstruos horrendos, ávidos de sangre humana; de otro, insidiosos halagos para los oídos: de otro, el naufragio y toda suerte de males. Enséñame cómo amar a la patria, a la esposa, al padre; cómo navegar, aun después del naufragio, hacia objetivos tan honrosos. ¿Por qué indagar si Penélope fue impúdica o si engañó a su generación? ¿Si sospechó, antes de saberlo, que Ulises era aquel que contemplaba? Muéstrame en qué consiste el pudor y si la excelencia de esta virtud radica en el cuerpo o en el alma.
Paso a ocuparme del músico.Me enseñas cómo armonizan entre sí las notas agudas y graves, cómo de cuerdas que producen sonido diferente surge el acorde: consigue, más bien, que mi alma concuerde consigo misma y que mis decisiones no estén en desacuerdo. Me enseñas cuáles son los tonos lastimeros: enséñame, más bien, la manera de no proferir palabra de lamento en la adversidad. El geómetra me enseña a medir los latifundios antes que a cómo medir cuanto es suficiente al hombre. Me enseña a contar y pone mis dedos al servicio de la avaricia antes que mostrarme que ninguna importancia tienen estos cálculos[7]; que no es más feliz aquel cuyo patrimonio fatiga a los contables, sino, por el contrario, que es tan superflua su hacienda que sería el más desdichado de todos si cuanto posee se viera obligado a calcularlo por sí mismo. ¿De qué me aprovecha saber distribuir en partes un campillo, si no sé dividirlo con mi hermano?
¿De qué aprovecha calcular con precisión los pies de una yugada y apreciar a simple vista cuanto escapa a la «pértica»[8], si me produce tristeza mi intemperante vecino que araña algún pedazo a mi heredad?Me enseña cómo no perder ni un ápice de mis linderos; en cambio, yo quiero aprender la manera de perderlos todos con alegría. «Se me expulsa —objeta uno— de las fincas de mi padre y de mi abuelo». Y ¿qué? Antes de tu abuelo, ¿quién poseyó estas fincas? ¿Puedes indicarme, no digo ya el hombre, sino el pueblo a que pertenecieron? No has entrado en ellas como señor, sino como colono. ¿Colono de quién? Si te dan buen trato, del heredero. Los jurisconsultos afirman que ningún dominio público se adquiere por «usucapión»: esto que posees, que dices ser tuyo es patrimonio público y, por supuesto, del género humano. ¡Oh arte insigne!
Sabes medir objetos redondos, reduces a un cuadrado cualquier figura que se te ofrezca, determinas las distancias de los astros, nada existe que escape a tu cálculo: si eres perito en ello mide al alma humana, muéstranos cuál es su grandeza, cuál su pequeñez.Conoces cuál es la línea recta, ¿de qué te sirve, si ignoras cuál es la rectitud de la vida? Me refiero ahora a aquel que se ufana de conocer los fenómenos celestes: Adónde se retira la frígida estrella de Saturno; qué órbitas recorre por el cielo el brillante astro de Cilene[9]. Saber esto, ¿de qué aprovechará? ¿Será para que me llene de angustia cuando Saturno y Marte se hallen en posición opuesta, o cuando Mercurio[10], a la caída de la tarde, se ponga ante la mirada de Saturno? ¿Antes de esto no aprenderé que tales astros, dondequiera se encuentren, son propicios y no pueden mudarse? Les empuja la inalterable disposición de los hados y un recorrido que no pueden eludir; retornan conforme a una alternancia determinada y promueven o anuncian los sucesos de todos los seres.
Mas, supuesto que sean causa de todo cuanto sucede, ¿de qué servirá el conocimiento de un hecho invariable?, supuesto que lo anuncien, ¿qué importa prever lo que no se puede evitar?Tanto si conoces estas cosas, como si las desconoces, sucederán. Mas, si contemplares el raudo sol y los astros que ordenadamente le acompañan, jamás te sorprenderá el día de mañana, ni te apresarán las emboscadas de la noche serena[11]. Se han tomado bastantes y sobradas medidas para que yo estuviese protegido de las asechanzas. «¿Acaso no me engaña el día de mañana? De hecho engaña cuanto acaece a quien lo desconoce». Por mi parte ignoro cuanto ha de suceder: pero sé lo que puede suceder. Por ello nada intentaré evitar, lo espero todo: si se me condona algún mal, lo considero un beneficio. Me engaña la hora si me perdona la vida, pero ni aun así me engaña. Porque de igual modo que sé que todo puede suceder, así también sé que no todo me sucederá; por ello espero la prosperidad, dispuesto como estoy para las desgracias.
En la cuestión que sigue es preciso que me disculpes si no observo las normas prescritas, ya que no me avengo a contar en el número de las artes liberales el arte de los pintores, como tampoco el de los escultores de imágenes, el de los marmolistas, o el de los restantes que sirven al lujo.Igualmente a los luchadores y a toda su ciencia que se alimenta de aceite y fango los excluyo de estas artes liberales, so pena de acoger también en ellas a los perfumistas, a los cocineros y a los demás que consagran su talento al servicio de nuestros placeres. Pues, ¿qué tienen, por favor, de liberal esos depravados que vomitan en ayunas, cuyos cuerpos están cebados y sus almas demacradas y lánguidas? ¿O consideramos que es este un estudio liberal para nuestra juventud a la que nuestros mayores ejercitaron en lanzar la jabalina manteniéndose rectos, en blandir la pértiga, en domeñar el caballo, en manejar las armas? Nada enseñaban a sus hijos que tuviesen que aprender tumbados.
Pero ni éstas ni aquellas prácticas enseñan o nutren la virtud; en efecto, ¿de qué sirve guiar el caballo y moderar con el freno su carrera y, en cambio, verse arrastrado por las pasiones más desenfrenadas?¿De qué sirve superar a muchos en la lucha y el cesto, para, verse luego dominado por la ira? «Entonces ¿qué? ¿De nada nos aprovechan los estudios liberales?». Mucho aprovechan para otros propósitos, para la virtud nada; porque aun esas artes, reconocidas como viles, que se practican con la mano, contribuyen poderosamente a los medios de subsistencia, sin embargo no tienen que ver con la virtud. «¿Por qué, pues, instruimos a nuestros hijos en las artes liberales?». No porque puedan procurar la virtud, sino porque disponen el alma para recibirla. Al modo como aquellas primeras letras, así las llamaban los antiguos, mediante las cuales se transmitían a los niños los rudimentos de la gramática, no enseñan las artes liberales, sino que disponen para luego aprenderlas, así las artes liberales no conducen el alma hacia la virtud, sino que le preparan el camino.
Enseña Posidonio que son cuatro las clases de artes: existen las vulgares y humildes, las recreativas, las educativas, las liberales.Las vulgares son propias de los artesanos que se ejercitan con las manos y se ordenan a procurar los medios de vida, en las que no hay apariencia alguna de gracia o de honra. Son recreativas las que se ordenan al deleite de la vista y del oído; entre éstas puedes contar el arte del tramoyista que imagina decorados que surgen desde el suelo, y entarimados que se elevan silenciosamente a lo alto, y otros cambios improvisados: se desdoblan elementos que estaban cohesionados o se agrupan espontáneamente los desunidos o se repliegan poco a poco sobre sí los que estaban elevados. Así se impresiona a los profanos, a quienes sorprende todo lo imprevisto, porque desconocen la causa[12]. Son educativas y tienen alguna semejanza con las liberales estas artes que los griegos llaman «encíclicas»[13] y nuestros maestros «liberales». Pero son únicamente liberales, o mejor, para decirlo con más precisión, libres, las que se ocupan de la virtud.
«A la manera —suele arguirse— como existen las partes de la filosofía: una natural, otra moral y otra lógica, así también esta multitud de artes liberales reclama su puesto en la filosofía.Cuando el filósofo aborda las cuestiones relativas a la naturaleza, se apoya en los datos de la geometría, luego ésta forma parte de la filosofía a la que secunda»[14]. Muchas cosas nos ayudan, y no por ello forman parte de nosotros; más aún, si constituyesen una parte, no nos ayudarían. El alimento supone una ayuda para el cuerpo, con todo no es parte de él. Algún servicio nos proporciona la geometría; es necesaria a la filosofía, lo mismo que para ella lo es el artesano, pero ni ése forma parte de la geometría, como tampoco ésta de la filosofía. Además, una y otra persiguen determinados objetivos; de hecho el sabio indaga y conoce las causas de los fenómenos naturales cuyo número y medida trata de calcular el geómetra.
El sabio descubre de qué forma subsisten los cuerpos celestes, cuál sea su impulso, cuál su naturaleza; el matemático analiza su curso y su retorno y ciertos desplazamientos por los que descienden y se elevan, ofreciendo a veces la apariencia de estar fijos, siendo así que a los cuerpos celestes no les es posible detenerse.El sabio conocerá la causa que hace que se reflejen las imágenes en el espejo; el geómetra podrá precisarte a cuánta distancia de la imagen debe encontrarse el cuerpo y qué hechura de un espejo reflejará determinadas imágenes. El filósofo demostrará que el sol es grande; su tamaño, el matemático, que actúa con una cierta práctica y experiencia: mas para progresar debe elevarse a determinados principios; ahora bien, no es un arte autónomo aquel cuyo fundamento es prestado. La filosofía nada pide a otro; levanta desde sus cimientos toda la obra; la matemática, por así decirlo, es una «enfiteuta», edifica en propiedad ajena; recibe los elementos primordiales gracias a los cuales puede alcanzar cotas más importantes.
Si se encaminase por sí misma hacia la verdad, si pudiese captar la naturaleza del mundo entero, proclamaría por mi parte que ella sería muy útil a nuestra alma, que se ennoblece con el estudio del mundo celeste y obtiene algún beneficio de lo alto.Una sola cosa perfecciona al espíritu, la inmutable ciencia del bien y del mal, y ningún otro arte investiga sobre el bien y el mal. Me place examinar cada una de las virtudes. La fortaleza se ocupa de menospreciar los temores; desdeña, desafía y vence las situaciones terribles que ponen bajo el yugo nuestra libertad: ¿es que, por ventura, los estudios liberales la robustecen? La fidelidad constituye el bien más sagrado del corazón del hombre, ninguna necesidad la fuerza a engañar, ninguna recompensa la soborna: «Quema —dice ella— golpea, mata; no traicionaré; antes bien, cuanto más se ensañe el dolor para descubrir mi secreto, tanto más profundamente lo ocultaré». ¿Acaso los estudios liberales pueden infundir tal coraje?
La templanza manda sobre los placeres, a unos los aborrece y repudia, a otros los regula y conduce a la justa medida, sin acercarse jamás a ellos por sí mismos; sabe que la normativa óptima en relación con lo que se desea consiste en no tomar cuanto uno quiere, sino cuanto uno debe.La humanidad prohíbe ser altanero, ser áspero con los compañeros; en palabras, hechos y sentimientos se brinda afable y servicial para con todos; ningún mal lo considera ajeno, y su bien lo estima en sumo grado por cuanto podrá proporcionar un bien a otro[15]. ¿Acaso los estudios liberales prescriben semejante conducta? No más que la sencillez, que la modestia y moderación; no más que la sobriedad y el ahorro; no más que la clemencia, que respeta la sangre ajena como la propia y que sabe que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre. «Puesto que decís —se insiste— que sin los estudios liberales no se puede llegar a la virtud, ¿cómo podéis afirmar que ellos en nada ayudan a la virtud?».
Porque tampoco sin alimento se alcanza la virtud, sin embargo el alimento no concierne a la virtud; la madera en nada contribuye a la construcción de la nave, aunque ésta sólo se construya de madera: digo que no hay por qué pensar que una cosa tenga que ser producida con ayuda de aquel componente sin el cual no puede ser hecha.Cabe incluso afirmar que, sin los estudios liberales, es posible alcanzar la sabiduría; pues, aunque se debe aprender la virtud, con todo no se aprende por medio de tales estudios. Ahora, bien, ¿qué motivo tengo para pensar que no llegará a sabio quien desconoce las letras, si la sabiduría no radica en las letras? Alecciona con hechos, no con palabras, y creo que es más firme la memoria, que, fuera de sí misma, no tiene apoyo alguno. Realidad grande y amplia es la sabiduría; tiene necesidad de espacio libre; materia obligada de su aprendizaje es lo humano y lo divino, lo pasado y lo venidero, lo caduco y lo eterno, el tiempo.
Sólo acerca de éste considera cuán numerosas cuestiones se plantean: en primer lugar si constituye por sí mismo algo real; luego si existe alguna cosa antes de él y sin él; si comenzó con el mundo o, incluso, antes del mundo porque, de existir algo, existiría también el tiempo.Innumerables son las cuestiones referidas tan sólo al alma: de dónde procede, cuál es su naturaleza, cuándo comienza su existencia, cuánto tiempo pervive; si pasa de un lugar a otro y cambia su morada sometida a unas y otras formas de vida animal; si no es esclava más de una vez, y si, liberada, anda errante por el universo; si es corpórea o no; qué va a hacer cuando deje de actuar a través de nuestro cuerpo; cómo empleará su libertad cuando escape de esta cárcel; si se olvida de su estado anterior y comienza a conocerse en el momento en que, separada del cuerpo, se acoge a la región celeste. Sea cual fuere el aspecto de la realidad humana y divina que abarques, te verás abrumado por la enorme cantidad de problemas a estudiar y aprender.
A fin de que éstos, tan numerosos e importantes, puedan tener libre acogida en tu alma, debes eliminar de ella lo superfluo.La virtud no se situará en tales apreturas; una noble realidad reclama un amplio espacio. Despojémonos de todo, quede para ella enteramente libre nuestro corazón. «Pero nos deleita el conocimiento de muchas artes». Así, pues, retengamos de ellas sólo las enseñanzas que sean necesarias. ¿O es que consideras reprensible a quien se procura objetos de uso superfluo y despliega en casa un boato de piezas costosas, y no consideras tal a quien se halla ocupado en el inútil bagaje de la cultura? Querer saber más de lo suficiente es una forma de intemperancia. ¿Por qué? Porque tal dedicación a las artes liberales vuelve a los hombres enojosos, redundantes, inoportunos, satisfechos de sí mismos, y por lo mismo no aprenden lo necesario por haber aprendido lo superfluo. El gramático Dídimo escribió cuatro mil libros[16]: le compadecería sólo que hubiese leído tan gran número de bagatelas.
En estos libros se investiga sobre la patria de Homero, sobre la verdadera madre de Eneas, si Anacreonte vivió entregado más a la voluptuosidad que a la bebida[17], si Safo fue una prostituta[18], y otras cuestiones que, si las supiese, debería uno desaprenderlas.¡Ven, ahora, y dinos que la vida no es larga! Pero también cuando te acerques a las obras de los nuestros, te mostraré muchas aristas que se deben cercenar a golpes de hacha[19]. Supone un gran dispendio de tiempo y un gran fastidio para los oídos ajenos este elogio: «¡Oh varón erudito!». Contentémonos con esta inscripción más sencilla: «¡Oh varón honesto!». ¿No es así? ¿Hojearé las crónicas de todos los pueblos e indagaré quién fue el primero que escribió poemas? ¿Calcularé, a pesar de no tener documentación, el intervalo de tiempo que media entre Orfeo[20] y Homero? ¿Revisaré los signos con que Aristarco[21] puntuó los versos ajenos, y pasaré mi vida contando sílabas? ¿Quedaré así pegado al polvo de la geometría?
¿Hasta tal punto me olvido de aquel saludable precepto: «ahorra el tiempo»?¿Tengo que saber estas cosas? ¿Y qué voy a ignorar? El gramático Apión[22], que durante el imperio de Gayo César reunió grupos de admiradores en toda Grecia, y como un nuevo Homero fue acogido por todas las ciudades, afirmaba que Homero, terminado el relato de sus dos poemas, la Odisea y la Iliada, añadió a su obra un comienzo en el que compendió la guerra de Troya. Como prueba de esta aserción aducía el hecho de haber puesto el poeta en el primer verso dos letras que deliberadamente expresaban el número de los cantos. Es preciso que conozca semejantes detalles quien pretende saber mucho. ¿No quieres pensar cuánto tiempo te sustrae la mala salud, cuánto los negocios públicos, cuánto los privados, cuánto los deberes cotidianos, cuánto el sueño? Evalúa tu experiencia: no es capaz de tantas cosas. Estoy hablando de los estudios liberales: ¡cuánta doctrina superflua contienen los filósofos; cuanta desprovista de utilidad!
También ellos se ocuparon de las distinciones de sílabas y de las propiedades de las preposiciones y conjunciones, y rivalizaron con los gramáticos, con los geómetras; todo cuanto de inútil había en el arte de éstos lo trasladaron al suyo.Así resultó que sabían hablar más cuidadosamente que vivir. Entérate de cuán gran perjuicio acarrea la excesiva sutileza, y lo contraria que es a la verdad. Protágoras[23] afirma que de cualquier proposición se pueden discutir por igual los pros y los contras, inclusive de esta misma proposición: si es posible discutir en toda proposición los pros y los contras. Nausífanes[24] afirma de cuantas cosas parecen ser que en modo alguno es más admisible el ser que el no ser. Parménides[25] afirma que ninguno de los fenómenos que percibimos pertenece al universo. Zenón de Elea[26] suprimió toda dificultad de la cuestión asegurando que nada existe. Casi la misma actitud adoptan los pirronianos[27], los megareos, los eritreos y los académicos, quienes introdujeron la nueva ciencia de que nada sabemos.
Arroja todas estas enseñanzas en el complejo inútil de los estudios liberales; los unos no me transmiten un saber que me haya de aprovechar, los otros me quitan la esperanza de todo saber.Pero es preferible conocer cosas inútiles a nada. Los unos no me muestran la luz que dirija mi mirada hacia la verdad, los otros me arrancan precisamente los ojos. Si me fío de Protágoras, en la naturaleza no existe sino la duda; si de Nausífanes, la única certeza es que no existe ninguna; si de Parménides, nada existe, a excepción del Uno; si de Zenón, ni siquiera el Uno. Así, pues, ¿qué somos nosotros? ¿Qué son estos seres que nos rodean, alimentan y mantienen? Toda la naturaleza es sombra o vana, o engañosa. No me sería fácil decir con quiénes me indignaría más si con esos que han pretendido que no supiéramos nada, o con esos otros que ni siquiera nos han dejado la posibilidad de no saber nada. [1] Sobre esta Ep. 88, tan sugerente y clarificadora, existe un análisis importante realizado por A. Stueckelberger, Senecas 88 Brief.
Ueber Wert und Unwert der Freien Künste, Heidelberg, 1965.[2] Séneca no considera liberal la cultura material y utilitaria. En efecto, las artes liberales son auxiliares, es cierto, de la filosofía, pero no tienen por objeto la sabiduría, ni su conocimiento puede unirse, como pretende Posidonio, al de la filosofía (cf. § 24 de esta Ep.). [3] La gramática nada tiene que ver con la virtud, ni con el dominio de las pasiones. Isidoro de Sevilla nos dirá que la enseñanza de los gramáticos podría ser útil para la vida, si fuera asumida para usos mejores (cf. Sent. III 13, 11). Tampoco tienen que ver con la virtud la geometría o la música. En ésta, Diógenes de Babilonia sí que reconoce un medio de fomentar la virtud (cf. Stoic. Vet. frag. III, 54-90). [4] Acerca de Homero considerado filósofo estoico, cf. Cic., Nat. deor. I, 41; considerado epicúreo, cf. Od. IX 5 ss. ; peripatético, cf. Il. XXIV 376 ss. ; académico, cf. ibid., II 486. Se trata de textos que dan pie para cada una de estas interpretaciones.
Con todo, el tema de la virtud parece que es preponderante, sobre todo en la Odisea, lo que haría de Homero un predecesor del estoicismo (cf.I. Roca, «Una introducción inédita a la Odisea», Helmantica XII [1961], 427-439). [5] En seguimiento de Heródoto, se mantiene, en principio, que Homero vivió sobre el 850 a. C. y que Hesíodo es posterior a él al menos en un siglo, si bien no faltan tradiciones que los hagan coetáneos. En cambio, en Luciano, Somnium 17, declara que Helena era algo mayor que Hécuba. [6] Cuestión discutida entre los sabios del tiempo de Aulo Gelio (cf. Noct. At. XIV 6, 23). Se atribuía al crítico alejandrino Aristarco la opinión de que Ulises navegó por mar interior entre Ítaca y Sicilia, y a Crates de Malo, la de que navegó por mar exterior.
[7] En cambio, en el § 25 afirma que la geometría «es necesaria a la filosofía», aunque no sea parte constitutiva de ella, puesto que, como subraya en el § 26: «el sabio indaga y conoce las causas de los fenómenos naturales cuyo número y medida trata de calcular el geómetra».[8] También llamada decempeda, medida agraria de diez pies o 2,957 m. [9] Virg., Geórg. 1 336-337. Habla el Mantuano de la necesidad de observar el planeta Saturno, el más alejado del Sol, que pasaba por tener un carácter refrigerante y funesto. Situado en la constelación de Capricornio, desencadenaba, según comenta Servio, ad loc., lluvias torrenciales, y en la de Escorpión, el granizo. Cilene es el monte de Arcadia donde se decía que había nacido Mercurio. [10] Mercurio, al aproximarse a Júpiter, se dice que ejercía una acción benéfica; en cambio, al acercarse a Saturno, acción maléfica. [11] Virg., Geórg. 1424-426.
Traducimos «astros» respondiendo al término latino stellas, lectura esta del texto virgiliano que sólo aparece aquí en Séneca, pues en los codd.se lee lunas, más conforme al sentido. [12] Alusión a cuanto sucedía en su tiempo con motivo de los espectáculos. Sobre la maquinaria del teatro, cf. Suet., Vitae Caes. Claud. 34. [13] Las artes llamadas «encíclicas» eran la gramática, la música, la geometría y la aritmética. Y en menor medida, la retórica y la dialéctica. [14] La objeción del interlocutor ficticio destaca la importancia de la geometría en orden a la filosofía como parte integrante de ésta, opinión que Séneca rechaza (cf. § 10 de la Ep., y supra, nuestra n. 33) precisando los cometidos de ambas disciplinas. [15] Recuerda al célebre verso 77 del terenciano Heaut. al que citará luego en la Ep. 95, 53, cuando aduce los principios o normas que regulan las relaciones entre los hombres. [16] Dídimo de Alejandría, vivió probablemente en el siglo i a. C. y comienzos del siguiente.
Fue llamado «calcentero», o sea: «el de vísceras de bronce», por las cuestiones literarias que discutió y su enorme resistencia a la fatiga mental; asimismo, bibliolátha, porque no se acordaba del número y títulos de sus numerosos libros.[17] La cuestión suscitada en torno al lírico Anacreonte de Teos (finales del s. vi), quizá fue motivada porque en su poesía cantó al amor y al vino. [18] Asimismo, esta cuestión planteada sobre la poetisa Safo (finales del s. vii) pudo deberse a la libertad con que cantó la pasión amorosa en una época como aquella en que la mujer llevaba una vida hogareña y retirada. [19] Como en otras ocasiones, Séneca se muestra un estoico independiente, que a veces disiente de los grandes próceres del estoicismo (cf. I. Roca, «Razón universal y sociabilidad en el estoicismo senequista», Millars I [1974], 93). [20] Personaje de la leyenda, hijo, según unos, de Eagro, rey de Tracia y, según otros, de Apolo y la Musa Calíope.
Poeta y músico célebre, a quien se atribuyen himnos religiosos, cantos nupciales y fúnebres, creador de la teología pagana.Famoso ya en la época de la expedición de los Argonautas en la que tomó parte. Y, en suma, el vate más admirado antes de Homero. [21] Natural de Samotracia, ca 217-145 a. C., filólogo, gramático y crítico, el más célebre discípulo de Aristófanes de Bizancio a quien sucedió en la dirección de la Biblioteca de Alejandría. Su obra más importante es la edición crítica de los poemas homéricos donde muestra una agudeza incomparable e intenta explicar a Homero a partir de Homero. [22] Gramático alejandrino del siglo i d. C. Fue embajador de Alejandría ante Calígula y enseñó en Roma en tiempos de Claudio. Fue un gran estudioso de Homero, aunque queda muy poco de sus muchas obras.
[23] El célebre sofista del siglo v a. C. Su conocida frase: «el hombre es la medida de todas las cosas», viene a ser el compendio de una filosofía tendente al subjetivismo y al relativismo a que está aludiendo Séneca.[24] Filósofo de la escuela escéptica (s. iv a. C.), discípulo de Pirrón y seguidor de la doctrina de Demócrito. No es seguro que Epicuro hubiera escuchado sus lecciones. [25] El filósofo de Elea (s. iv a. C.), en crítica a Heráclito, contrapone el mundo de los sentidos, mudable y múltiple, al mundo del ser, inmutable, infinito, eterno y divino, que constituye la verdadera realidad y que es percibido por la razón. [26] Discípulo de Parménides y famoso por su método dialéctico (s. v a. C.): descubriendo las contradicciones de sus adversarios les hacía reconocer la verdad del sistema eleata. Son célebres sus argumentos contra el movimiento y la multiplicidad del ser. Éste es uno e inmóvil. Lo que no se puede pensar no puede ser, y sólo puede suceder lo que se puede pensar sin contradicción.
[27] Estos filósofos fueron los seguidores de Pirrón de Élide (s. iv a. C.).Como, según ellos, sólo conocemos las apariencias de las cosas, éstas son falaces y engañosas; nada hay cierto, ni falso, todo es subjetivo, por ello lo más indicado para no errar es suspender todo juicio. La misma vía hacia el escepticismo siguieron también básicamente los megareos, los eritreos y los académicos. 90 Elogio de la filosofía, medio para alcanzar la sabiduría La filosofía enseña a vivir bien: el culto a los dioses y el amor a los hombres. Séneca concede a Posidonio que en la Edad de Oro los reyes gobernaban con sabiduría (1-6). Pero disiente de él en que la filosofía haya sido la inventora de las artes útiles para la vida; se trata de inventos de la razón, no de la recta razón (7-25). En cambio, la sabiduría nos impulsa a la concordia, nos adoctrina sobre el bien y el mal, sobre los dioses y las almas, sobre la vida; hace de la honestidad el sumo bien (26-35).
Mas no cree Séneca que se cultivara en la Edad de Oro: no existía la avaricia y el lujo, pero aquellos hombres no fueron sabios; eran inocentes, pero sin el esfuerzo hacia la perfección (36-46).¿Quién puede dudar, Lucilio querido, de que de los dioses inmortales dimane el beneficio de la vida, y de la filosofía el de la vida honesta? En consecuencia tendríamos por cierto que estamos tanto más obligados a la filosofía que a los dioses, cuanto que la vida honesta es un beneficio superior a la vida, si no fuera verdad que los dioses nos han dispensado la propia filosofía, de la que a nadie otorgaron el conocimiento, mas a todos la capacidad. Porque si también de ella hubiesen hecho un bien común y al nacer fuésemos sabios, hubiese perdido la sabiduría la mejor cualidad que posee en sí misma, la de no contarse entre los dones fortuitos. Ahora, en cambio, presenta este aspecto estimable y magnífico, que a nadie toca en suerte, que cada uno se la debe procurar, que no se mendiga a otro. ¿Qué podrías admirar en la filosofía, si fuese objeto de un beneficio?
Único es su cometido, descubrir la verdad sobre las cosas divinas y humanas; de ella nunca se separan la religiosidad, la piedad, la justicia y todo el restante cortejo de virtudes enlazadas y coordinadas entre sí.Ella nos enseña a venerar las cosas divinas, a amar las humanas, que el dominio lo ejercen los dioses y la solidaridad los hombres[1]. Esta última durante algún tiempo permaneció inviolable, hasta que la codicia disolvió la sociedad y fue causa de pobreza aun para aquellos a los que había hecho muy ricos, pues dejaron de poseerlo todo, al quererlo poseer como un bien particular. Mas los primeros mortales y los hijos que nacieron de ellos secundaban sin corromperse la naturaleza y reconocían a una misma persona como a su caudillo y su ley, confiándose a la decisión del mejor; porque es norma de la naturaleza someter lo más débil a lo más vigoroso[2].
Así al frente de silenciosos rebaños andan o los ejemplares más robustos, o los más valerosos: no camina delante de la manada el toro degenerado, sino el que por su corpulencia y músculos supera a los restantes machos; la manada de elefantes la guía el más grande; entre los hombres el más grande se tiene como el mejor.Así, pues, el gobernante se elegía por su valor moral, por ello gozaban de suma felicidad los pueblos en los que no podía ser más poderoso sino aquel que era el mejor, ya que puede conseguir seguro cuanto quiere quien no cree poder más de lo que debe. Por ello juzga Posidonio que en aquella Edad que se denomina de Oro, la realeza estuvo en manos de los sabios. Éstos reprimían la violencia y al más débil lo protegían de los más fuertes, inducían a la acción y disuadían de ella indicando lo útil y lo nocivo; su prudencia cuidaba de que nada faltase a los suyos, su fortaleza alejaba de ellos los peligros, su beneficencia los engrandecía y hermoseaba sometidos como estaban a él. Gobernar era un servicio, no un dominio.
Nadie ejercía el peso de su autoridad contra aquellos que le habían deparado el poder, ni tenía nadie intención o motivo para injuriar, puesto que se obedecía de buena gana a quien gobernaba con rectitud, ni el rey podía formular una amenaza mayor a los desobedientes que la de abandonar su reinado.Mas, luego que, al insinuarse los vicios, la realeza se convirtió en tiranía[3], comenzaron a ser necesarias las leyes que también en un principio dictaron los sabios. Solón[4], que fundamentó Atenas con una legislación justa, fue contado entre los siete famosos por su sabiduría; si Licurgo[5] hubiera vivido en la misma época, se hubiera sumado a aquel número sagrado en el puesto octavo. Las leyes de Zaleuco[6] y de Carondas[7] son elogiadas. No fue en el foro, ni en el atrio de los jurisconsultos, sino en aquel silencioso y sagrado retiro de Pitágoras[8], donde éstos aprendieron las leyes que dieron a Sicilia, entonces floreciente, y a Grecia a través de Italia.
Hasta aquí estoy de acuerdo con Posidonio; pero no podría admitir que las artes que utiliza nuestra vida en el uso cotidiano las haya inventado la filosofía, ni le atribuiré a ella la gloria de su elaboración[9].«Ella —dice Posidonio— a los humanos que andaban diseminados y que se protegían ora en chozas, ora en el hueco de alguna roca, ora en la cavidad de un tronco de árbol, les enseñó a construir casas». Por mi parte, no creo que la filosofía haya discurrido estas construcciones de casas que se alzan sobre casas y de ciudades que se asientan sobre ciudades, como tampoco los viveros de peces, puestos a buen recaudo para que la glotonería no se viera expuesta al riesgo de las tempestades, y así, aunque la furia del mal fuera muy violenta, la voluptuosidad dispusiera de sus propios puertos donde cebar cantidades de peces variados. ¿Qué pretendes? ¿Que la filosofía ha enseñado a los hombres a disponer de llaves y cerrojo? ¿Qué otra cosa supondría esto sino dar el santo y seña a la avaricia?
¿Acaso la filosofía sostiene estos edificios que se yerguen en lo alto con tan gran peligro para sus moradores?Porque no habría bastado protegerse con medios improvisados y encontrar algún cobijo natural sin recurso a la técnica y sin dificultades. Créeme: fue feliz aquel siglo antes que hubiese arquitectos y decoradores. Tales oficios surgieron cuando ya se introducía el lujo, a fin de cortar a escuadra las vigas y mediante la sierra dividir por el trazo señalado, con mano firme, el tronco; ya que los antiguos dividían con cuñas la madera fácil de [hender[10]. En efecto, en las casas no se disponía de un comedor idóneo para el banquete sagrado, ni para este fin se transportaba en larga hilera de carros, con gran temblor de las calles, el pino o el abeto de donde pendiesen artesonados de oro macizo. Horquillas, colgadas de uno y otro lado, sostenían la cabaña; espesura de ramaje y hacinamiento de hojas, colocadas en pendiente, facilitaban el desagüe de la lluvia, aunque fuese abundante.
En estas moradas habitaron seguros; el techo de paja los protegía en libertad; la servidumbre habita ahora bajo mármol y oro.También disiento de Posidonio en lo de creer que los utensilios de los artesanos fueron inventados por los sabios; pues de esta forma podría decir que fueron los sabios quienes entonces inventaron el modo de cazar las fieras con lazos, engañándolos con la liga, y de rodear con la jauría extensos pastizales[11]. Porque todo esto lo descubrió la sagacidad, no la sabiduría humana. Tampoco comparto la opinión de que fueron los sabios quienes descubrieron las minas de hierro y cobre, cuando el suelo, calcinado por el incendio de los bosques, desparramó licuados por la superficie los filones que se hallaban contiguos: tales minas las encuentran los mismos que las explotan. Tampoco me parece a mí tan sutil como a Posidonio la cuestión de si el martillo comenzó a estar en uso antes que las tenazas.
Uno y otro instrumento los inventó alguien de ingenio despierto, perpicaz, no grande, ni elevado; como cualquier otro objeto que ha de procurarse encorvando el cuerpo y con la mirada dirigida a la tierra.El sabio fue sencillo en su modo de vivir. ¿Cómo no, si también en nuestra época desea vivir con la máxima simplicidad? ¿Cómo se explica, por favor, que admires, a un tiempo, a Diógenes[12] y a Dédalo[13]? ¿De los dos, cuál te parece sabio? ¿El que inventó la sierra, o el otro que, cuando vio a un niño bebiendo agua en el hueco de la mano, al punto quebró la copa sacada del zurrón, mientras se hacía este reproche: «¡Cuánto tiempo, necio de mí, he llevado fardos inútiles!», el mismo que se arrollaba en su tonel y en él se dormía?
¿En la actualidad, pues, juzgas acaso más sabio al que inventó el modo de hacer saltar a inmensa altura, por ocultas cañerías, el perfume del azafrán; que inunda los canales con súbita acometida de las aguas o los vacía; que ensambla los artesonados giratorios de los comedores de tal suerte que a un panel suceda sin interrupción otro distinto, y así los techos se muden tantas veces como los servicios de mesa; o más bien al que muestra a los demás y a sí mismo que la naturaleza no nos ha impuesto nada áspero, ni difícil, que podemos disponer de una mansión sin ayuda de marmolistas, ni de artesanos, que podemos ir vestidos sin recurrir al comercio de la seda, que podemos tener los medios necesarios para nuestra subsistencia, si nos contentamos con aquellos que la tierra ha puesto sobre su superficie?En efecto, si el linaje humano quiere escuchar a éste, comprenderá que tan inútil le resulta el cocinero como el soldado. Fueron sabios o, por lo menos, semejantes a los sabios aquellos que encontraban fácil la protección de su cuerpo.
Con un simple cuidado se satisface la necesidad; para el deleite se impone el esfuerzo.No echarás de menos a los artesanos; secunda la naturaleza. Ella no quiere que estemos agobiados; nos equipó para todos los menesteres que nos imponía. «El frío es insoportable para el cuerpo desnudo.» Y ¿qué? ¿Las pieles de las fieras y de los restantes animales no bastan y sobran para defendernos del frío? ¿No son muchos los pueblos que cubren sus cuerpos con la corteza de los árboles? ¿Las plumas de las aves no las entrelazan para que sirvan de vestido? ¿Hoy mismo gran parte de los escitas no se cubre con la piel de las zorras y del armiño, suaves al tacto e impenetrables al viento? Y ¿qué? ¿Gentes de toda clase no han tejido un enrejado de mimbres y lo han embadurnado con el barro común y luego han cubierto el tejado con paja y hojas silvestres, y así, mientras se deslizaba la lluvia por la techumbre inclinada, han pasado el invierno sin temor? «Con todo es necesario ahuyentar el calor del sol estival con una sombra más densa». Pues ¿qué?
¿El decurso del tiempo no ha mantenido ocultos muchos lugares que, socavados ora por la inclemencia del tiempo, ora por cualquier otro accidente, se han transformado en cuevas?Pues ¿qué? ¿Las gentes de las Sirtes no se ocultan en fosas, como también aquellos que por el excesivo ardor del sol no disponen de ninguna otra cobertura, harto segura para ahuyentar el sol, que no sea su mismo árido suelo? La naturaleza no fue tan injusta que, mientras otorgaba a todos los demás animales una fácil existencia, sólo al hombre le impidiese vivir sin el auxilio de tantas artes. Ella nada penoso nos ha impuesto, nada que debamos conseguir con fatiga a fin de prolongar la existencia. Hemos nacido para una vida acomodada: todo lo hemos hecho difícil por hastío de los recursos fáciles.
El cobijo, el vestido, los alivios del cuerpo, los alimentos y todos los objetos que ahora se han convertido en enorme problema los teníamos a nuestro alcance, de balde y asequibles con pequeño esfuerzo; pues la justa medida de todos ellos estaba acorde con la necesidad: nosotros los hemos convertido en caros, admirables, sólo posibles de conseguir mediante complicadas y múltiples artes.La naturaleza se basta para aquello que exige. A la naturaleza ha renunciado el lujo que cada día se estimula a sí mismo, que, a lo largo de tantos siglos, va en aumento y con su inventiva fomenta los vicios. Al principio comenzó a desear lo superfluo, luego lo perjudicial, por último entregó el alma al cuerpo, y le ordenó ser esclava de sus caprichos. Todos estos artilugios que permiten circular o hacer ruido por la ciudad, desarrollan un negocio en favor del cuerpo, al que antes se le ofrecían todas las cosas como a un esclavo, y ahora se le dispensan como a un señor.
Así, pues, de ahí proceden los talleres de tejedores, de ahí los de artesanos, de ahí los de fabricantes de perfumes, de ahí los de maestros que enseñan movimientos lascivos del cuerpo y cantos voluptuosos y lánguidos.Porque ha desaparecido aquella moderación natural que limitaba los deseos a su necesaria satisfacción; ahora es señal de incultura y miseria contentarse sólo con lo suficiente. Es increíble, querido Lucilio, con qué facilidad el embeleso del discurso aparta de la verdad incluso a los varones nobles.
Ahí tienes a Posidonio, uno de los maestros que, a fe mía, han aportado mayor contribución a la filosofía; éste, tratando de explicar primeramente cómo de una madeja floja y suelta unos hilos se tuercen y otros se recogen, luego cómo el tejido mediante las pesas suspendidas extiende en cadena recta la urdimbre y cómo, introducida la trama, para aflojar la tensión de la cadena que aprieta por ambos lados, por la acción de la paleta se la obliga a reunirse y estrecharse, afirmó que también el arte del tejedor había sido inventado por los sabios, olvidándose de que más tarde fue descubierto este modo de tejer más refinado, merced al cual el tejido está sujeto a la traviesa, la caña separa la urdimbre, se introduce mediante la aguda lanzadera la trama cruzada que sacuden los dientes acerados del ancho peine[14].¿Y qué hubiera dicho si hubiese llegado a ver estos tejidos de nuestra época, en la que se confeccionan vestidos que nada han de cubrir, con los que no se da protección alguna, no digo ya al cuerpo, sino que tampoco al pudor?
A continuación pasa a los agricultores y, con no menor facundia, describe el suelo surcado por el arado con una segunda cava, a fin de que la tierra más mullida acoja más fácilmente las raíces; luego, las semillas esparcidas y las hierbas arrancadas con la mano, para que no brote de improviso planta alguna silvestre que destruya la mies.Sostiene que también esto es obra de los sabios, como si en la actualidad no encontrasen los cultivadores del campo numerosos y nuevos métodos con que incrementar la fertilidad. Luego, no contento con estas artes, vincula al sabio con el molino; cuenta, en efecto, cómo, remedando a la naturaleza, comenzó a fabricar el pan. «Al grano introducido en la boca —dice él— lo desmenuza la fuerza de los dientes al chocar unos contra otros y las partículas que se escapan las devuelve la lengua a los propios dientes; entonces se empapa todo de saliva para que penetre con más facilidad en la escurridiza garganta; una vez que llega al estómago, se digiere con el calor siempre uniforme de éste; luego, por fin, se asimila al cuerpo.
»Imitando este modelo, alguien colocó una dura piedra encima de otra a semejanza de los dientes, donde una mandíbula inmóvil aguarda el movimiento de la otra; seguidamente, el choque de ambas desmenuza los granos, que son sacudidos repetidas veces, hasta que, trituradas sin cesar, se convierten en polvillo; entonces, rociando la harina con agua, a fuerza de sobarla, la amasó y le dio forma de pan, que en un principio coció la ceniza caliente y el ladrillo enrojecido; más tarde se fueron inventando poco a poco los hornos y otros procedimientos en los que el calor se regulase a voluntad».Poco faltó para que afirmase que el arte del zapatero había sido también inventado por los sabios. Todos estos oficios sin duda los discurrió la razón, pero no la recta razón.
Son inventos del hombre, no del sabio, igual que, por Hércules, los navíos con que surcamos los ríos y los mares, después de haberles provisto de velas para recibir el ímpetu de los vientos, y de haberles aplicado el timón en la popa, para cambiar, en un sentido o en otro, el rumbo de la travesía: el modelo se ha inspirado en los peces a quienes guía su cola, cuyos ligeros movimientos a uno y otro lado dirigen su marcha veloz.«Todos estos oficios —replica Posidonio— los descubrió, por supuesto, el sabio, pero, siendo demasiado insignificantes para que éste se ocupara de ellos, los encomendó a operarios más humildes». Por el contrario, no han sido ideados por gente distinta de aquella que hoy mismo los practica.
De algunos sabemos que han surgido precisamente en nuestro tiempo, como el uso de los cristales que transmiten la claridad de la luz mediante una lámina transparente, como los pavimentos abovedados en las salas de baños y la tubería incrustada en las paredes a través de la cual se distribuye el calor para que abrigue de modo uniforme tanto las estancias más bajas como las más altas.¿Qué decir de los mármoles que dan brillo a los templos, que dan brillo a nuestras casas? ¿Qué de las moles de piedra, redondeadas y bruñidas, sobre las que cimentamos pórticos y edificios con capacidad para pueblos enteros? ¿Qué de las abreviaturas de palabras por cuyo medio se recoge un discurso, por más apresurado que se pronuncie, pudiendo la mano seguir la velocidad de la lengua? Son estos inventos de los esclavos más viles. La sabiduría dispone de sede más elevada y no alecciona las manos, es maestra de las almas. ¿Quieres saber lo que ha descubierto, lo que ha realizado?
No los bellos movimientos corporales, ni las varias modulaciones por medio de la trompeta y la flauta que, al acoger el soplo, lo transforman o a su salida, o a su paso, en el sonido musical.No construye armas, ni murallas, ni aparejos de guerra: fomenta la paz y exhorta a la concordia al humano linaje. No es, lo repetiré, artesana de instrumentos útiles a las necesidades de la vida. ¿Por qué le asignas un cometido tan pobre? Estás contemplando a la artífice de la vida[15]. Las demás artes las tiene ciertamente bajo su dominio; porque a quien le sirve la vida, le sirven también los ornamentos de la vida; por lo demás, su meta es la adquisición de la felicidad, hacia ella conduce, hacia ella abre el camino. Ella enseña qué cosas son malas y cuáles parecen serlo; libera el ánimo de vanas apariencias; le confiere la sólida grandeza, pero la arrogante y engañosa la rechaza por vana, y no permite ignorar la diferencia entre nobleza y engreimiento; comunica el conocimiento de la naturaleza entera y de sí misma.
Nos descubre la naturaleza y atributos de los dioses, los poderes infernales, los lares[16], los genios, las almas que han conseguido la segunda categoría de dioses[17], dónde está su morada, cuál es su actividad, su poder, su voluntad.Éstas son sus vías de iniciación con las cuales nos descubre no el santuario de un municipio, sino el templo inmenso de todos los dioses, el propio cielo, cuya verdadera imagen y verdadero rostro ella ha ofrecido a la contemplación de nuestra alma, ya que para un espectáculo tan grandioso la vista queda ofuscada. Luego se ha ocupado de los principios de las cosas, de la razón eterna dada al universo y del vigor de todos los gérmenes que configura a cada cosa en particular. Después ha comenzado a investigar acerca del alma: su origen, su morada, su duración y las partes de que consta. A continuación, de los seres corporales ha pasado a los incorpóreos, examinando su verdad y sus pruebas, luego ha indicado cómo distinguir los equívocos de la vida y del discurso, ya que en una y otro la falsedad va mezclada con la verdad.
Repito que el sabio, según piensa Posidonio, no se ha substraído a estas artes, pero tampoco se ha aplicado en modo alguno a ellas.Porque no hubiera juzgado digno inventar algo, si no lo hubiera juzgado merecedor de un empleo constante; no se aplicaría a lo que debiera abandonar. «Anacarsis[18] —afirma Posidonio— inventó la rueda del alfarero, que al dar vueltas configura las vasijas». Luego, ya que en Homero se menciona la rueda del alfarero, prefirió que se tuvieran por apócrifos los versos de Homero, antes que la historia de Posidonio. Por mi parte sostengo que Anacarsis no fue el autor de este invento y, si lo fue, concedería que un sabio lo descubrió, pero no en su condición de sabio, sino de la misma manera que los sabios realizan numerosos actos en cuanto hombres, no en cuanto sabios. Supónte que un sabio es muy veloz: a todos los adelantará en la carrera por su rapidez, no por su sabiduría. Desearía mostrar a Posidonio un vidriero que con su soplo modela el cristal en tan múltiples formas que apenas una mano experta las puede reproducir.
Tales artes se han inventado después de que hemos dejado de encontrar a un sabio.«Se dice —insiste— que Demócrito[19] inventó la bóveda a fin de que el arco que forman las piedras, al curvarse ligeramente, quedase trabado por el sillar central». Sostengo que esta afirmación es falsa; en efecto, es preciso que antes de Demócrito existiesen puentes y puertas cuya parte superior es casi siempre arqueada. «Se os olvida que el propio Demócrito inventó la forma de ablandar el marfil y de convertir un guijarro en esmeralda mediante la cocción, con la cual también en nuestros días se colorean las piedras apropiadas para este cometido». Aunque el sabio haya inventado estos procedimientos, no los ha inventado en su condición de sabio, dado que hace muchas cosas que vemos son hechas por los más indoctos o de forma igual, o con más destreza y experiencia. ¿Preguntas qué es lo que el sabio ha investigado, qué es lo que ha dado a conocer?
Primeramente la verdad y la naturaleza, la cual no ha examinado como el resto de los animales con mirada lenta en percibir las cosas divinas; luego, la ley que regula la vida, que ha acomodado al orden del universo, y ha enseñado no sólo a conocer a los dioses, sino a secundarlos y a recibir los sucesos fortuitos igual que un mandato.Nos ha prohibido someternos a opiniones falsas y ha sopesado en su justo precio lo que vale cada cosa; ha condenado los placeres a los que va unido el remordimiento; ha elogiado los bienes que siempre nos han de complacer, y ha declarado públicamente que es el más feliz aquel que no precisa de felicidad y el más poderoso el que es dueño de sí mismo. No hablo de aquella filosofía que sitúa al ciudadano fuera de la patria y a los dioses fuera del mundo, que ha sacrificado la virtud al placer[20], sino de aquella que no acepta bien alguno que no sea la honestidad, y que no se puede ganar con las dádivas de los hombres o de la fortuna, cuyo precio consiste en no poder ser comprada a ningún precio.
No creo que esta filosofía hubiera existido en aquella edad inculta en que faltaban todavía los trabajos de la artesanía y los conocimientos útiles se aprendían por la propia experiencia; como tampoco durante los tiempos dichosos en que los dones de la naturaleza estaban a la disposición de todos para que los usasen sin distinción, antes de que la avaricia y el lujo hubiesen desunido a los mortales y les hubiesen enseñado a pasar de la convivencia al pillaje: no eran sabios aquellos hombres aun cuando realizaban lo que conviene a los sabios.Nadie, en verdad, imaginaría una condición mejor para el género humano, ni hombre alguno a quien Dios permitiese regular las cosas terrenas y dirigir las costumbres de los pueblos elogiaría una situación distinta a aquella en la que, según cuentan, vivieron los hombres, entre los cuales ningún colono removía la tierra; ni se permitía poner mojones en el campo o dividirlo con linderos: cosechaban en común, y la propia tierra lo producía todo con más largueza de lo que cualquiera le pedía[21]. ¿Qué generación humana hubo más feliz que aquélla?
Gozaban en comunidad de la naturaleza; ella se bastaba como madre para proteger a todos; ella constituía la posesión segura de la riqueza pública.¿Por qué no consideraré el más rico aquel linaje humano en el que no se podía encontrar a un pobre? En una situación tan felizmente organizada irrumpió la avaricia y, mientras deseaba separar una parte para transferirla a su dominio, lo puso todo en manos ajenas, y de la suprema abundancia terminó en la estrechez. La avaricia introdujo la pobreza y por su desmesurada ambición lo perdió todo. Por ello, aunque ahora se empeñe en recobrar lo que perdió, aunque sume campos a sus campos desposeyendo al vecino o con dinero, o con injusticia, aunque ensanche sus tierras con la extensión de provincias enteras, y considere que poseer es hacer un largo recorrido a través de sus fincas, no obstante ninguna prolongación de sus confines nos hará volver al estado del que nos alejamos. Después de realizar todos los esfuerzos, tendremos muchas posesiones, antes lo poseíamos todo.
La propia tierra sin cultivo era más fértil y, con abundancia, satisfacía las necesidades de los pueblos, que no se entregaban al pillaje.No suponía menor placer haber hallado cuanto producía la naturaleza, que mostrar a otros el hallazgo; y a nadie podía sobrar o faltar: el reparto se hacía entre gente bien avenida. Ni el más fuerte había impuesto todavía su ley al más débil, ni el avaro, ocultando lo que para él era superfluo, había privado todavía a otros de lo necesario: era idéntica la solicitud por los otros que por uno mismo. Las armas estaban quietas y las manos, sin mancharse con sangre humana, dirigían toda su hostilidad contra las fieras. Aquellos a quienes un espeso bosque defendía del sol y que, frente al rigor del invierno o de la lluvia, vivían protegidos en rústica choza bajo la fronda, pasaban sin angustia noches apacibles. A nosotros la inquietud nos atormenta en nuestros lechos de púrpura y nos despierta con agudísimas punzadas: por el contrario, ¡qué sueño tan dulce les procuraba a ellos el duro suelo!
[22] No pendían sobre sus cabezas cincelados artesonados, sino que los astros rodaban por encima de ellos cuando estaban tumbados al aire libre y, espectáculo éste impresionante por las noches, el cielo realizaba sus rápidos giros, impulsando en silencio una actividad tan grande.Tanto de día como de noche se ofrecía a sus ojos la visión de esta bellísima estancia; les agradaba contemplar unas constelaciones que desde lo alto del cielo iban hacia el ocaso y, a su vez, otras que surgían del horizonte recóndito. ¿Por qué no les iba a complacer holgarse en medio de estas maravillas esparcidas con tanta profusión? En cambio, vosotros os atemorizáis por cualquier ruido en vuestras casas y, entre vuestros cuadros, si algún crujido se produce, huís aterrados. No poseían casas semejantes a ciudades.
El aire y el libre soplo del viento en campo abierto, la dulce sombra de una gruta o de un árbol, fuentes y arroyos cristalinos no envilecidos por una construcción, ni por una cañería ni por cualquier conducto obligado, sino discurriendo a placer, prados hermosos sin artificio y, en medio de estas cosas, una agreste mansión, enlucida con mano tosca: ésta era su casa, acorde con la naturaleza, en la que se complacía en habitar quien ni a ella, ni por ella temía; ahora, gran parte de nuestro miedo lo causan nuestras moradas.Mas, aun cuando su vida fuera egregia y libre de perfidia, ellos no fueron sabios, dado que este apelativo se aplica ahora a la obra consumada. Con todo no podría negar que fueron varones de elevado espíritu, recientemente salidos, por así decirlo, de manos de los dioses; porque no hay duda de que el mundo, todavía no agotado, producía seres mejores. No obstante, si bien todos poseyeron un natural más vigoroso y más dispuesto para el trabajo, no así todos poseían un espíritu consumado.
En efecto, la naturaleza no otorga la virtud: hacerse bueno es obra de arte.Ellos, en verdad, no buscaban el oro, ni la plata, ni las brillantes piedras en las entrañas cenagosas de la tierra, y perdonaban, además, la vida a los mudos animales: faltaba mucho para que un hombre, sin ira, sin temor, matase a otro hombre, sólo para darse un espectáculo. No disponían todavía de vestidos bordados, aún no se hilaba el oro, ni siquiera se extraía del yacimiento. Entonces ¿qué? Eran inocentes a causa de su ignorancia; en efecto hay mucha diferencia entre no querer o no saber cometer una falta. Desconocían la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza. De todas estas virtudes ofrecía algún remedo su inculta vida: la virtud no alcanza sino al ánimo instruido, aleccionado y que ha llegado, con un ejercicio constante, a la perfección. Nacemos ciertamente para ésta, pero faltos de la misma; y hasta en los mejores, antes de instruirse, hay madera de virtud, pero no virtud.
[1] Este principio de unidad establecido por Séneca responde a la metafísica, que abarca con mirada superior a todo el conjunto de la filosofía (cf.Ep. 89, 14) y que no es fácilmente compatible con la atonía de las partes de la filosofía, propugnada más abajo por Posidonio (cf. Elorduy, El Estoicismo I, pág. 353). [2] Se refiere Séneca a la época de la humanidad regulada por los instintos gregarios de los hombres, que, sin leyes propiamente dichas, se sometían a un jefe o rey como guía. La identificación del jefe con la ley constituiría un logro antiguo de los filósofos. Las reflexiones referidas a la sociedad gregaria de los tiempos prehistóricos parecen inspiradas en los criterios por los que Aristóteles justifica la esclavitud natural, no impuesta (cf. Elorduy, ibid., I, págs. 354-355). [3] Se refiere a una Edad intermedia, la de los tiranos primitivos, establecida por Posidonio, que también subscribe Séneca.
[4] Es el iniciador de la democracia ateniense y famoso legislador, fundamentado sólidamente en la justicia, que otorgó el poder político a la Asamblea Popular, y que si concedió más derechos a la nobleza, también le impuso tributos mayores.[5] El mítico legislador de los espartanos, cuyo espíritu, según se dice, modeló enteramente. Con todo, se afirma por algunos que no fue un personaje histórico, sino que lo inventó la aristocracia espartana para darse prestigio. Se ha supuesto que viviría entre los siglos xi y ix a. C. [6] Es el también legendario legislador de los locrios, al que se le sitúa en el siglo vii a. C. Suele afirmarse que sus leyes estaban concebidas en beneficio de la aristocracia. [7] Legislador de Catania (Sicilia) al que parece muy probable que se le deba reconocer personalidad histórica (ss. vii y vi): fue el pacificador de su patria y extendió su acción legislativa por toda Sicilia y por la Magna Grecia.
[8] Efectivamente el filósofo de Samos, a partir del 531 a. C., estableció en Crotona, para una minoría selecta, una escuela de carácter místico-religioso que se difundió por toda Sicilia, Magna Grecia y llegó hasta Roma, ejerciendo una poderosa influencia en los espíritus.[9] Séneca niega el valor de «liberal» a la cultura material y utilitaria. En su estudio de perfeccionamiento moral en pos de la sabiduría no ha lugar para artes tales como la pintura, la escultura, la arquitectura y ni siquiera la música (cf. Ep. 88, 18, y Elorduy, El Estoicismo II, págs. 259 y 280). [10] Virg., Geórg. I 144. Séneca se apoya en el poeta para demostrar que cada perfeccionamiento técnico no exigido por la sabiduría supuso una nueva penalidad para el hombre primitivo. [11] Virg., ibid., I 139-140. En un contexto similar al de la cita virgiliana precedente, señala Séneca que el progreso técnico no es obra de la sabiduría, sino de la sagacidad humana.
[12] Nacido en Sinope, vivió en el siglo iv a. C. Es el fundador y figura prócer de la escuela cínica: tanto con sus numerosos escritos como con su austera conducta manifestó su menosprecio por las riquezas y los honores, abogando por el retorno a la sencillez de la naturaleza.Su ideal, la virtud, se consigue después de mucho ejercicio. [13] Figura legendaria que representa, en la Antigüedad helénica, una inventiva y capacidad artística considerablemente extraordinarias. Arquitecto, escultor e inventor de la segur. En la navegación sustituyó los remos por las velas y modeló estatuas que se movían automáticamente. Condenado por Minos a ser encerrado en el Laberinto con el Minotauro, pudo escapar construyendo alas artificiales que sujetó con cera a sus espaldas. [14] Ovidio, Metamorf. VI 55-58. Se refiere a la competición habida entre Palas Atenea y Aracne para bordar un tejido y recibir el premio de la competición. Aracne resultó vencedora, pero la diosa la transformó en araña. [15] La diferencia entre Séneca y Posidonio es clara.
El primero no cree que fueran sabios los inventores de las artes necesarias para la vida, como las textiles, metalúrgicas, etc.; el segundo sí. Séneca, en efecto, encarece más el concepto de sabio y sabiduría, que se da pocas veces. [16] Eran los espíritus de los muertos, que, en calidad de dioses tutelares, protegían a los moradores de la casa romana. Sobre los Genios, cf. Ep. 12, 2, y Roca., Séneca. Epístolas... I, pág. 137, n. 285. Eran como dioses protectores que se identificaban con la personalidad de cada hombre. [17] Parece referirse a las almas insignes por su virtud que han conseguido ya la apoteosis o divinización. Entre los romanos el primero que la obtuvo fue Rómulo con el nombre de Quirino. [18] Originario de Escitia (s. vi a. C.), conoció en Atenas a Solón y se distinguió por su moralidad y sabiduría, siendo contado entre los siete sabios. Por haber intentado implantar la cultura y religión helénicas en su patria, su hermano, el rey de la región, lo consideró impío y lo hizo ejecutar.
[19] Sobre Demócrito de Abdera (s. v), filósofo de talento universal, también preocupado por las cuestiones morales, cf.Ep. 7, 10, y Roca, Séneca. Epístolas... I, pág. 117, n. 251. [20] Por supuesto, la filosofía epicúrea que propugnaba la inhibición en política y negaba la providencia de los dioses sobre los humanos, por más que presentase a la divinidad como ejemplo de «ataraxia» o imperturbabilidad (cf. Roca, ibid., I, págs. 49-54, donde hemos desarrollado las líneas fundamentales del influjo epicúreo en el epistolario de Séneca). [21] Virg., Geórg. I 125-128. Frente al estímulo que Júpiter infundió en el ánimo de los hombres para cultivar debidamente los campos, la situación anterior, aquí descrita, era más bien de descuido. Así el poeta, que elogia el designio de Júpiter de impulsar la actividad humana, critica indirectamente la Edad de Oro. [22] Clara resonancia ideológica de la tragedia senecana, Hérc. en el Eta 644-647.
Lecciones que se derivan del incendio de Lyón Se comprende el disgusto de Liberal por la destrucción inesperada de Lyón.Mas la fortuna no debe sorprendernos por más insólitos que sean sus golpes (1-6). En lo humano no hay estabilidad; por ello debemos fortalecer el espíritu. Diversos fenómenos naturales han asolado ciudades famosas: toda obra está destinada a perecer (7-12). Con todo, Lyón puede resurgir a una situación mejor. Es preciso, pues, que nos eduquemos para aceptar la propia suerte: vida y muerte son similares para todos (13-18). No hay que temer los males imaginarios, ni siquiera la muerte, que hasta puede ser un bien (19-21). Nuestro amigo Liberal[1] se encuentra ahora afligido por la noticia del incendio que ha consumido la colonia de Lyón. Esta calamidad podría impresionar a cualquiera, cuanto más a un hombre muy enamorado de su patria. Semejante suceso le ha movido a procurarse aquella entereza de alma que claramente ejercitó para soportar los infortunios que consideraba eran de temer.
En cambio, no me extraña que tal desgracia tan imprevista y casi inaudita se haya producido sin sospecharla, puesto que no había precedentes: en efecto, a muchas ciudades las deterioró un incendio, pero a ninguna la aniquiló.De hecho, aun cuando sea la mano del enemigo la que ha aplicado el fuego a las casas, éste en muchas partes se apaga y, por más que se le atice constantemente, rara vez lo devora todo de tal forma que no deje nada a dirimir con la espada. Asimismo, apenas si hubo jamás un terremoto tan funesto y pernicioso que destruyese ciudades enteras. En suma, jamás estalló un incendio tan violento que no hubiese dejado pasto para otro incendio. Tantas bellísimas construcciones, de las que cada una: bastaría para enaltecer una ciudad, las echó por tierra una sola noche y en medio de una paz tan grande aconteció lo que ni siquiera en la guerra puede temerse. ¿Quién podría creerlo?
En plena quietud de las armas, cuando la tranquilidad se había difundido por todo el orbe de la tierra, el emplazamiento de Lyón, orgullo de la Galia, en vano se intenta encontrar[2].A todos cuantos la fortuna abatió con calamidades públicas les permitió inquietarse por lo que iban a sufrir; ninguna gran edificación ha carecido de un lapso de tiempo que preceda a su ruina: en el caso de esta ciudad sólo una noche medió entre la máxima grandeza y la nada. Te cuento que fue destruida, empleando en ello más tiempo del que, en realidad, transcurrió en su destrucción. Todas estas consideraciones doblegan el ánimo de nuestro querido Liberal, firme y resuelto frente a sus desgracias. Y no está abatido sin causa: los reveses inesperados resultan más graves; la novedad aumenta el peso de la calamidad y no existe mortal alguno a quien no duela más la desgracia que, por añadidura, le ha sorprendido. Por ello nada hay que no deba ser previsto; nuestro ánimo debe anticiparse a todo acontecimiento y pensar no ya en todo lo que suele suceder, sino en todo lo que puede suceder.
Pues ¿qué cosa hay que la fortuna no logre arrebatar, si le place, aun de la situación más próspera?¿Qué cosa que ella no ataque y sacuda con tanta mayor fuerza cuanto mayor es la hermosura con que resplandece? ¿Qué cosa hay que le resulte penosa o difícil? No lanza siempre su ataque por el mismo camino, ni tampoco por el camino usual: unas veces dirige nuestras manos contra nosotros mismos; otras, confiada en sus propias fuerzas, inventa pruebas sin causa justificada. No queda excluido momento alguno: en medio del mismo placer surgen los motivos de dolor. En plena paz estalla la guerra, y las garantías de seguridad se convierten en fuente de temor: el amigo se vuelve enemigo y el aliado adversario. La bonanza estival se transforma en repentina tempestad más impetuosa que la invernal. Sin enemigos sufrimos actos de hostilidad, y, a falta de otros motivos, una felicidad desmesurada encuentra para sí las causas del infortunio.
A hombres muy sobrios les ataca la enfermedad, a los muy vigorosos la tisis, a los muy inocentes el castigo, a los muy retirados la sedición; el azar discurre algún nuevo medio con que imponernos su dominio, cuando nos hemos olvidado de él.Todo cuanto prolongadas generaciones han construido con asiduos trabajos y la continua protección de los dioses, lo dispersa y destruye un solo día. Concede un plazo largo a los males que se avecinan quien les asigna un día: una hora y un instante bastan para abatir los imperios. Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera. Nada hay estable ni en privado, ni en público; tanto el destino de los hombres como el de las ciudades cambia. En medio de una situación muy tranquila se origina el terror, y los males brotan con violencia donde menos se esperaba, sin que ninguna causa provoque desde fuera la perturbación.
Los reinos que habían subsistido ante las guerras civiles y las externas van a la ruina sin que nadie les empuje.¡Cuán pocas ciudades han mantenido largo tiempo su prosperidad! Así, pues, hay que sopesar todas las posibilidades y fortalecer el espíritu frente a los riesgos que nos puedan venir. Piensa en los destierros, en los sufrimientos de la enfermedad, en las guerras, en los naufragios. Una desgracia puede privar a la patria de ti o privarte a ti de la patria, puede relegarte a los desiertos y puede convertir en desierto el mismo lugar en que se agolpa la multitud. Tomemos en consideración todas las posibilidades del destino humano y anticipémonos mentalmente no sólo a cuantos accidentes suceden con frecuencia, sino a cuantos en el mayor número puedan suceder, si no queremos vernos abatidos y quedar atónitos ante tales acontecimientos insólitos como si fueran excepcionales; hay que sopesar la fortuna en todos sus aspectos. ¡Cuántas veces ciudades de Asia, cuántas veces ciudades de Acaya se derrumbaron en una sola sacudida de terremoto!
¡Cuántas fortalezas en Siria, cuántas en Macedonia fueron engullidas!¡Cuántas veces semejante calamidad desoló a Chipre! ¡Cuántas veces Pafos se desplomó sobre sí misma! [3] A menudo se nos ha notificado la destrucción de ciudades enteras, y nosotros, destinatarios con frecuencia de tales nuevas, ¡qué parte tan pequeña somos del universo! Reaccionemos, por lo tanto, contra los accidentes de la fortuna y sepamos que todo cuanto sucede no es tan grave como lo proclama la voz popular. Ardió en llamas una ciudad opulenta, ornamento de las provincias entre las que estaba situada en lugar de privilegio, colocada sobre un montículo, por cierto no muy amplio: de todas estas ciudades, cuyo esplendor y fama ahora te ponderan, el tiempo borrará hasta sus huellas. ¿No ves cómo en Acaya han sido ya derruidos los cimientos de ciudades celebérrimas y no queda rastro alguno que muestre siquiera que han existido?
No sólo se desmoronan las obras de nuestras manos, ni sólo un breve tiempo destruye lo que han producido el arte y la actividad humana: las cumbres de los montes se disgregan, regiones enteras se han hundido, parajes que se hallaban lejos del litoral marítimo se han visto inundados por las olas: la enorme potencia del fuego erosionó los cráteres por los que emitía su resplandor, y promontorios en otros tiempos altísimos, garantía y refugio de los navegantes, los rebajó de nivel.Las obras de la propia naturaleza se ven maltratadas y por ello debemos soportar con ánimo sereno la ruina de las ciudades.
Están en pie destinadas a caerse; a todas aguarda este final: ora la fuerza interna de los vientos y su soplo en espacio reducido quiebra con sus violentas sacudidas la mole pesada que los oprime, ora el ímpetu tremendo de los torrentes subterráneos rompe los diques, ora la violencia de las llamas hace pedazos la estructura del suelo, ora la vetustez de la que nada está a salvo la destruye insensiblemente, ora la insalubridad del clima obliga a los pueblos a emigrar y el abandono corrompe los parajes desérticos.Sería largo enumerar todas las vías por las que el destino se consuma. Esto es lo único que sé: todas las obras de los mortales están condenadas a morir, vivimos en medio de cosas perecederas. Así, pues, estos consuelos y otros semejantes ofrezco a nuestro amigo Liberal, que arde en un increíble amor hacia su patria, la que quizás fue consumida por el fuego para ser reconstruida con mayor esplendor. A menudo una desgracia dio lugar a una fortuna más próspera: muchas cosas han caído para levantarse a mayor altura.
Timágenes[4], enemigo de la prosperidad de la Urbe, aseguraba que los incendios de Roma a él le ocasionaban dolor tan sólo porque sabía que luego surgirían edificaciones más bellas que las consumidas por el fuego.Es de suponer que también en esta ciudad de Lyón todos rivalizarán por reconstruir edificios más grandes y esbeltos que aquellos que han perdido[5]. ¡Ojalá sean duraderos y construidos con mejores auspicios para más largo tiempo! Porque estamos en el centésimo año de la fundación de esta colonia, período que ni siquiera para un hombre es el máximo posible. Fundada por Planco, se incrementó por las excelencias del lugar en esta gran población: sin embargo, ¡cuántos infortunios muy penosos ha debido soportar en el tiempo que alcanza la vejez del hombre! Por lo tanto, eduquemos nuestra alma para que comprenda y acepte la propia suerte y sepa que nada existe que la fortuna no haya intentado: ella posee el mismo derecho sobre los imperios que sobre los emperadores y el mismo poder sobre las ciudades que sobre sus habitantes.
Por nada de esto debemos indignarnos: hemos entrado en un mundo que se rige por estas leyes.¿Te agrada? Obedece. ¿No te agrada? Sal por el camino que quieras. Indígnate si alguna norma injusta ha sido establecida directamente contra ti; pero si estas leyes de la necesidad encadenan a los más encumbrados y a los más humildes, reconcíliate con el hado que todo lo disuelve. No tienes por qué compararnos con los sepulcros y esos monumentos que, en altura desigual, bordean el camino: la ceniza iguala a todos. Desiguales por nacimiento, somos iguales en la muerte. Digo lo mismo de las ciudades que de sus habitantes: tanto Árdea[6] como Roma fueron conquistadas. El fundador de los derechos del hombre sólo nos diferenció por el linaje y por la gloria del nombre mientras subsistimos: mas, cuando hemos llegado al término de nuestra existencia mortal, nos dice: «Aléjate ambición: aplíquese una ley absolutamente igual para todos los que pisan la tierra».
Somos iguales para soportar cualquier infortunio; ninguno es más frágil que otro; ninguno tiene más seguridad para el día de mañana.Alejandro, rey de Macedonia, había iniciado el estudio de la geometría, ¡infeliz de él!, iba a saber lo pequeña que era la tierra de la que había conquistado una mínima parte. Sí, lo sostengo: «infeliz»[7] porque debía comprender que llevaba un sobrenombre falso: en efecto, ¿quién puede ser grande en una porción tan pequeña? Las enseñanzas que le impartían eran difíciles y precisaban de una aplicación constante, no eran tales que las pudiese captar un insensato que proyectaba su ambición más allá del océano. «Enséñame cosas fáciles», dijo. A lo que su maestro respondió: «Estas enseñanzas son las mismas para todos, difíciles por igual». Imagínate que la naturaleza te dice: «Estas cosas de las que te quejas son las mismas para todos, a nadie puedo hacérselas más fáciles, pero el que se lo proponga puede hacérselas más fáciles». ¿De qué forma?
Con la serenidad del espíritu.Es preciso que sientas dolor, que tengas hambre y sed, que envejezcas, si consigues una existencia bastante prolongada entre los hombres, que enfermes, que sufras algún menoscabo, que perezcas. Con todo, no tienes por qué dar crédito a esas voces que resuenan en torno a ti; ninguna de ellas es mala, ninguna intolerable o penosa. El miedo que se les tiene parte de un prejuicio. Te asusta la muerte tanto como la opinión ajena: ¿qué mayor insensatez que la de un hombre que teme las palabras? Con gracejo suele decir nuestro querido Demetrio[8] que, para él, el griterío de los ignorantes tiene el mismo valor que los ruidos que produce el vientre. «¿Qué me importa —dice— que suenen por arriba o por abajo?». ¡Qué demencia la de temer ser infamado por los infames! Cómo os atemorizasteis de la opinión pública sin motivo, así también de aquello que nunca hubierais temido, si la opinión pública no os hubiera impulsado a ello. ¿Acaso experimentaría detrimento alguno el hombre de bien, salpicado por rumores injustificados?